Enfundadas en epis blancos, con pantalla protectora, guantes, mascarilla y un never y una maleta roja a cuestas, Laura Crovetto y Lisseth Naranjo llaman al timbre del número 40. La visita del equipo médico es para una buena noticia. La vacuna de la covid-19 llega a las casas de aquellos mayores de 90 años que tienen dificultad para desplazarse al centro de salud donde se lleva a cabo la mayor parte de la inmunización de este grupo.

Julia tiene 94 años y recibe a la enfermera y la médica en la cama. Es su nuera la que ha abierto la puerta y pone la sonrisa como efecto secundario a la llegada de la protección contra el Sars-Cov-2. «No sale casi de casa, solo para darle un paseo cuando hace sol, que le gusta mucho», dice su cuidadora suspirando. «A ver, cariño, voy a cogerte el brazo y a darte un pinchazo», casi susurra Crovetto a la nonagenaria. «Ya está, ¿ves qué bien?».

Tras la inyección ponen el cronómetro en marcha. Son 15 minutos para comprobar que no haya ninguna reacción alérgica a la vacuna que se expresaría por sudoración, hinchazón de lengua o hipertensión. Previamente, han tomado la temperatura y preguntado por si había tenido algún malestar y recordado que si tiene algún síntoma puede llamar al centro de salud.

Es la cuarta vacuna de la mañana. Comenzaron a las 10 y llevan un rimo de dos vacunados y medio por hora entre el desplazamiento, la preparación una vez llegan al lugar, la inyección y la espera. Acabados los 15 minutos de espera y comprobado que todo ha transcurrido correctamente vuelven al coche, un Suzuki blanco propiedad de la enfermera. Conducen por las calles de l’Eliana con todo el equipo puesto y las vacunas en el maletero. Tachan el nombre de la lista y buscan la siguiente dirección que introducen en el GPS del móvil ya como guía universal.

La escena se repite de nuevo. Bajan del coche, descargan la maleta roja con equipo de primeros auxilios y la nevera blanca con las dosis de Pfizer preparadas. La estructura de corcho no parece muy diferente a la que se podría utilizar en un día de playa. Eso sí, dentro lleva la esperanza de una normalidad robada por un ser microscópico. La dificultad de la operación está en el tiempo y la temperatura. Siempre debe estar entre 2 y 8 grados para lo que dispone de acumuladores de frío que lo proteja y no pueden pasar más de seis horas desde que se abre un vial para el que hay seis dosis.

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Magdalena y sus casi 97 años reciben la penúltima dosis de la mañana. «Ojalá vacunen rápido a muchísima gente a ver si se termina esto de una vez, ya que entre el miedo y las prohibiciones no salimos de casa», dice su hija Dolores, a quien le avisaron el día anterior de la inmunización de su madre. Y en la espera hay tiempo para decir que no, que no ha dolido el pinchazo y bromear con que a Magdalena le encanta la cerveza.

Inyectadas las seis dosis del primer vial, Laura y Lisseth regresan con la nevera a cuestas al centro de salud para reconstruir otras seis inyecciones. Hacen un parón para comer algo y continúan por la tarde, alargando incluso su jornada habitual. «Va más lento de lo que esperábamos, pero está yendo muy bien», sentencia la médica. La vacuna ya ha llegado a los hogares valencianos.