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"Nos hemos comido dos crisis y hay mucha rabia acumulada"

Los manifestantes que piden la libertad de Pablo Hasél relacionan los enfrentamientos en las calles con un cúmulo de problemas más allá de la libertad de expresión y rechazan la violencia: "No somos vándalos"

Vicente, Marta Torres y Luis

No es solo por el encarcelamiento de un rapero. Es por el paro juvenil y la temporalidad. Es por el auge de la extrema derecha y el desencanto con la política. Es la frustración de la pandemia, que aviva la incertidumbre sobre un futuro condicionado por las secuelas de demasiadas crisis. Son todas esas cosas, y algunas más, las que afloran bajo la superficie de las protestas juveniles que estos días han terminado en enfrentamientos con la Policía cuando se da voz a sus protagonistas, la mayoría de ellos estudiantes o trabajadores recién incorporados al mercado laboral que rechaza el uso de la violencia.

Como Marta Torres, una médica de 31 años que ha empalmado tres contratos temporales en dos años y que aleja las expectativas de formar una familia en el corto plazo por la falta de estabilidad. Marta admite que nunca ha sido una «gran activista», pero enumera un cúmulo de razones que le empujaron a participar en las concentraciones de València. «No nos sentimos representados por las instituciones y solo nos queda manifestarnos. Nuestra generación tiene mucha rabia acumulada; el encarcelamiento de Pablo Hasél es solo es una chispa más».

Con diez años menos a la espalda, Vicente estudia Ingeniería Electrónica y coincide en que la condena a diversos cantantes por enaltecimiento del terrorismo es «la gota que colma un vaso lleno de problemas» donde cabe la libertad de expresión, pero también el cuestionamiento de determinadas actuaciones judiciales y policiales, el hartazgo de la pandemia o la «decepción» con la lentitud del Gobierno a la hora de cumplir ciertas promesas como la derogación de la ley mordaza o la reforma laboral. «Hay un momento determinado en que la cosa explota y salir a la calle es la manera de expresar rabia e indignación», sostiene Vicente, que recibió golpes en la cabeza y el pecho durante las cargas policiales.

David Ortiz, estudiante de 19 años.

David Ortiz tiene 19 años, estudia en la Universidad Complutense y atribuye las protestas al «cabreo» y al «descontento generalizado» con la situación política y económica. «Acabas la carrera y sabes que no vas a tener trabajo. Ya hemos vivido una crisis terrorífica y ahora hay un cúmulo de situaciones que nos hacen sentir más rabia y ansiedad», expone. Ortiz censura que el foco se ponga en exceso en las consecuencias de las protestas en lugar de en las causas. Otro aspecto en el que coinciden los ocho participantes contactados por este diario es en marcar todas las diferencias posibles entre lo sucedido en València y los disturbios de Madrid o Barcelona, donde las acciones violentas de determinados grupos de jóvenes han acaparado el protagonismo. «No somos vándalos, pero nos quieren cargar todos los males del mundo», mantiene Luis, estudiante de Comunicación Audiovisual de 20 años que habla de una «criminalización» del colectivo y defiende el carácter pacífico de las marchas. «El paro juvenil es el que más crece, no nos podemos emancipar, nos han subido los alquileres un 70 % y encima nos tachan como los más irresponsables en la pandemia y nos culpan de una violencia que no hemos empezado», ahonda.

Para Lorena, licenciada en Comunicación Audiovisual de 32 años, Hasél es un misógino, pero su encarcelamiento ha sido un detonante para protestar por la libertad de expresión y contra el avance de la extrema derecha. «Desde que salí de la universidad me he comido dos crisis; cuando parecía que remontaba el trabajo nos ha venido una pandemia. El sentimiento es de desilusión e injusticia». Lorena vive en València pero nació en Linares, foco de un reciente conflicto con la Policía que sitúa como otro de los ingredientes que ha caldeado el ambiente. «Estamos hartos; es un cansancio general porque no vemos futuro».

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