A sus cerca de 25 años, los aularios del campus de Tarongers de la Universitat de València (UV) no gozan de la buena salud que se les podría presuponer. De hecho, los «cuidados» urgentes que necesitan —y que ya han empezado a desarrollarse las últimas semanas— se alargarán durante varios meses y le costarán a la Universitat más de un millón de euros.
Tras varias intervenciones puntuales y limitadas desde 2003, ahora la UV realiza una reforma integral del exterior de estos edificios, que ya llevaban una temporada con su perímetro vallado y con redes para recoger posibles cascotes, tras los primeros desprendimientos en 2018. En concreto, los trabajos se han iniciado en el aulario sur, estrenado en 1996, y de aquí al verano también se realizarán en el norte, de 1995.
El principal problema son, precisamente, los particulares y característicos ladrillos caravista de estos edificios, que en realidad son más bien un trampantojo o un fake. Según explican desde la universidad, se trata de largos lienzos de ladrillo vista, no son bloques completos como parece, por lo que su profundidad es muy pequeña. Por eso, estas placas van adheridas al forjado y es eso lo que genera problemas cuando las lluvias o el sol erosionan la superficie.
Así, los principales problemas están en las esquinas y los bordes de forjado, «que es la principal lesión que se aborda con esta intervención, con la instalación de piezas de calzo de acero que corrigen completamente esta patología», detallan las mismas fuentes. Se trata, en la práctica, de unas grapas gigantes que fijan bien la fachada. La reparación —que también se hará en el aulario norte con el mismo objetivo— supera los 1,34 millones de euros, corre a cargo de la empresa Diseño y Objetivos de la Construcción, SL (DOC) y debería estar finalizada por completo para el próximo curso.
Según detallan desde la UV, «nunca con anterioridad se acometió una reforma total de las fachadas como la que se realiza ahora». En 2018 se encargó un estudio de la patología de los edificios y se instalaron las redes y vallas mientras se redactaba el proyecto. El confinamiento retrasó la realización del estudio, y la tramitación administrativa de los contratos y permisos, sin lo que no se podía iniciar las obras.
En la UV han estudiado la viabilidad de mantener la actividad docente con las obras, lo que se ha comprobado que es «difícil», pues la necesidad de mantener las ventanas abiertas por la covid no ayuda, y retrasar las obras al verano podría afectar al próximo curso, además del peligro que hubiera supuesto. Por esto, en marzo, los más de 6.000 estudiantes de la Facultad de Economía mantendrán su docencia online, como publicó este periódico.
Para el seguimiento de las obras se ha creado en la universidad un conformada por los representantes de todos los centros afectados (no sólo facultades, sino servicios allí instalados y estudiantes).
La financiación, el problema
Los primeros problemas en los edificios de Tarongers se detectaron hará unos 15 años y la Universitat ha ido realizando pequeñas intervenciones —también en las facultades de Derecho y Economía— para mitigar los daños, aunque finalmente no ha sido posible aparcar más unas obras que suponen un total de 1.343.643,83 euros en un contexto en el que, curso tras curso, las instituciones públicas reclaman más financiación y un plan plurianual que les permita planificar a largo plazo, por ejemplo, obras como estas.
Además, cabe recordar que en Tarongers la UV aún tiene pendiente la ampliación del campus con la construcción de un tercer aulario que también se destinaría a los grados —y cada vez más, dobles titulaciones— de Ciencias Sociales.
Un problema recurrente en los edificios que marcaron una época
Los edificios con las fachadas de lienzo de ladrillo caravista rojizo fueron una tendencia al alza entre los años 90 del siglo pasado y el año 2000. Sus deficiencias en los años posteriores, desgraciadamente, también son generales y, como en el caso de las grandes fachadas de Tarongers, suelen requerir intervenciones de alto coste con el paso del tiempo, para no acabar suponiendo un peligro, sobre todo para los viandantes.
Así consta en un artículo redactado en 2018 por profesionales del Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja (IETCC) y el CSIC, en el que se apunta que «los síntomas más relevantes son la fisuración de las fachadas, el abombamiento y pandeo de las mismas, el desprendimiento de chapados o plaquetas, el colapso de paños enteros de cerramiento, la delaminación de la cara exterior o la decoloración de las piezas», entre otros defectos en el material de las fachadas.
Estas patologías «están asociadas a soluciones constructivas inadecuadas que no tienen en cuenta las tolerancias de ejecución», constatan los expertos, que añaden que en la mayoría de construcciones tampoco se tuvieron en cuenta los efectos higrotérmicos (temperatura, humedad, velocidad del aire y radiación térmica) que deberían soportar las fachadas y los lienzos de caravista que las recubren.
Con esto, en ocasiones se generan desniveles, lo que perjudica al apoyo de la hoja de ladrillo exterior de las fachadas del vistoso tono rojizo.