Estrés, presión, impotencia. Inquietud, cansancio, insomnio. Son palabras que se repiten entre el personal sanitario cuando cuentan cómo están viviendo una pandemia que va por su tercera ola en la Comunitat Valenciana. La sobrecarga de trabajo, el colapso hospitalario, el miedo al contagio o la soledad de los pacientes son algunos de los motivos que explican por qué la salud mental de quienes han atendido la covid comienza a resquebrajarse.

«A nivel profesional ha sido un reto difícil, pero a nivel emocional ha sido muy muy duro», admite Alicia Juan, auxiliar de enfermería en el hospital La Fe de València. «Estamos acostumbrados a lidiar con la enfermedad y la muerte, pero no de esta manera. Tenemos que hacer frente a ello con la soledad de los pacientes y con una barrera comunicativa muy grande por los trajes de protección; además, están intubados y éramos el único contacto posible con las familias», desgrana.

Su presencia en las UCI con pacientes covid ha sido solo en los momentos de mayor colapso, situaciones en las que su propio cuerpo notaba el estrés y la ansiedad del trabajo. «He notado que me faltaban horas de sueño, mucho cansancio y una pesadez psicológica que te impide desconectar», relata.

En su hospital, Rosario Morales, psicóloga clínica del Servicio de Salud Mental, estima que el incremento de la demanda de atención psicológica por parte de los sanitarios se ha incrementado un 50 %. «En el primer trimestre de 2021 la intensidad del estrés y la desesperanza mantenidos en meses anteriores pasan factura», indica la especialista quien añade que son los enfermeros y enfermeras y auxiliares de enfermería los que más suelen sufrir estos problemas. «Esto se encuentra en relación especialmente con el grado e intensidad de contacto con el paciente y la responsabilidad en la comunicación de malas noticias», explica Morales.

Carolina Ligorit es médica en el Servicio de Asistencia Médica de Urgencias (SAMU) desde el 2004 y hace guardias en el Hospital de Llíria. Habla de la mayor carga de trabajo, del estrés, del aislamiento, de cómo protegerse, de tener miedo de contagiar a sus familiares, de no ver prácticamente a sus padres. «He tenido momentos de muchísima tristeza e impotencia, saber que podía ir mal y que se lo tienes que explicar al paciente y a la familia», indica Ligorit.

La médica Carolina Ligorit posa en una ambulancia del SAMU. M.A. Montesinos

Otro de los problemas asegura que ha sido ver cómo los enfermos de otras patologías no covid precisaban también de asistencia. «Eso me generaba mucho estrés», añade. Relata que esa sensación ha desbordado a otros sanitarios con los que ha trabajado: «He visto llorar a compañeros, derrumbarse, y no les podías dar ni un abrazo, teníamos que comer solos, ese aislamiento que hemos sufrido y que veías en los pacientes también afecta mucho». Y pronostica: «Creo que nos va a pasar factura».

Para Ángeles Gómez, responsable de Salud Laboral del sindicato CCOO PV, «el infravalorado de todos los riesgos laborales son los psicosociales que es uno de los que ha aflorado en esta pandemia con más intensidad». Gómez indica que hay en quienes «se evidencia con bajas y en quienes no» y critica que las bajas por ansiedad o depresión estén catalogadas como enfermedad común y no enfermedad laboral, que conlleva no solo menos sueldo, «sino también no centrarse en solucionar ese problema».

La sensación de aislamiento la vivió también Fernando Navarro, médico del centro de salud de Malilla. «Era una losa encima, llegar a casa y aislarme por miedo, por no tener trajes en el trabajo, hacía difícil desconectar». En el caso de la Atención Primaria señala que la mayor carga ha sido a partir de «una segunda ola que ha ido en subida constante desde septiembre y que ahora parece reducirse». Habla de hastío y enfado, de sobrecarga de trabajo con más del doble de pacientes atendidos cada día, de alargar las jornadas, de estrés y sensación de «no poder llegar». Y advierte: «Estamos mentalmente al límite».

Con sintomatología similar a la del estrés postraumático que se observaba en los veteranos de guerra. El psicólogo clínico Miguel Perelló desgrana así una serie de secuelas psicológicas como reexperimentar las malas experiencias, el sobresalto continuo, irritabilidad, la tensión en el sistema nervioso o los problemas de sueño que está viendo en su consulta cuando atiende a personal sanitario. 


«Es comparable a un conflicto o una situación donde tu vida o la de otra persona ha corrido peligro», añade. Sitúa la tercera ola como el último desencadenante, una «vuelta a la casilla de salida, como caer en la muerte en la oca»: «Hay un momento en que no se puede soportar, en que la resistencia del sistema nervioso se rompe». 


En ese momento el estrés y la ansiedad pueden llegar a tener consecuencias físicas como dolores musculares por la tensión continua, agotamiento, dificultad para dormir e incluso somatizaciones cutáneas con sarpullidos y alergias ya que durante estos momentos de tensión se produce una bajada del sistema inmunitario. 


Sin embargo, avisa que esto es la primera fase y que «si la situación se prolonga, llegarán las depresiones». «La depresión llega como reflejo posterior, cuando pasa el tiempo», añade Perelló. Asimismo, expresa que la recuperación de la salud mental necesita tiempo, «entre cinco y seis meses si no es grave y más de un año si lo es». «Esa acumulación acaba pasando factura», sentencia.