“Allá por los primeros días de enero de 1884 me trasladé a Valencia, tomando posesión de la Cátedra de Anatomía. Me hospedé provisionalmente con mi familia en una fonda situada en la plaza del Mercado, cerca de la famosa Lonja de la Seda. Comprados los muebles necesarios, nos instalamos después en modesta casa de la calle de las Avellanas, donde disponía de sala holgada y capaz para laboratorio. Días después me nacía una hija”, cuenta Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina, quien estando en Zaragoza ganó por oposición la cátedra en la Universidad de Valencia.

“Fiel a mi pensamiento de que las cosas son más interesantes que los hombres consagré algunos días a explorar las curiosidades de la ciudad. Visité la magnífica Catedral; subí al Miguelete para admirar la frondosidad y extensión de la huerta y la cinta de plata del lejano mar latino; escudriñé los alrededores de la ciudad y los encantadores pueblecillos del Cabañal, Godella, Burjasot, etc. Visité el puerto del Grao, ordinario paseo del pueblo valenciano en días de asueto, y asalté, en fin, henchido de voracidad artística y arqueológica, las ruinas del teatro romano de Sagunto”, relata al describir lo que hizo en sus primeros días de estancia en nuestra ciudad.

Lo narra en un libro balance de su vida, a manera de diario, sobre las notas que con frecuencia iba dejando de sus actividades. “Me encontraba en un país nuevo para mí, de suavísima temperatura, en cuyos campos florecían la pita y el naranjo, y en cuyos espíritus anidaban la cortesía, la cultura y el ingenio. Por algo se llama a Valencia la Atenas española”, subraya.

Explica que encontró una cordial acogida en la Facultad de Medicina, que se hizo socio del Casino de Agricultura y del Ateneo Valenciano, conociendo a interesantes personalidades: Arévalo Vaca, Peset, Zola, Pérez Pujol, Moret, Mas, Bartual,… Su sueldo era de 52 duros mensuales, 125 pesetas, y tuvo que hacer cursos extras particulares de histología para ayudarse en la vida y la investigación. “Con los nuevos ingresos, no sólo evité el temible déficit, sino que alimenté holgadamente mi laboratorio, procurándome además utilísimos aparatos científicos; por ejemplo: un microtomo automático de Reichert, que me prestó inestimables servicios.”

Era especialista en células, pero el cólera de 1885, “que hizo tantos estragos en Valencia y su comarca, me obligó temporalmente a fijar mi atención en el bacillus comma, el insidioso protagonista (recién descubierto por Koch en la India) de la asoladora epidemia… Cedí durante algunos meses a las seducciones del mundo de los seres infinitamente pequeños. Fabriqué caldos, teñí microbios y mandé construir estufas y esterilizadoras para cultivarlos. Ya práctico en estas manipulaciones, busqué y capturé en los hospitales de coléricos el famoso vírgula de Koch, y dime a comprobar la forma de sus colonias en gelatina y agaragar, con las demás propiedades biológicas, ricas en valor diagnóstico, señaladas por el ilustre bacteriólogo alemán”.

Explica el contexto en el que se encontraba la ciudad. “Eran días de intensa emoción. La población, diezmada por el azote, vivía en la zozobra, aunque no perdió nunca (dicho sea en honor de Valencia) la serenidad; los hospitales, singularmente el de San Pablo, rebosaban de coléricos. Recuerdo que en mi propio domicilio (calle de Colón) murieron varios atacados. En mi familia, por fortuna, no hizo presa el microbio, no obstante visitar algún colérico y hacer uso de agua de pozo, probablemente contaminada”.

Hervir el agua y cocer los alimentos

Dejó testimonio de la prevención ante el cólera que se debía tener y que a él y su familia les vio bien ante el debate existente entre médicos e investigadores de cómo actuar. “Como de costumbre, reinaban entre los médicos la contradicción y la duda. Los viejos galenos, recelosos de toda novedad, ateníanse, en teoría, a la doctrina clásica de los miasmas, y, en el orden práctico, al inevitable láudano de Sydenham. Los creyentes en el microbio, jóvenes en su mayoría, recomendaban hervir el agua potable y no ingerir alimento ni bebida que no hubiera sufrido cocción preliminar. Atribuyo al uso del agua hervida y demás precauciones higiénicas la citada inmunidad de mi familia, no obstante conservar en mi laboratorio casero deyecciones de colérico y cultivos del germen en gelatinas y caldos”.

En julio de 1885), período culminante de la epidemia, apareció por Valencia el doctor Ferrán, célebre médico tortosino, con la vacuna anticolérica que había descubierto, “creyó haber encontrado un cultivo del vírgula que, inoculado en el hombre, le inmunizaba seguramente contra el microbio virulento arribado por la vía bucal. La clase médica, conmovida por el anuncio de la citada vacuna, discutió vehementemente el tema… como siempre, mostróse en el debate ese dualismo irreductible de viejos y jóvenes, de misoneístas y filoneístas. Para los primeros, la vacuna constituía deplorable error científico, cuando no industrial negocio de mal género; los segundos se entusiasmaron con la iniciativa del médico tortosino”.

Santiago Ramón y Cajal

Lo investigado en Valencia sirvió en Zaragoza

La Diputación de Zaragoza, al ver que la epidemia de cólera desde Valencia se extendía por toda España, le encargó a Ramón y Cajal un dictamen sobre la epidemia, de la que se dudaba si era realmente cólera, y su profilaxis. “En lo tocante al punto principal, o sea la profilaxis, me declaré poco favorable al procedimiento Ferrán, aunque admitiendo su práctica a título de investigación científica (los cultivos puros del vírgula inyectados bajo la piel resultan inofensivos) y sin forjarme grandes ilusiones sobre su eficacia. Mis ensayos de profilaxis en los animales reveláronme que el problema de la inmunización era harto más arduo de lo que se creía. Conseguíase, en efecto, según anunciaba Ferrán, a favor de inyecciones subcutáneas de cultivos del vírgula, cierta resistencia del cobaya enfrente de ulteriores y más fuertes dosis del microbio virulento, inoculado por idéntica vía; mas, careciendo el comma de Koch de acción patógena en el intestino de dicho roedor, resultaba imposible aportar prueba decisiva y concluyente sobre la eficacia de la inyección”.

El resultado de sus investigaciones lo desplegó en una monografía titulada “Estudios sobre el microbio vírgula del cólera y las inoculaciones profilácticas. Zaragoza, 1885”. “Difícil parece admitir —decíamos— que la mera inoculación hipodérmica en el hombre de un cultivo puro de vírgulas, incapaces de emigrar hasta el intestino, ni de provocar, por consiguiente, trastorno alguno análogo al cólera, sea poderosa a esterilizar completamente el tubo digestivo, órgano en continuación del mundo exterior y exclusivo terreno donde prospera y desarrolla su formidable poder patógeno el germen de dicha enfermedad.”

El microscopio Zeiss

Las investigaciones de Ramón y Cajal, según él mismo relata, “pasaron inadvertidas por los bacteriólogos. Eran aquellos tiempos harto difíciles para los españoles aficionados a la investigación. Debíamos luchar con el prejuicio universal de nuestra incultura y de nuestra radical indiferencia hacia los grandes problemas biológicos. Admitíase que España produjera algún artista genial, tal cual poeta melenudo, y gesticulantes danzarines de ambos sexos; pero se reputaba absurda la hipótesis de que surgiera en ella un verdadero hombre de ciencia… Con todo, si mi labor careció de eco en los laboratorios de París y Berlín… valiome, en cambio, un galardón material y espiritual de gran trasccendencia para mi carrera. Agradecida la Diputación de Zaragoza al celo y desinterés con que trabajé por servirla, decidió recompensar mis desvelos, regalándome un magnífico microscopio Zeiss”

“Afirma don Santiago que “la culta Corporación aragonesa cooperó eficacísimamente a mi futura labor científica, pues me equiparó técnicamente con los micrógrafos extranjeros mejor instalados, permitiéndome abordar, sin recelos y con la debida eficiencia, los delicados problemas de la estructura de las células y del mecanismo de su multiplicación. Dejo apuntado ya que la referida investigación sobre el cólera me trajo el gusto por la bacteriología y por el estudio de los problemas patológicos”.