«Empecé a tener vértigos y angustia. A veces me costaba incluso respirar. Parecían ataques de ansiedad, pero no lo eran. Poco a poco llegaron los problemas de movilidad y los temblores. Llegaba a temblar tanto que cuando estaba en el ascensor se movía todo dentro de él. Me casé así. Era el día más feliz de mi vida, pero no sabía qué me estaba pasando. Días antes, cuando fui a la floristería a por mi ramo de flores, ni siquiera podía cogerlo. Llegó un día en que no podía coger una taza, y después ni podía comer ni ducharme sola. Me dieron la baja en el trabajo cuando me di cuenta de que no era capaz de marcar un número de teléfono. Había veces que ni podía andar... y acabé en una silla de ruedas».

Es el testimonio de A. B. -prefiere no usar su nombre para preservar su intimidad-, una mujer a la que le diagnosticaron párkinson con tan solo 34 años. Hasta ese momento estuvo sufriendo los síntomas de esta enfermedad degenerativa durante año y medio con la incógnita de no saber qué era lo que estaba maltratando a su organismo. A. B. es una de las alrededor de 1.400 personas de la Comunitat Valenciana que sufren párkinson sin haber llegado a los 60 años de vida. Pese a que habitualmente se asocia este mal con las personas mayores, también se encuentra presente en gente más joven: es el llamado «párkinson juvenil», que se suele desarrollar entre los 21 y los 40 años de edad.

Precisamente, esa asociación del párkinson con la senectud fue la que provocó que A. B. tardara más tiempo del necesario en descubrir que tenía párkinson. «Me hice un montón de pruebas, pero de otras cosas. Se llegó a pensar que era algo psicosomático, pero no salía nada por ningún sitio... hasta que me llamó una muy buena amiga y me sugirió que me hiciera la prueba del párkinson. Hasta el momento había ido tirando e incluso estaba en plan negacionista, pero ahí me di cuenta de la preocupación que estaba generando entre mis seres queridos», relata. Por entonces, tras un año y medio de rápida evolución de la enfermedad, A. B. ya llevaba más de dos semanas en silla de ruedas... con tan solo 34 años de edad.

«Me hicieron la prueba y me lo confirmaron. Sinceramente, para mí entonces fue una buena noticia. Saber que tenía un diagnóstico fue un alivio. Tener párkinson es una mierda, pero el hecho de que hubiera una medicación que me permita vivir con la independencia que llevo ahora fue un alivio muy grande porque en aquel momento yo no sabía si iba a volver a andar», confiesa. «Lo que tengo ahora más claro es que no hay que dejar pasar un dolor así como así. Cuando el cuerpo habla es porque le pasa algo. No podemos normalizar el dolor. En mi caso me estaba diciendo que, aunque fuera joven, tenía párkinson», se sincera.

La causa de su enfermedad es una mutación genética, según cuenta ella misma. En muchas ocasiones permanece latente en el organismo sin desarrollarse, pero el alto nivel de estrés laboral al que estaba sometida A. B. lo había desatado en su organismo.

Recuperar la normalidad

El cambio en el devenir de la vida de A. B. a raíz de aquel diagnóstico fue radical. «Aunque dé bastante por saco, tú con el párkinson puedes vivir», asegura. «El proceso es duro, pero se puede tirar hacia adelante. Ahora ya puedo hablar de ello sin llorar o ponerme dramática. Para mí ha sido importantísimo el apoyo de mi pareja y de mi familia escuchándome, animándome y aceptándome», aprecia. De hecho, a pesar del párkinson, su familia ha crecido: «Una de las primeras cosas que pregunté al neurólogo es si podría ser madre, y me dijo que sí». Ahora disfruta cada día de su vida con su pequeña de 6 años.

Con la medicación apropiada, A. B. ha podido retomar en gran medida su vida anterior, aunque con algunos matices. «Mi temblor es un temblor en reposo. Por lo demás, tengo superasumido que voy a temblar. Por mi trabajo tengo que hablar en público y, a veces, incluso lo explico previamente», explica.

No obstante, la medicación también tiene sus efectos secundarios como son ansiedad, trastornos del sueño, cambios de humor o comportamientos compulsivos. «La neuróloga me avisó de que tuviera cuidado con las tarjetas de crédito, porque te puede dar por hacer algo reiteradamente y no tienes límite», advierte A. B., al tiempo que admite que puede tener la sensación de «o estar muy contenta o muy triste». «En mi caso, he ido a terapias para integrar la enfermedad», añade, si bien insiste en que, por fortuna, «el párkinson es una de las enfermedades en las que más se investiga y de las que que más información se tiene».