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Análisis

Una derecha descolocada

Ciudadanos descabezado, el PPCV en guerra precongresual y con Bonig en el disparadero, y los ultras sin liderazgo claro: la pandemia deja paradójicamente más mella en la oposición que en el Consell

Una derecha descolocada

Una leyenda no escrita en el PP valenciano dice que el que pierde, paga. Le pasó a Pedro Agramunt, a Alberto Fabra e incluso a Rita Barberá en los años 80: quien se presenta a elecciones autonómicas y pierde, no repite. Isabel Bonig lleva dos años luchando contra esa maldición, pero cada día que pasa parece más cerca de sucumbir a ella. La sentencia de Génova parece dictada. La llamada a acudir a la sede central en los próximos días podría ser definitiva.

El efecto mariposa es cuando un aleteo en Tokio tiene repercusiones al otro extremo del planeta. A escala política (y menor), algo así ha pasado con el paso de José Vicente Anaya, alcalde de un pequeño municipio del interior de València que ha anunciado esta semana que optaba a presidente del PPCV y ha desatado los acontecimientos. Como explicaba Julia Ruiz en este diario, la decisión ha alterado los planes de la dirección nacional y ha roto la frágil estabilidad en el partido, que era más estética que real, porque no había nadie con cierto peso que no supiera que Bonig estaba señalada por Madrid y que el preferido del que mueve las máquinas hoy en el partido, Teodoro García Egea, es el presidente de la Diputación de Alicante, Carlos Mazón.

Génova ha enviado señales claras de hacia dónde va. Cada renovación de un liderazgo provincial ha sido para colocar a alguien bien visto por la sede central y apartar a una persona de confianza de Bonig. Empezó con Alicante (Mazón en lugar de José Císcar), siguió en València (Vicent Mompó en vez de la gestora por el incendio que Bonig no supo apagar) y ahora toca Castelló (Marta Barrachina reemplaza a Miguel Barrachina). Todo en silencio, paz y por aclamación. La estrategia estaba perfectamente definida.

Lo importante del movimiento de Anaya ahora es que envía el mensaje a Madrid de que hay una parte del partido que no acepta el paso que se ve venir. Porque Mazón ha preferido echar mano de la tradición e innovar poco a la hora de ir asentando su poder: ganar municipios aún a costa de hacerlo sobre la espalda de concejales tránsfugas, auspiciar una estructura mediática propicia y que a ser posible pueda darle algún eco en Madrid, y abrazarse al poder empresarial (su ocupación anterior fue en la Cámara de Comercio), con quien Bonig no ha tenido nunca sintonía. Son las líneas que recorrió con éxito de crítica y electorado Eduardo Zaplana hace casi treinta años, el mismo que situó al joven Mazón en su primer cargo público en la Generalitat.

A favor y en contra

Ahí está otra de las claves de esta crisis del PP. El partido de Pablo Casado afirma que busca una renovación con todos estos relevos, pero al final no se escapa de la sombra de los poderosos del pasado, casi todos con problemas con la justicia. La de Zaplana pesa sobre Mazón. Carlos Fabra y sus más directos colaboradores han movido hilos a favor de la nueva líder en Castelló y en detrimento de Bonig. A Francisco Camps y los suyos les gusta el movimiento y el perfil de Anaya en València. Es como si la última renovación fuera para ir en contra de los que iban a renovar antes y vengar a los popes arrinconados por el peso de investigaciones judiciales (no siempre cerradas).

Génova (Pablo Casado) quería un tiempo sin sobresaltos orgánicos hasta el 4 de mayo (las elecciones en Madrid en las que no se sabe si puede ser peor para el líder que gane o pierda Isabel Díaz Ayuso), pero se ha encontrado con el incendio en la Comunitat Valenciana. Justo además cuando la competencia en la derecha está más tocada. Parece una paradoja.

La lógica dice que una crisis tan importante y desconocida como la actual debe desgastar al Gobierno encargado de afrontarla. Sin embargo, tras trece meses de pandemia, el Consell se mantiene estable y sólido, superada una etapa de turbulencias internas, y la derecha parece en descomposición. Puede ser el inicio de una recomposición, pero de momento lo que hay es el PP más débil de la historia en las Corts enfrascado en una guerra de poder a la espera del congreso (sin fecha). Eso, por un lado.

Por otro, Ciudadanos descabezado tras la fuga de Toni Cantó y esperando que un milagro el 4M detenga la sangría y la ultraderecha de Vox sin desarrollar un liderazgo mínimo en la Comunitat Valenciana más allá del que ejerce desde Madrid Ignacio Gil Lázaro. Madrid, siempre Madrid. La dependencia de las decisiones de Madrid en los partidos valencianos se mantiene vigente cuarenta años después de autonomía, en especial en la derecha. Pero eso da para otro artículo. Y algunos más.

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