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Análisis

Lo de Paco Camps

El expresidente está decidido a ser candidato en València como independiente porque da por hecho que el PP no lo admitirá de cartel

Francisco Camps, antes de declarar en la Audiencia Nacional por Gürtel en 2019. | EUROPA PRESS

Tan cierto es que solo se vive una vez, como que las personas mueren de forma repetitiva. Según a que se dedique uno, su currículum mortuorio podría dar para llenar varias páginas de esquelas. Están la muerte clínica y la biológica, por supuesto, pero también la muerte civil (que viene a ser un deceso reputacional), la muerte política (a veces un hasta aquí llegó el cuento) o la muerte en vida, que es un alistamiento al mundo zombi, a la inercia. El ex presidente Francisco Camps Ortiz falleció por primera vez un día perdido de febrero de 2009 cuando su nombre y cargo fueron colgados en el ropero de la sastrería Gürtel. En mayo declaró en el cadalso del TSJ; fue muerto y sepultado y resucitó en enero de 2012 cuando el jurado popular lo declaró no culpable. Pero la correa y la corbata ya lo habían ahorcado.

Una tarde de julio de 2011 presentó su dimisión después de que Mariano Rajoy enviara a Federico Trillo a explicarle, más o menos, que si Jesús murió en la cruz para redimirnos de nuestros pecados, tampoco era tanto sacrificio dimitir para salvar a una gaviota. Camino del banquillo, las urnas -no un golpe de Estado- le acababan de otorgar su tercera mayoría absoluta: 1.211.112 votos, un 50,7 % de los emitidos. Poca cosa.

Camps ingresó en la cofradía de los caídos en desgracia, de los que sin necesidad de pasar por quirófano se convierten en rostros irreconocibles. Paco lo llevó incluso peor. Entró en un pozo de introspección. Algunos correligionarios empezaron a pernoctar en la cárcel, desde Rafael Blasco hasta Milagrosa Martínez, y recibir condenas judiciales en asuntos en los que él, al menos políticamente, era la X.

A él, sin embargo, le iba mejor en los tribunales. El expresidente del TSJ Juan Luis de la Rúa, el que no encontraba palabras en la RAE para definir la relación tan especial que tenía con Camps, le echó una mano. Archivó la causa de los trajes, luego reabierta por el Supremo, y contribuyó también a que el juez José Castro y la Audiencia de Palma no salpicaran a Camps en el caso Nóos.

Mártir de la izquierda y del PP

La pieza del circuito de la Fórmula 1 no lo ha atropellado, la del rescate de Valmor lleva camino de que tampoco y también se ha librado de la responsabilidad judicial por el expolio de los contratos por la visita del Benedicto XVI a València. Le queda el juicio por los contratos menores de la Gürtel. Un hueso duro, aunque él y su entorno airean que lleva camino de salir indemne de nueve causas. Nueve vidas tiene el gato. Aunque, según cómo se cuenten las ramas gürtelianas, serían 5. Da lo mismo.

En política, como en la vida, las heridas cicatrizan y hacen costra. La primera vez que uno escucha en el videoportero «le traigo una notificación judicial» le entra diarrea. A la vigésima quinta vez, responde con flema «lo siento, los dueños de la casa no están, soy el pintor». Es lo que tiene el oficio. Camps aprendió a vivir al límite hasta el punto de que le cogió la distancia y se convirtió en torero de arte. Mientras repetía que era el pintor, empezó a cultivar el relato de mártir de la izquierda judicializadora y de los medios de comunicación linchadores. Sin motivo aparente, claro. Mártir también de su partido. Siempre ha tenido conciencia de que el PP lo sacrificó y abandonó. Rajoy, el primero. Ese Rajoy al que Camps y el PP valenciano le prestaron «la peseta que le faltaba para el duro» -que diría Rus- en el congreso nacional celebrado en València y en el que el aznarismo puso a Mariano contra las cuerdas.

Sí. Paco Camps murió política y civilmente. Como Rita Barberá, antes de fallecer, el 24 de noviembre de 2016, entre las críticas y el desprecio de rivales, compañeros de partido y, especialmente, de la legión de pelotas que durante los 24 años que fue alcaldesa no osaron soplar en su peana. Fueron finales políticos paralelos. Las últimas etapas de ambos se dirimieron en sede judicial. Taula proyectó sus sombras sobre uno y otro. En el caso de Rita, el empujón para que la causa contra ella tomara cuerpo lo dieron desde dentro. Puede dar fe el exvicealcalde Alfonso Grau. En distintos grados, a ambos -Camps y Barberá- la nomenclatura del partido les dio la espalda. Rita falleció en el limbo político del grupo mixto.

València: decisión tomada

El 26 de mayo de 2021 se cumplirán 30 años de las elecciones que alumbraron el acceso de Rita a la alcaldía, vía abrazo político con Lizondo. Y Camps no piensa desaprovechar la ocasión para meter la quinta marcha en su campaña para presentarse a las municipales de València. Ha repetido varias veces que se ofrece, que le encantaría que el partido se lo pidiera. «Espero», dijo, la propuesta. «Sería el mejor», proclamó.

La oferta es altamente improbable y él lo sabe, pero el trámite queda cumplimentado. No quiere que nadie lo pueda acusar de traicionar a las siglas. Si no va con el PP, irá como independiente. A día de hoy, la decisión está tomada. Será una lista con Camps de uno y Rita Barberá, de dos. Camps pedirá el voto para el legado de la figura de Barberá. El expresidente se presentará como el cordón umbilical con el patrimonio político y sentimental de esa derecha capitalina que de repente sintió que Vox emparentaba mejor con su ADN que una cúpula del PP que decidió enterrar o poner en cuarentena los 24 años de gestión. Camps, como Díaz Ayuso, es un candidato ecuménico para la derecha. Uno a la valenciana y la otra, a la madrileña.

El miedo se llama Toni

Camps está convencido de que puede alcanzar un mínimo de cuatro concejales, que podrían darle la llave de la alcaldía. Solamente tiene un temor: que la lista del PP vaya encabezada por el político para todo Toni Cantó. Solo en ese escenario se replantearía seriamente dar el paso. Considera que Cantó, como él mismo, no son candidatos de partido, sino de la derecha.

No es casual, por supuesto, que la portavoz popular en el ayuntamiento, María José Català, se haya descolgado con la iniciativa de nombrar a Barberá alcaldesa honoraria con la coartada del 30 aniversario. Pero, sobre todo, un intento de vacuna contra la operación Camps, que está on fire.

La última vez que desde la dirección popular elogiaron la figura de la exalcaldesa, la familia acusó al partido de hacer un «miserable uso electoralista». Y recordó a Català y a Isabel Bonig su voto favorable en Corts a que le quitaran el acta de senadora territorial. La herencia política de Rita es «patrimonio único y exclusivo de todos los valencianos» y no del partido que «la abandonó, maltrató y expulsó de sus filas».

La prejubilación de Bonig

Camps es un problema añadido, y no menor, para el PP. Porque València no es un escenario cualquiera. El estorbo llamado Paco va tomando cuerpo justo cuando se está acabando de cocer el cantado relevo de Bonig por el zaplanista Carlos Mazón. La presidenta popular estaba sentenciada desde el día que llegó Casado a Génova. Pablo y su esposa, la ilicitana Isabel Torres, son amigos del presidente de la Diputación de Alicante, quien guarda una magnífica relación con el campeón del mundo de lanzamiento de huesos de aceituna, Teodoro García Egea, también secretario general del PP. Bonig estaba abocada a una rendición pactada. Pero ella no es Pedro Agramunt. El compañero de Camps en el Foro Populares 2020 y defenestrado en su día por Zaplana fue premiado con un vale por un acta de senador vitalicio. Bonig no quiere esa prejubilación. Si acaso irá de cabeza de lista del PP por Castelló en las próximas legislativas. Su deseo es que la portavocía en las Corts pase a su lugarteniente, Eva Ortiz.

Al contrario que su padrino Eduardo Zaplana, Mazón no anda sobrado de ambición ni adicción al riesgo. El principal efecto secundario de llegar prematuramente a la teta pública es que te endulza el carácter y te aterciopela el ánimo. Le ha sucedido al presidente de la diputación alicantina, quien fue nombrado director general del IVAJ con 25 y, a sus 47 es todo un profesional de la política.

En tiempo de tribulaciones no es conveniente hacer mudanzas. Pero no es menos cierto que las mudanzas invitan a las tribulaciones para abrir nichos de mercado. Y Camps lo sabe. Y se está moviendo mientras Génova consuma la operación de relevo en la que quiere que las bases aplaudan cuando indique el regidor. La ocasión pinta magnífica para que Camps remueva el sentimiento de orgullo herido en las bases. El expresidente acelera su campaña. Abrirse cuenta de Twitter fue un paso. No se sorprendan si próximamente en sus pantallas lo ven en el programa de Jordi Évole, quien, tras mucha insistencia y algún viaje a València, ha logrado arrancar la predisposición de Camps.

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