En la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) València la llaman con cariño «la abuela», aunque el apodo no le hace justicia. Tampoco la ha habido para ella tras una orden de desahucio «abierto» -sin fecha ni hora concreta- que la dejó en la calle el pasado viernes por la mañana, con una comitiva judicial dándole prisas para que saliera cuanto antes por la puerta, no fuera que la PAH volviera a organizarse con rapidez y paralizara, de nuevo, el desahucio.

Dos días antes había sido así y ya era la segunda vez. La plataforma se plantó en la puerta de la mujer el pasado miércoles e insistió en paralizar el desahucio alegando el decreto estatal que prohíbe los desalojos a los más vulnerables y, además, se prolonga hasta agosto.

Y es que la mujer tiene un informe de vulnerabilidad porque tiene 70 años y una pensión de 690 euros. ¿A dónde va con esa pensión y en pandemia? Pues dos días después se fue a la calle. Con lo puesto.

Se llama María Ángeles y no es ella quien busca a la prensa. La han tratado «como una delincuente y yo soy una buena mujer», y siente tal vergüenza de verse en su actual situación que cuesta convencerla para que consienta una imagen de espaldas y dar su nombre de pila. Ni una cana en una media melena cuidada, uñas arregladas, joyas sencillas, bien vestida y con estilo. Quien se la cruce por la calle no pensará que lo que lleva puesto es lo único que tiene. No le han dejado nada. Ni sus cosas materiales (muebles, electrodomésticos, ropa, zapatos, joyas, televisión, ordenador, menaje de hogar...) ni las sentimentales (documentación, recortes, fotografías, regalos, cuadros, objetos de decoración...). Ni tan siquiera los recuerdos de una vida. «Me duele una vajilla de mi bisabuela, por ejemplo. O el libro de familia de mis padres. Las fotografías... Siento que me han robado todas mis cosas, mis recuerdos. Es muy injusto porque pensaba que las podría recuperar. Me dijeron que saliera corriendo y me han dejado sin nada. Lo que tengo puesto es lo que me queda», explica. Y aunque no quiere emocionarse, no lo puede evitar.

Todo lo que consiguió en su vida trabajando como visitadora médica, todo lo que heredó de sus familiares, sus fotografías, su documentación, toda su vida ha desaparecido tras llegar en un camión de mudanzas al ecoparque de Alboraia el mismo día en que a ella la dejaron en la calle tras salir con lo puesto de una vivienda de la avenida Guillem de Castro que su propietaria quiere destinar a otros menesteres en perfecta legalidad jurídica.

Alquiler de 530 euros

Porque a María Ángeles no la desahucian por impago ni por no poder hacer frente a los recibos. A esta mujer la desahucian porque la actual propietaria (una gran tenedora con viviendas en València, Girona y Barcelona) no le quiso renovar el contrato de alquiler tras fallecer su madre y heredar la vivienda.

Cuando María Ángeles empezó a vivir en esa casa (1988) pagaba el alquiler en pesetas. El precio actual era de 530 euros. Pero la actual propietaria la quería fuera del piso tras 33 años en él y fuera está, pandemia incluida. Y no ha habido ley ni justicia que la proteja. Ni a ella ni a sus cosas. Y es que el 3 de mayo, la abogada de oficio de María Ángeles presentó un escrito al juzgado en el que solicitaba «que se señale un día y hora para poder retirar los enseres, pertenencias y muebles de la vivienda , que será mediante un servicio de mudanza. Y en el caso de que la parte demandante las haya retirado, solicito que me diga donde las ha depositado para ir a recogerlas» ya que «mi representada, al producirse el lanzamiento el viernes 30 de abril de 2020, solo pudo llevarse algunas pertenencias, dejando en la vivienda, la mayoría de sus pertenencias y muebles».

La respuesta del juzgado llegó un día después (el 4 de mayo) y en ese informe, el abogado de la actual propietaria asegura que los bienes de María Ángeles «se consideran abandonados a todos los efectos» y que «para evitar que la mujer volviera a meterse en la vivienda, el viernes 30 de abril de 2021 por la tarde se contrató a una empresa de mudanza para que se llevara a un punto limpio de la ciudad de València (ecoparque de Alboraia), todos los bienes muebles y enseres que dejó abandonados». La mujer, que vive de forma provisional con una amiga, lamenta que le hayan «tirado o robado todas mis cosas».