Con la última campanada de 2019, las enfermeras celebrábamos la llegada del año en que por fin, una organización como la OMS nos ponía en el punto más alto de la pirámide. Todas nuestras necesidades básicas habían sido realizadas con satisfacción, como nos enseñó la buena de Virginia Henderson.

Aprovechando que el 12 de mayo de 2020 se celebraba el 200 aniversario del nacimiento de Florence Nightingale, declararon ese como el Año de la Enfermería.

Y vaya si lo hemos celebrado bien. La diferencia de estos 201 años que nos separan en el tiempo, es que la capa que lucían nuestras compañeras en el siglo pasado con una cofia para sujetar el pelo, la enfermería de hoy lo hemos cambiado por unos trajes de plástico, gafas de buceo, doble mascarilla, doble o triple par de guantes y un gorro que sólo se usaba en quirófanos o en salas blancas A.C.

No quiero recordar ahora, en nuestro día a día, todo lo que hemos pasado en "nuestro año". Porque aún salgo llorando de mis turnos.

Cuando comenzó todo, allá por marzo de 2020, vivíamos sin saber lo que iba a pasar al día siguiente. Era una mezcla de miedo, impotencia y emoción: miedo porque no sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Impotencia porque la gente se nos moría en los brazos en cuestión de minutos y emoción por las muestras de cariño cuando escuchaba los aplausos de camino a casa.

Nunca le he tenido miedo a la muerte. Mi primer contrato, en el año 2006, coincidió con el día del accidente de metro. Así que en mi primer día de trabajo, la muerte me dio un bofetón con la mano abierta y entendí que esa señora que vestía de negro iba a ser mi compañera de profesión. Algo que después de muchos años acabas entendiendo.

"Ya no se oyen los aplausos, se oye el brindar de unas copas"

J.T.R. - Enfermera en un hospital valenciano

Me hice enfermera porque una vez leí una frase tan bonita que pensé, "tengo que dedicarme a aquello donde esto se cumpla" y la enfermería lo cumple con creces.

Esta frase rezaba lo siguiente: "Si puedes curar, cura. Si no puedes curar, alivia. Si no puedes aliviar, consuela. Si no puedes consolar, acompaña". Le pedí a una amiga que me lo escribiera en los zuecos que suelo calzar para trabajar, junto a esta frase llevo un corazón humano para que no se me olvide nunca por qué me dedico a esta profesión.

Cuántas noches en el último año he acompañado a gente en el último suspiro mientras ,a través de mis gafas empañadas intentaba leer mis zuecos con los dientes apretados para no llorar.

En mi último turno lloré delante de pacientes. Exhausta, pero esta vez de rabia. Ya no se oyen los aplausos, se oye el brindar de unas copas. Sentido común por favor, esto todavía no ha terminado. Aún estamos intentando salvaros y salvarnos para que nuestra luz, como la luz del candil de la señorita Nightingale, no se apague antes de tiempo.

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Sólo me queda felicitar a todos mis compañeros, a los que dejaron huella y a los que no. Los que me enseñaron mucho y los que me enseñaron poco. A los que me hicieron reír a carcajadas con sus ocurrencias y a los que me levantaron del suelo cuando no podía más. Me acuerdo de aquellos que me daban un abrazo para empezar un turno. De aquellos a los que veo más que a mi familia y al final son mi familia de la vida. A todos feliz Día de la Enfermería, en especial a todos aquellos que ya no están.

De JTR con cariño para Janet, mi primera maestra cuando aún era estudiante.