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"La universidad se democratizó en los 80 pero hay un retroceso"

El catedrático Joan Romero alerta de una regresión en la última década en el acceso a los estudios superiores del alumnado más humilde

Joan Romero, en la Nau de la Universitat de València. | GERMÁN CABALLERO

Después de pasar más de 40 años en la Universitat de València (UV), asegura que ahora puede mirar «con perspectiva y tomar distancia para hacer balance». Defiende que los jóvenes no son tan malos como se les pinta —ni merecen algunas de las etiquetas impuestas— y que la universidad y las Administraciones Públicas tienen muchos deberes para mejorar un sistema universitario que considera «bueno» y «resiliente», pero en el que la brecha de la desigualdad socioeconómica se está ensanchando para una parte del alumnado.

Joan Romero (Albacete, 1953) es catedrático de Geografía Humana y se siente «un privilegiado por haber sido profesor, uno de los oficios más dignos que existen». De sus clases y de esta vocación docente —que, asegura, le llegó desde muy joven— han disfrutado y aprendido diferentes promociones de miles de historiadores, geógrafos, politólogos y también periodistas.

El cuatrimestre pasado dejó las aulas —a los 67 años y en cierta manera a la fuerza, al ser una recomendación médica la que no le ha permitido retrasar su jubilación tanto como deseaba— y reivindica el «servicio a la comunidad» que hacen los docentes, «de manera altruista» y que cree que está infravalorado.

El profesor se considera, además, «doblemente privilegiado» al conocer la universidad también desde la barrera de la gestión política: entre los años 80 y 90 fue director general de Universidades, secretario técnico en el ministerio y conseller de Educación un par de años, con el PSPV.

Del sistema público universitario destaca su «capacidad de resiliencia» ya que «tiene casi un 20 % menos de presupuesto que hace una década», pero también detecta algunas asignaturas pendientes: «Deben eliminarse expresiones asociadas al gremialismo y establecer una mayor conexión con el entorno real (también con el sistema educativo no universitario); así como evitar riesgos como la «homogeneización de contenidos en manos de grandes monopolios y la mercantilización de la enseñanza», indica.

Dudas sobre la meritocracia

A pesar de esto, se muestra optimista y es consciente de que buena parte de la solución está en manos de los poderes públicos, a los que apremia y alerta de una «regresión en los últimos 10 años»: «La universidad se democratizó en los años 80 pero ahora se ve un retroceso», lamenta Romero.

«Hay una barrera de clase social que ha existido siempre, pero que, afortunadamente, quedó de lado en las primeras fases de la democracia, cuando hubo un acceso generalizado de los hijos de los trabajadores y eso es un éxito de la democracia», explica. Así, «hasta hace una década no había visto que un universitario brillante no hiciera un máster porque su familia no lo podía pagar, lo que sí ocurre ahora». Por ello, le preocupa que muchos jóvenes hayan dejado de creer en la meritocracia, porque «no pueden culminar su proceso formativo, por la ‘mochila’ que llevan».

Para revertir esto pide un sistema más fuerte de becas (incluidas las salario), al tiempo que asegura que «no es cierto que antes los alumnos fueran mejores. «Quien dice eso, no recuerda cómo era cuando llegó a la universidad», zanja. «Ahora hay jóvenes muy bien formados, mejor que mi generación, con bastante vocación, interés y capacidades». «El contexto ha cambiado y tienen otras habilidades, que no significa que sean peores», detalla, al tiempo que aclara: «Salen bien preparados y su nivel es equiparable al de otros países; el problema de la universidad no es ese».

El catedrático se reconoce como un «enamorado» de la enseñanza, en todos sus sentidos. Afirma, sin dudar, que la educación es «el más democrático y el único valor que existe». «Hay cosas que no olvidas nunca. Mi familia era de las más humildes. Entré tarde a la escuela y pude hacer mis estudios gracias a las becas. En clase, yo percibía cómo mi origen social era distinto al resto (por las manos, la ropa...) pero a la hora de adquirir conocimientos, de expresarlos... ¡era como ellos! La educación era lo que me hacía más igual a los demás», asegura. «Por eso es importante que no se pongan barreras», insiste.

«Echo mucho de menos la docencia. En el aula se producen aprendizajes colectivos, crecimiento en compañía, acompañamiento... la conexión entre profesores y estudiantes es impagable», admitía a este periódico el pasado invierno, después de dejar las clases.

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