Hoy despedimos una primavera climatológica que ha sido bastante inusual desde el punto de vista meteorológico en buena parte de la vertiente mediterránea. Antes que nada, quiero recordar que en Climatología las estaciones se dividen en función de la temperatura media y las precipitaciones. Por ejemplo, la primavera abarca los meses de marzo, abril y mayo, mientras que el verano comprende el trimestre junio, julio y agosto, que coincide con ser el período más cálido y seco en buena parte del país. Exceptuando gran parte del mes de mayo, resulta que en marzo y abril pasamos más frio que en febrero, por la persistencia de los vientos de levante y la presencia de aire frío en altura, que incluso nos dejó alguna nevada copiosa para la época en las montañas alicantinas. Muchas nubes y muchos días de lluvia, al contrario que lo que ha pasado en mayo, donde en 24 horas en bastantes sitios hemos sumado más precipitación que en todo el mes de abril. Y es que a partir de ahora lo normal es que las lluvias sean escasas en verano, como bien sabemos todos, aunque siempre hay matices en la Península Ibérica, por su compleja orografía y punto de encuentro entre masas de aire, continentes y mares de distinta naturaleza. Por ejemplo, en algunas zonas de la Ibérica y de los Pirineos el verano es una de las estaciones lluviosas, gracias a las tormentas, tan temidas en esos lares por sus consecuencias catastróficas en el campo. Un chaparrón tormentoso estival puede cambiar el balance pluviométrico mensual o el de la estación, ya que la precipitación media en esta época es exigua en la mayor parte del país, aunque en los últimos años agosto nos está dejando bastante movimiento en el litoral mediterráneo. A la espera del calor y de las noches tropicales, al menos en esta ocasión llegaremos sin grandes sofocos tras una primavera muy lluviosa, algo que le ha venido de categoría a los montes, embalses y acuíferos.