Cientos de jóvenes se arremolinan en la plaza de Honduras como un torbellino. Algunos cenan en las terrazas, otros bailan, saltan, silban, chillan y cantan a grito pelado al son de un altavoz que alguien ha plantado en la tierra del parque y que escupe reguetón a los asistentes. De repente un chico agita una lata cerveza, la revienta y lanza el líquido por encima de las cabezas. Muchos acaban de finalizar la EBAU y quieren darlo todo en el primer jueves universitario sin toque de queda. Mientras tanto, una persona mueve su coche sin percatarse de las botellas de cerveza en el techo, que acaban rotas en el suelo. No son ni las once.

La plaza de Honduras es ese sitio en el que una punky de metro cincuenta, mohicana rosa rapada por los lados, pirsin en la nariz, botas militares con pinchos y medias de rejilla comparte espacio y hasta risas con un chaval de dos metros, zapatillas blancas impolutas de más de 100 euros y polo beige, que trabaja como modelo, y le gustaría, en un futuro, opositar para policía.

Los perfiles son diversos, pero la mayoría son universitarios o futuribles dependiendo de qué nota tengan en la selectividad. Todos coinciden en que «había ganas» de salir, pero hay diversidad de opiniones sobre las restricciones al ocio nocturno, que les obliga a cerrar a las dos de la mañana.

«Me lleva pareciendo fatal desde el principio. No me parece nada bien, porque la hostelería es un sector que se merece seguir funcionando», cuenta Elena, una estudiante de selectividad sentada en un banco, al lado de la bolsa de supermercado en la que guarda el botellón.

Eric, estudiante de diseño, en cambio defiende que «si somos una de las regiones de Europa con menos coronavirus será por algo», y dice que «ve bien» las medidas y la prudencia.

Terrazas y locales a rebosar en el primer jueves universitario sin toque de queda. M.A.Montesinos

Luz al final del túnel

Las terrazas de la calle Serpis son un panal de muchachos y muchachas al principio de la noche. No hay una silla libre. Llenazo. La cerveza se sirve a tutiplén y los rollos de Kebab se consumen como cigarrillos porque los trabajadores no dan a basto con tanto chaval y chavala caninos.

Al lado, en la plaza, se sientan Camilo y sus amigos recién salidos de la EBAU. Filosofía le ha salido flojo, Matemáticas bastante bien, aunque «se han pasado un poco en Valenciano». Sea como sea al preguntarle sobre si había ganas de salir lanza un suspiro como quitándose de encima un saco de meses de estudio, presión para decidir tu futuro antes de sacarte el carnet de conducir y preparación de otra selectividad en pandemia. Cuenta que «no le parece justo» que «en València cerremos a las dos mientras en Madrid están toda la noche, cuando hay treinta veces más coronavirus que aquí».

En la plaza del Cedro, otro lugar habitual de fiesta, está Victor Moratal, gerente de dos pubs de moda, uno enfrente del otro. Explica que «ha venido mucha más gente, se nota que están terminando los exámenes y se empieza a mover la cosa». Pese a todo, aunque dice que «se está viendo la luz al final del túnel», cuenta que «todavía se ve muy lejos». «Estamos a seis meses así de cerrar», lamenta.

«No me molestan las medidas si somos de las regiones de Europa con menos casos es por algo», explica Eric

Moratal cuenta que las restricciones «le parecen bien y mal». «Desde el año pasado nos están obligando a cerrar, y cuando sales a las dos de la mañana ves la plaza a reventar de gente. Es muy común recoger todo para volver a casa a dormir y ver todos los jardines de Blasco Ibáñez, o la plaza de Honduras llenos de chavales. Eso me parece una vergüenza. O dejan los locales donde la gente está controlada y atendida con medidas de seguridad o mantiene el toque de queda», denuncia. Moratal, que critica que las subvenciones de la Generalitat «no llegan», añade que ya hay dos locales en la plaza que han tenido que bajar la persiana por culpa de la pandemia de coronavirus.

En esa dirección apunta Álvaro, un madrileño de visita en València con su amigo Klaus. «El tema es que si tú cierras a las dos, la gente después de esa hora se va a ir a seguir la fiesta en pisos, o en la playa. Creo que si mantienes los bares abiertos un poco más es más fácil que se controle todo, porque aquí tienes que ir con mascarilla, distancia, etc. En un piso lleno de gente bebiendo no va a haber ningún control», apunta.

«Obviamente la gente va a seguir haciendo botellón, porque a las dos de la mañana la gente todavía está empezando», señala Mireia, una estudiante de FP desde una terraza.

El botellón sigue en Honduras, pero a 200 metros, en la biblioteca del campus universitario de Taronjers, se encuentran Samuel y Marta, estudiando para los exámenes finales. Son la otra cara de la noche valenciana. Explican que les gustaría que se retiraran las medidas, pero que «depende del comportamiento de la gente y el cuidado que tengan».

Varios jóvenes sentados en un banco en la plaza de Honduras M.A.Montesinos

Ocio callejero

Vuelta a la plaza, las mascarillas se han convertido en anecdóticas. La mayoría de personas las llevan bajadas, otros incluso en el bolsillo. Sobre la 1:30 los locales de los alrededores empiezan a cerrar las terrazas, ya que a las 02:01 tienen que estar completamente vacíos.

A diez minutos de las dos, 15 agentes de policía aparecen en el lugar. Desde la calle Serpis bajando hacia Blasco Ibánez, van dispersando el torbellino de gente, a paso lento. Algunos, los remolones, son guiados con una linterna, como si fuera un rebaño, en diez minutos la plaza está vacía (de personas, no de basura).

A un chico le paran por su aspecto físico (camiseta de tirantes de Soziedad Alcoholica, zapatillas llenas de tierra y chandal hasta los gemelos. Lo registran bien a fondo, durante diez minutos, y acaban con la frase del chaval: «veis como no tenía nada». Los agentes explican que desalojar la plaza es un procedimiento habitual en las últimas semanas, la enorme mayoría de ocasiones, debido a las quejas de los vecinos. Conforme avanzan los policías, desde las ventanas y los balcones se escucha «gracias», y «el próximo día venid antes».

Vacía la plaza y tras varias identificaciones, un policía comenta, «nosotros no somos la solución al botellón, la solución no es policial, sino de educación, para acabar con esta cultura del alcohol», dice mientras se agarra las solapas del chaleco.

El hormiguero de la plaza de Honduras se deshace, y los jóvenes pasan a los jardines de la avenida de Blasco Ibáñez. El botellón no ha parado, pero por lo menos las autoridades han conseguido separar a las personas y llevarlas a un espacio más amplio. Los locales han cerrado, pero no hay toque de queda ni necesidad de ir a casa, para la mayoría, la noche no ha hecho más que empezar.