Como continuación al artículo de la semana pasada, ya en épocas históricas y por tanto ya con documentos escritos empieza a ser más fácil obtener indicios más directos de los climas del pasado. Cuando quedan escritos y archivos en los que se habla de cosechas, catástrofes concretas, etc. Se pueden deducir las condiciones climáticas que ocasionaron esos hechos humanos ya que en estas épocas la actividad agraria era casi la única y dependía de forma casi exclusiva del comportamiento del clima y del tiempo. Especial atención merecen en este contexto los archivos eclesiásticos. En ellos resulta especialmente interesante la observación de los ciclos de sequía a partir de las rogativas pro pluviam. Estas rogativas tienen un singular proceso de declaración desde la solicitud de los gremios hasta llegar a las autoridades civiles y eclesiásticas y, en función de la gravedad de la sequía están muy estipuladas y ello permite la generación de las denominadas proxy data, en los que un elemento cualitativo como la declaración de una rogativa pro pluviam (para que llueva) o ad serenitatem (para que deje de llover) permite la generación de unas gráficas cuantitativas, tras una comparación entre archivos de distintos lugares, permite generar un estudio del clima histórico en amplios periodos hasta llegar a las puertas de la climatología cuantitativa, basada ya en datos cuantitativos objetivos.

En el siglo XIX y sobre todo ya en el XX la red de observatorios creciente en densidad e información permite llegar al siglo XXI, con datos ya digitales y de máxima precisión sobre distintos parámetros climáticos. En este contexto conviene dejar claro que cuando se habla de cualquier dato climático anterior a la época contemporánea utilizamos datos indirectos en los que no se pueden basar afirmaciones rotundas sobre que algún evento pluviométrico o térmico no ha pasado nunca en la historia del planeta.