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"No fuimos héroes, pero por primera vez fuimos visibles políticamente"

Soler, Dolç y Guia, tres de los «10 d’Alaquàs», participan en un proyecto del IES Faustí Barberà y visitan el lugar donde se les detuvo por defender la autonomía

Vicent Soler, Carles Dolç y Josep Guia, ayer en la Purísima de Alaquàs. | GERMÁN CABALLERO

El trayecto de Alaquàs a València lo hicieron comiendo papel. Literalmente. Arrancando hojas de una agenda y tragándose los nombres de las personas que se oponían al régimen franquista en la Comunitat Valenciana para que, una vez en comisaría, la Policía de la Brigada Político Social (BPS) no detuviera a decenas de personas disidentes.

Fue en el camión de camino a los calabozos. «Els 10 d’Alaquàs» habían sido descubiertos en su tercera reunión de la «Taula democràtica» en la casa de ejercicios espirituales La Purísima de Alaquàs.

En ella, un grupo de opositores al régimen debatían y diseñaban un Estatuto de Autonomía como los de Cataluña, Galicia y Euskadi. La idea: promover acciones en el territorio valenciano para «la libertad, la democracia y para reclamar la atención de los antifranquistas españoles en los derechos del autogobierno valenciano». Esos diez eran J.J. Pérez Benlloch, Ernest Lluch, Vicent Soler, Josep Guia, Francesc Candela, Josep Corell, Laura Pastor, Carles Hug, Carlos Martínez Llaneza, Xavier Navarro y Carles Dolç.

Ayer, el ahora conseller de Hacienda, Vicent Soler, Josep Guia y Carles Dolç volvieron a Alaquàs en la víspera de Sant Joan, pero 46 años después. Lo hicieron en el marco de la culminación de un proyecto del IES Faustí Barberà del municipio de l’Horta Sud, «La memoria de los dedos», en el que se reconstruye la historia con testimonios y objetos y se concretan los conceptos abstractos como la «represión» a través de historia viva. Ayer, tres de los diez de Alaquàs rebobinaron a un momento clave del tardofranquismo —que vivieron en primera persona— para los alumnos de 4º de ESO y 1º de Bachillerato.

Ante la mirada de decenas de jóvenes, Soler, Guia y Dolç rememoraban lo que fue aquella disidencia y lo que dejó. «Fue una cita inédita, pues fue el primer movimiento para dar entidad política al País Valencià, como una unidad y en un documento político escrito en catalán», comenzó ayer Josep Guia. Carles Dolç añadió, seguidamente, que aquella «Taula Democrática» buscaba «reconocer la identidad de un pueblo a través de su cultura y de su lengua, elementos negados por Franco», además, añadió, «el régimen era muy centralista, para resolver problemas locales se tenía que consultar en Madrid y eso impedía que las decisiones se acercaran a las necesidades reales».

Vicent Soler, por su parte, se dirigió junto a sus compañeros a los alumnos y alumnas para admitir que «no fuimos héroes, pero por primera vez se explicitó que los valencianos lo queríamos todo. Democracia, libertad, amnistía y el Estatuto de Autonomía pendiente tras estallar al guerra». Además, la búsqueda del reconocimiento de la nacionalidad histórica ubicó al territorio en el mapa, «salimos de la invisibilidad política, no existíamos como valencianos y teníamos derecho a existir». Tras reunirse en dos ocasiones entre 1974 y 1975, Guia propuso La Purísima como lugar del tercer encuentro para constituir el Consell Democràtic Valencià. Por su tranquilidad y porque los centros espirituales pasaban más desapercibidos.

«¡Quietos, manos en la mesa!»

A las cinco de la tarde ya estaban alrededor de una mesa en una de las salas que visitaron de nuevo ayer cuarenta años después. Tras unas horas de diálogo en aquella reunión de 1975, las voces de estos diez se cortaron en seco. «¡Quietos, las manos en la mesa!» dijo la brigada política social al entrar en la sala, pistola en mano. Ayer los entonces presentes lo recordaban. «Me impactó. Nunca había visto un arma», rememora sobre sí mismo Soler, que entonces tenía 25 años. «Pusimos todos los papeles en medio de la mesa para que no identificaran qué era de quien», recuerdan los tres.

El resto fue rápido. Camión, comer papel y llegada al calabozo. «Nuestra caída fue de guante blanco, en el sentido de que no nos torturaron», recuerda Carles Dolç. «La policía torturaba y mataba, pero a nosotros no nos tocaron un pelo», continúa. Dice Dolz que fue por dos motivos. «Había personalidades importantes, vinculadas a la universidad y además vivimos la primera ola de solidaridad de la oposición que nos apoyaba desde fuera».

Dicen que en los tres días que permanecieron encerrados (les pedían entre seis meses y seis años de cárcel), las cosas cambiaron mucho. «Notabas que algo estaba pasando fuera, vino el decano de Economía y el director de la escuela de Arquitectura a ver a Soler y Dolç». Al salir, todo cobró un sentido que todavía emociona a los entonces presentes. «Al atravesar la puerta del Palacio de la Justicia, una multitud de gente nos recibió con aplausos, fue muy emocionante». El resto ya lo conocen ustedes. Llegó la democracia y cada uno de los diez siguió su camino. Se consiguieron cosas. «Muchas», recalcó Soler ayer. «Pero quedan otras muchas, empezando por la financiación», concluyó Soler.

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