Ximo Puig tiene desde hoy más presión para acometer una reforma del Consell. Algunos, desde dentro y fuera del Gobierno, la piden desde hace tiempo. La vicepresidenta y líder de Compromís la reclamó en septiembre de 2020. Puig se ha resistido. Es una línea, la de la estabilidad por norma, que le funcionó en la primera legislatura.
La remodelación del Gobierno de España no supone un cambio de estructura, que mantiene más de veinte carteras. En ese sentido, Puig no nota presión para un gabinete más reducido: ahora tiene doce miembros (diez en el primer Botànic).
Lo que el jefe del Ejecutivo tiene difícil es resistirse a un cambio de consellers. El contexto es parecido: afrontar la recuperación desde un enfoque economicista y verde. La diferencia es que la C. Valenciana vuelve a registrar un episodio de expansión del virus. Le da un argumento a Puig para seguir con el foco en la cuestión sanitaria y retrasar una remodelación que en su entorno dan por segura.
Pero no ahora, se aprestan a puntualizar sus colaboradores. La agenda valenciana tiene sus tiempos, argumentan. Sería posiblemente tras el verano. Sánchez ha querido actuar antes para evitar que el cambio pueda llevar a perder fondos de la UE. Puig tiene la oficina engrasada. No siente esa amenaza.
Otra lectura es el estado del poder valenciano en Madrid (y lo que suceda con las inversiones, que han alcanzado el 10 % del peso poblacional) una vez que el todopoderoso Ábalos deja de serlo. Sánchez ha realizado un gesto a Puig al elegir de ministra a una política de su confianza. Pero por cifras el poder valenciano retrocede: de los siete ministros que caen, tres son valencianos, casi el 50 %. Si se trata de estar, la C. Valenciana está menos. Habrá que ver si con menos tiene más influencia.
