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"No podemos vivir con el mismo miedo que antes"

Los locales y las terrazas cercanos a la playa de València se llenan de vecinos y turistas españoles pese a la subida de contagios

Una terraza frente a la Malva-rosa ayer a mediodía. | JM LÓPEZ

Mientras la quinta ola del coronavirus aprieta el paso en la Comunitat Valenciana, las vacaciones estivales continúan para algunos. Bares, terrazas y chiringuitos intentan hacer caja gracias al turismo nacional que viene, pero también con los valencianos que se han quedado.

«Este es el único capricho que nos hemos dado este verano, comer», explica Carmen, de 54 años y vecina de Abastos. Ella y su marido están con unos amigos en una terraza de la Malva-rosa. Los dos están vacunados y aseguran que se «niegan» a vivir como antes. «No podemos vivir con el mismo miedo que antes, eso era insufrible. Nosotros estamos vacunados, tomamos precauciones, pero no podemos dejar de hacer planes que nos dan la vida», asegura Ramón, quien confiesa ponerse nervioso con la pregunta: «¿No te da miedo el virus?». «¿Cómo no me va a dar miedo? Tengo amigos que han estado muy enfermos, pero si te toca, te toca. Me niego a vivir encerrado y con más miedo. Lo siento mucho», espeta.

A pocos metros de su mesa, dos amigas procedentes de Madrid, Marisa y Yolanda, toman el vermut alejadas del resto. «Tomo las precauciones que puedo. Después de cada trago siempre me pongo la mascarilla. Es el precio que hay que pagar para salir y tener una vida medio normal», explica Yolanda. «No puedo soportar la idea de otro confinamiento. Aunque no creo que haya. Las vacunas no son perfectas, pero algo hacen», señala. Las dos están de acuerdo en seguir consumiendo ocio, cultura y restauración pese al aumento de casos en la C. Valenciana. «Si el sitio está bien organizado, no tiene por qué pasar nada», y señalan lo que para ellas supone un riesgo mayor: la no obligatoriedad de portar la mascarilla en la calle.

«Hay gente que no se la pone bajo ninguna circunstancia. Eso sí que es peligroso porque yo asumo el riesgo de tomar un vermut con mi amiga y contagiarme, pero no el de cruzarme con cualquiera en la calle», concluye.

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