El siglo XVI fue un siglo en el que las oleadas de epidemias se sucedieron aceleradamente en las regiones de la hoy Europa. Nuestra península no se salvó de dichas pandemias, aunque en un primer momento Valencia -100.000 habitantes por entonces- fue un oasis gracias entre otros motivos a las medidas de seguridad que adoptó el Consell de la Ciutat, que prohibió a la vecindad cualquier contacto con personas o mercaderías, bajo pena de cárcel, que llegasen a la ciudad procedentes de los territorios afectados, especialmente Castilla y Cataluña.

 Pronto, de 1519 a 1523, hubo peste en Valencia. En 1524, Xàtiva sufrió peste de landres, que se recrudeció en 1527. En 1551, forment podrit alamacenado que se distribuyó produjo una epidemia en Valencia, a la que siguió en 1555 otra de sarampión. En los años 1587 a 1589, la peste bubónica –ésta llegada desde Flandes- se enseñoreó de todos los reinos de España, prologándose la situación durante el resto del siglo XVI y el XVII. Fueron arrasadoramente mortíferas las oleadas epidémicas de 1649 y 1676. En 1647, murieron de peste en el reino de Valencia 16.000 personas. En Madrid se dispuso que en las puertas de entrada  a Madrid se rociaran con las cartas que provinieran de aquel reino de Valencia. En 1649, se prohibió entraran en Madrid quienes viniesen de Valencia.

 Valencia, además, tuvo riadas alternadas o paralelas con las olas epidémicas, como la de 1589, que arrasó como siempre la ciudad y entre otros desastres se llevó por delante el Puente del Real, el que conectaba la ciudad con el palacio real y hubo que reconstruirlo a toda prisa para las bodas reales entre Felipe III y la  archiduquesa Margarita de Austria celebradas en la catedral de Valencia.

San Roque con su perro

 

El culto a san Roque

Con este panorama, por si acaso, la gente no tuvo más remedio que aclamarse a san Roque, quien en el santoral litúrgico ha tenido siempre fama de abogado y defensor contra todo tipo de epidemias y pestes. El 14 de agosto de 1589 el Consell de la Ciudad emitió un bando estableciendo que “por ser dicho Santo Abogado contra todo mal contagioso, y de Peste se guardase su fiesta en su dia 16 de agosto, la qual se votó después por la ciudad en el año de la última peste de 1647”.

 La fiesta se encargó de organizarla y acapararla el Convento de los Carmelitas, porque en su iglesia tenía capilla, reliquia y cofradía san Roque. Fue un carmelita francés, monje del Calzado de Valencia, quien se trajo desde Montpellier, su tierra y lugar natal del santo, la devoción y culto a san Roque y lo popularizó en Valencia.. El Convento Carmelita hubo de negociar con la Parroquia de la Santa Cruz. a cuya jurisdicción territorial pertenecía el cenobio - cuya histórica Iglesia hoy ya no existe- para que aquella autorizara a los frailes a procesionar a san Roque por su territorio. Era frecuente hacer pactos y concordias entre parroquias y entre éstas y los conventos para resolver los conflictos generalmente  de interés económico que solían surgir, como los de los derechos de enterramientos, una buente fuente de financiaión,  La parroquia de Santa Cruz firmó Concordia con los Carmelitas para que éstos hicieran su procesión con san Roque y oficios, actos a los que asistía el Consell de la Ciutat. Cuenta Orellana la curiosidad de que la popular procesión de san Roque correspondiente al 16 de agosto de 1801 no se hizo como un acto más de presión y protesta al rebelarse y amotinarse el pueblo contra los abusos impositivos del Intendente Jorge Palacios y Urdariz, montando tales protestas que obligaron a darse a la fuga al supradicho para evitar su linchamiento y ejecución.

Una cerámica de San Roque

En algunas calles y plazas de la ciudad se erigieron capillitas con la imagen de san Roque. El 5 de mayo de 1585 los Jurados de la Ciudad acordaron que en La Escopetería fuese pintada una imagen del santo protector para que defendiese la ciudad contra la peste. Las epidemias aumentaban y el culto a san Roque se acrecentaba. Se pasó de las procesiones particulares de los Carmelitas a realizar procesiones generales por la carrera de costumbre de la ciudad. Incluso en los años de mayor auge de la devoción al santo se organizaron festejos taurinos en torno a su fiesta agosteña. El santo tuvo su espacio en la toponimia urbana, el callejero,  con una plaça de Sanct Roch y un  carrer de sanct Roch lo giquet, en las inmediaciones del convento carmelita y cerca del Portal Nou. Lo de sanct Roch lo giquet porque en dicha calle había una capillita colgada en una pared con una imagen pequeña del santo, muy visitada en pandemias. Desaparecieron la capilla y el santo con el tiempo y la denominación ha pasado a ser la de calle Cabrito, cargándose todo su sentido histórico, algo muy habitual en Valencia.. Con la Desamortización, expulsión de las Órdenes Religiosas e incautación de sus conventos y propiedades, la devoción a san Roque sostenida en el barrio del Carmen por los Carmelitas fue a menos, se difuminó y extinguió. No hay vestigios en la capital de la devoción y culto a san Roque. Sólo el antiguo pueblo, hoy barrio,  de Benicalap,  lo tiene presente y venera en una parroquia a él intitulada. Salva el honor y la vergüenza de la historia de la ciudad, pues ni siquiera en la catedral se encuentran indicios muchos de él,  una imagen recuperada, de autor anónimo, de san Roque, y en el Museo.

Gozos al glorioso San Roque

Por el contrario, en los pueblos es muy popular san Roque, es difícil encontrar alguna iglesia donde no haya una imagen,  altar o capilla suya, siendo frecuente que el santo sea celebrado con grandes y populares fiestas en su honor y recuerdo devocional, como son los casos de Burjassot, Serra, Oliva, El Puig o Museros. En el mundo rural no ha sido olvidado, goza de grandes simpatías, tanto este santo como su perro, el que le curaba las llagas y heridas cuando quedó contagiado de tanto atender a apestados en su peregrinar.  Un santo al que se aclamaron muchos de nuestros antepasados en los tiempos  difíciles y  continuados de  pandemias mucho más graves que la de ahora y tuvieron que afrontar sin medios ni recursos sanitarios. A pelo, recurriendo a la fe  en sant Roch lo Giquet, casi lo único que tenían a mano. Y eso ha quedado como poso en nuestra cultura y antropología, aunque, por lo que se ve y advierte, camino de volatilizarse.