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Covid persistente: la ola que aún está por venir

Una de cada cinco personas que pasaron la covid-19 tendrá síntomas tres meses después - Las unidades especializadas están ya saturadas

Montse Torrentí, con un cartel que resume su situación como paciente de covid persistente. fernando bustamante

Una gran nube en la cabeza que no deja ni pensar. Un dolor de huesos que no permite ni asearse y una fatiga infinita que inhabilita para lo más básico. Son tres de los peores síntomas de la long-covid o covid persistente, un síndrome todavía por estudiar pero que ya se está revelando como la próxima gran ola que aún está por venir: a nivel sanitario, social e incluso económico. Va a ser la peor resaca de la tormenta en la que se ha convertido la pandemia de coronavirus.

COVID PERSISTENTE La ola que aún está por venir

Todavía hay poco publicado pero hay consenso en que una de cada cinco personas que supere el coronavirus —da igual con qué nivel de gravedad— va a ser un paciente de covid persistente y va a tener síntomas más allá de las doce semanas que es límite establecido. El síndrome, al que aún se le están tomando las medidas, incluye más de 200 manifestaciones diferentes, que pueden venir solas o de forma conjunta formando verdaderos cócteles que impiden trabajar, estudiar o incluso hacer vida normal.

«Al principio pensamos en las secuelas que la propia enfermedad iba a dejar a nivel pulmonar y fueron los neumólogos los que se lanzaron a crear sus unidades de seguimiento. Después nos dimos cuenta de que esas personas con dificultad para respirar (disnea) y fatiga tenían limpios los pulmones. Había algo más», explica Enrique Rodilla, presidente de la Sociedad de Medicina Interna de la Comunidad Valenciana (Smicv).

Rodilla lleva ya varios meses viendo pacientes en el Hospital de Sagunt y las pocas certezas que está extrayendo concuerdan con las que tiene la comunidad científica: la miríada de síntomas se conjugan de manera caprichosa y van desde una simple pérdida del olfato a las peores manifestaciones, limitantes para quien las sufre. «Las tres peores son el dolor continuo de articulaciones y muscular, la dificultad para respirar y la fatiga que conlleva y la conocida como niebla mental», explica. Esta última es una de las consecuencias neurológicas de la covid-19, no previstas en un primer momento y que dejan desde ausencias, pérdidas de memoria, dolores de cabeza, dificultad de concentración y esa especie de niebla que impide hacer nada.

Mujer de 43 años, el perfil

Además, el long-covid tiene un perfil claro: mujer joven, de unos 43 años de media. «Igual que no sabíamos por qué ingresaban más por covid los hombres mayores, aquí tampoco sabemos el por qué de este perfil, que es clarísimo, un 80 % mujeres y la edad es baja». Las limitaciones del síndrome aparecen, pues, en un momento vital de plena actividad laboral, social, familiar.

Tampoco se sabe por qué en algunos casos los síntomas remiten de forma espontánea a los seis meses. Pero en la lista de incógnitas, la más grande por ahora son las causas. Se baraja que el virus se queda «acantonado» en el cuerpo, que el sistema inmune haya dado una respuesta incontrolada o que haya producido incluso un daño en su respuesta. El objetivo es seguir investigándolas porque hasta que no se dé con la causa será difícil dar una solución real a este síndrome más allá de acompañar a los enfermos y aliviarles.

Ese es el principal hándicap que los profesionales se están encontrando. El cómo ayudar a estos pacientes con lo poco que se sabe. Para intentarlo, buena parte de los hospitales valencianos han creado sus propias unidades de seguimiento, implicando a profesionales de varias especialidades.

Los pacientes llegan a la consulta «normalmente frustrados y desesperados y con la sensación de que nadie les puede ayudar», reconoce Rodilla. En estas consultas se ve a los pacientes, se certifica con pruebas que los síntomas no tienen otra causa y se ve su evolución, pero «a día de hoy, no hay tratamiento más allá que el sintomático para los dolores, vitaminas y en algún caso corticoides pero nada que resuelva la causa, porque no la sabemos», añade el especialista. Frustrante para ambas partes.

De hecho, una de la primeras cosas que se hace es derivar a los pacientes a psiquiatría: «Hay que enseñarles a convivir con los dolores o con esa situación incapacitante, eso es primordial».

Más medios, más tiempo

Los profesionales están intentando ofrecer la mejor atención posible con los medios disponibles pero reclaman más y sostenidos en el tiempo porque recuerdan que los pacientes con covid persistente no van a hacer más que crecer y ahora ya están saturados. «Nosotros estamos viendo todavía pacientes de la primera y la segunda ola y estamos dando cita en julio para noviembre», explica Rodilla. Solo mirando el dato «oficial» de contagiados desde marzo de 2020, da una idea del volumen del problema.

Según la Conselleria de Sanidad, desde la primera ola hay 483.302 personas que han dado positivo. Según esto, al menos 93.000 tendrán síntomas pasados los tres meses. Los primeros afectados ya se han organizado en plataformas de pacientes para reclamar también esta necesidad de unidades especializadas.

Y la carga de trabajo va a seguir creciendo inexorablemente ya que, dato importante, su aparición no está ligada a pasar la covid de manera más o menos grave: hay mucha gente que pasó la enfermedad de manera leve y que tiene síntomas pasados los meses. De esta forma, cada ola, por leve que sea —y esto supone una llamada directa de atención a quien, ahora con la vacuna, banaliza el contagiarse—, sigue generando candidatos a tener long-covid.

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