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"No sé si valió la pena ir a Afganistán, solo sé que a mí me quitaron un hijo"

La familia de Paco Cardona, fallecido en el Yak-42, evoca con impotencia las imágenes de la ocupación talibán: «Estos días el desasosiego es mayor»

Los padres del sargento Cardona, fallecido en el Yak-42 durante el conflicto de Afganistán. Daniel Tortajada

La sensación de que con un soplo de viento se ha esfumado en Afganistán todo el trabajo de 20 años al desmoronarse como un castillo de naipes el precario Estado que las fuerzas occidentales, lideradas por Estados Unidos, habían edificado sobre pilares de arena es compartida. No tanto si valió la pena todo ese esfuerzo y el dolor que ha llevado aparejado.

La familia de Paco Cardona, que reside en Alboraia, es una de las víctimas de aquel conflicto contra los talibanes que ha durado dos décadas (desde los atentados contra las torres gemelas de Nueva York de 2001) y en el que el mundo occidental ha salido derrotado, según la descarnada explicación que ha dado el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell.

«No sé si ha valido la pena», responde Cardona al teléfono. «No lo sé, ni tampoco quién tiene la culpa de lo que estamos viendo estos días en la televisión, yo lo que sí sé es que a mí me quitaron un hijo», rememora el padre del sargento Cardona, uno de los 62 militares españoles fallecidos el 26 de mayo de 2003 en el vuelo del Yakovlev-42 que se estrelló en Maçka, cerca del aeropuerto del Trebisonda en Turquía cuando regresaba a España tras participar en una misión que, según se dijo al mundo durante muchos años, era de lucha contra el terrorismo.

«Si la ocupación de Afganistán fue una lucha contra el terrorismo, las víctimas debieron ser reconocidas como tal, como víctimas del terrorismo, pero nadie ha querido hacerlo. Yo lo que creo es que si las víctimas de las Ramblas de Barcelona, las del 11-M, las de ETA, son víctimas del terrorismo, las del Yakovlev-42 fueron víctimas de un terrorismo político».

Y es que Cardona se niega a hablar de accidente casi 20 años después de la tragedia de Turquía. «No lo fue porque pudo prevenirse, todos los problemas que tenía el avión, la forma en que lo contrataron, la manera en la que iba la tripulación ucraniana, todo pudo prevenirse», rememora.

A ello se unió una pésima gestión del entonces gobierno de Aznar, con Federico Trillo al frente del Ministerio de Defensa, en la identificación y repatriación de los cadáveres de los militares españoles para celebrar el funeral cuando la mayoría de los cuerpos aún no habían sido reconocidos.

«Los mataron y nos engañaron»

«Nadie ha querido nunca reconocer que los mataron y que nos engañaron. Yo solo sé que me mataron a un hijo y que el entonces ministro de Defensa (Trillo) actuó con una profunda desfachatez y en una carta hasta nos dijo que deberíamos ir al psicólogo», recuerda Cardona que fue vicepresidente de la ya extinta asociación de víctimas del Yak-42.

Estos días, las imágenes de la ocupación talibán y de las miles de personas que tratan de abandonar el aeropuerto de Kabul producen en Francisco Cardona y Amparo Gil, los padres del sargento Cardona, un profundo desasosiego.

«Te acuerdas todos los días, pero ahora estos días la sensación es aún mayor al ver las imágenes de esas personas cogidas al fuselaje del avión y ver cómo los países occidentales se han ido de cualquier manera».

«Sientes mucha impotencia. Los talibanes dicen que van a respetar a las mujeres y les van a permitir trabajar, pero veremos si lo cumplen».

El sargento Cardona, como muchos de los fallecidos en el conflicto de Afganistán, tenía un ideal, ayudar a la reconstrucción. Pero no salió bien. «Yo solo sé que por intentar hacer el bien nos hicieron unos desgraciados», evoca Cardona «Mi hijo ya había estado en misiones en el extranjero, él tenía una profesión de riesgo, sabía que podía morir en un tiroteo o por una bomba, pero él nunca quiso servir a otra bandera y tampoco morir de esa manera», lamenta.

En total, 102 militares españoles han fallecido desde que se inició el conflicto de Afganistán. Más de la mitad en el Yak-42. Por eso es tiempo de preguntarse, dos décadas después, si aquella intervención tuvo algún sentido. Cardona insiste: «No lo sé».

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