Hace casi 50 años se lanzó la primera señal de alerta sobre la crisis climática. Medio siglo más tarde, los pronósticos se han cumplido y el caos climático ha invadido prácticamente todo el planeta. ¿Qué tenemos que hacer, entonces, para frenar esta crisis ecológica de alcance global? «No es un problema de falta de información. Ni de déficit de conocimiento. Tampoco hace falta que los científicos lancen más señales de alarma a la sociedad. Sabemos que para hacer frente a este problema hace falta plantear cambios sociales, políticos y económicos. La discusión sobre la crisis climática se debe abordar desde un marco social, político y cultural», reflexiona Emilio Santiago Muíño, ganador de la primera plaza de Antropología Climática del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Para contextualizar el problema, Santiago Muíño apunta a un dato más que ilustrativo. La mitad de las emisiones generadas por nuestra especie se han producido desde el Protocolo de Kioto, firmado en 1977 como el primer gran pacto internacional contra la crisis climática, hasta ahora. «Lo que sabemos ahora sobre la crisis climática es, esencialmente, lo mismo que sabíamos a finales de los 70. Tenemos mejores herramientas de cálculo para entender el impacto de la crisis, pero el problema en sí sigue siendo el mismo», comenta.

El antropólogo habla de la crisis climática como un problema complejo. Con muchas capas, muchas aristas y muchos matices. No solo estamos hablando de calentamiento global y fenómenos meteorológicos extremos. «Estamos ante una crisis socioecológica, energética y de recursos; una hecatombe de la biodiversidad», sentencia. ¿El culpable? Muíño no duda en señalar al sistema económico capitalista: «Un sistema diseñado para seguir creciendo es incompatible con la sostenibilidad y un mundo con recursos finitos. La crisis climática es una señal de alarma que nos indica que hay límites que hemos violado y seguimos violando estructuralmente».

La crisis climática, explica, es fruto de una sociedad individualista, consumista y acaparadora que ha basado todos sus ideales de bienestar en el consumo. «Nuestra idea de felicidad se ha configurado alrededor de la quema de combustibles fósiles. Nuestros deseos, nuestras aspiraciones vitales y todo nuestro imaginario colectivo está enganchado como un yonqui a actividades relacionadas con la quema de combustibles fósiles», argumenta. Hasta ahora, de hecho, hablábamos de una vida plena como sinónimo de viajes transatlánticos, compras desenfrenadas y consumo constante. ¿Pero qué pasará cuando todas estas actividades sean incompatibles con la lucha contra la crisis climática?

El eterno debate sobre el consumo de carne y su relación con la crisis climática plantea algunas reflexiones. «La gente no cambiará su consumo de carne por unos datos. Ni siquiera si dejamos claro que es malo para la salud y para la sostenibilidad del planeta. La transformación de la dieta dependerá de otros parámetros porque, en el fondo, cambiar de hábitos tiene mucho que ver con identidades, afectos y un sentido de la libertad que, quizás, es un poco problemático», comenta. «Tenemos que configurar una manera de vivir y de desear distinta. No como un cúmulo de sacrificios, sino como una oportunidad de vivir mejor. Solo así conseguiremos construir maneras de vivir más sostenibles», sentencia.

A esta altura de la historia, nadie (o casi nadie) duda del problema que supone la crisis climática. ¿Entonces por qué todo sigue adelante como si nada? «Es un problema tan grande que está muy por encima de las escalas a las que estamos acostumbrados a pensar. Psicológicamente, es muy complicado para nosotros mentalizarnos que tenemos que renunciar a ventajas presentes en pro de un beneficio etéreo en el futuro», señala. «Hay que encontrar un punto medio entre la indolencia y la desesperación. Y, sobre todo, tenemos que abordar esta discusión desde la colectividad y la política», sostiene.

El antropólogo insiste en que la lucha contra la crisis climática es una lucha política. Y que la transición ecológica implicará, necesariamente, una revolución profunda y estructural de nuestra manera de vivir, consumir y relacionarnos con el mundo. «Los mismos datos pueden justificar una política que profundice en las desigualdades sociales o en otra basada en reformas sociales igualitarias. Por eso mismo, más allá de informes científicos y técnicos debemos abordar esta discusión como un debate moral y político», comenta.

La discusión sobre cómo frenar una crisis climática que avanza inexorablemente resurge mientras el mundo sigue luchando contra una crisis sanitaria también de alcance global; el covid-19. La pregunta, pues, es cómo conseguiremos recuperarnos de una pandemia sin causar más daños ecológicos. Sobre esto, Santiago Muíño apunta: «Tengo la duda de hasta qué punto vamos a poder reconstruir un discurso climático que reintroduzca la gravedad de la emergencia climática ante una sociedad que ya no quiere oír malas noticias.». El debate está abierto.