Enseñó a nadar a más de un millar de niños de la comarca del Camp del Túria, ayudó a subir de categoría al equipo de baloncesto de Benaguasil y dirigió las instalaciones deportivas de este municipio, donde ejerció durante 30 años como funcionario del ayuntamiento. Pero un día todo se truncó y Blas Benlloch se vio devorado por una depresión de la que nunca pudo salir. Pocos días antes de quitarse la vida, dijo algo que su hijo Blai nunca olvidará: «El año que viene me hubiera jubilado y todo hubiera salido bien».

Blas tenía 64 años, pero hacía tiempo que había renunciado a su plaza de funcionario municipal. Lo hizo después de denunciar ante la Guardia Civil una campaña de hostigamiento que pone los pelos de punta. El punto culmintante llegó en 2009, cuando Levante-EMV contó el infierno narrado por la familia, que incluye amenazas de muerte telefónicas, visitas inesperadas a casa y la colocación de unos carteles anónimos en las paredes y puertas del domicilio con la foto de un encapuchado sosteniendo una pistola. Las notas aludían a que los sicarios «asesinan con exceso de violencia» e invitaban al funcionario a suicidarse. «Hay una relación de causa efecto. El acoso laboral y personal le ha arrebatado la vida a mi padre, tal como anunciaban las amenazas», sostiene con entereza su hijo, el mismo que tuvo que quitar los carteles desafiantes de la casa familiar cuando apenas tenía veinte años.

Cuando aquello ocurrió, Blas se encontraba de baja por depresión. Llevaba tiempo denunciando presiones internas para abandonar su plaza en el consistorio de Benaguasil. CC OO trasladó el caso a la Delegación del Gobierno, señalando como posible origen del problema la negativa del empleado a dar el visto bueno a determinadas decisiones administrativas con las que no estaba conforme o «de dudosa legalidad», en calidad de responsable del servicio, según el sindicato.

Los anónimos contra el funcionario se burlaban de su depresión, aseguraban que el acoso laboral «es un invento de los sindicatos para tener más afiliados», que «estas enfermedades de nueva creación hacen que las empresas y la Seguridad Social entren en quiebra» y que el enfermo «se suicida con honor».

Hacer «honor» al nombre de su padre es lo único que busca Blai hijo ahora que éste ya no está presente. Eso y que se sepa la verdad. Por eso, evoca cómo la Guardia Civil constató las sospechas de que las llamadas amenazantes tenían su origen en las oficinas del propio ayuntamiento. Y no, ninguna puerta había sido forzada por ningún asaltante. La prueba, sin embargo, era demasiado endeble como para poder señalar al culpable y las denuncias de la familia fueron en vano. La investigación se zanjó sin arrojar ningún resultado concluyente.

«Solo nos queda la impotencia»

«Mi madre iba con gas pimienta en el bolso después de que le amenazaran de muerte y con violarla. A mi padre le provocaban, intentaban que tuviera una reacción violenta. Le cambiaron a un despacho peor y un día le dejaron unas fotos de unos ataúdes para que eligiera el que quería para sus hijos», relata Blai hijo para retratar la angustia vivida.

Blas Benlloch dejó la dirección de las instalaciones deportivas municipales y su baja terminó haciéndose permanente, pero siguió viviendo frente al polideportivo de Benaguasil,el lugar donde decidió fijar su residencia. Las amenazas cesaron, aunque la depresión se quedó con él. «Estos 10 años no han sido nada fáciles para él, lloraba en la cama y aunque estábamos ahí arropándole era como si se hubiera quedado atrapado en aquello. Le arruinaron la vida y ya no se volvió a levantar del todo», lamenta Blai, todavía en proceso de asimilar lo ocurrido.