Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Homo Viator: Ramón Llull, la cruzada de las palabras

Atravesó el Mediterráneo y se dirigió hacia Jerusalén. Arribó primero a las costas de Chipre y fue allí donde comenzó su prédica, frente a las iglesias ortodoxas y contra los movimientos cristianos heréticos.   

Los viajes de Ramón Llull.

El año anterior a su nacimiento, todavía la media luna se elevaba por encima de las cúpulas en la ciudad de Palma. Ramón Llull nació en un tiempo extraño. La isla de Mallorca se había incorporado a la Corona de Aragón pero en sus calles, en sus puertos y mercados caminaban los musulmanes y judíos a la par que los cristianos, confundiéndose las lenguas y los rezos. Había gente en los reinos del norte de Europa que vivía una larga vida sin ver jamás a alguien que no fuese cristiano, pero la España del siglo XIII se había convertido en un crisol de culturas. El paje del futuro rey Jaime II de Mallorca había aprendido árabe y hebreo desde su infancia en los mercados, en los regateos de las plazas y en los códices del amor, que es la manera más segura de retener las palabras.

RAMÓN LLULL La cruzada de las palabras

Pero una isla no iba a ser suficiente para la ambición de Ramón Llull. Nació a la vez su ansia viajera y su fervor religioso. No era un hombre especialmente preocupado por los asuntos religiosos. Se había casado y había tenido hijos. Eran famosas sus correrías por las tabernas y sus amantes contaban de él que tenía un apetito insaciable en la cama y con el vino. Pero todo cambió en cinco noches consecutivas. Dicen que Cristo lo visitó en sueños y se le apareció crucificado. El mensaje estaba escrito en su frente. Abandonó los placeres mundanos, repartió la herencia entre sus hijos y su mujer y salió al mundo para descubrirse a sí mismo.   

Atravesó la península a pie. Su destino era la tumba de Santiago y para ello conoció una geografía de inviernos duros en donde habían coexistido hasta hacía poco las tres religiones del Libro, como en su Palma natal. Ramón conoció, escuchó y conversó por toda la península y supo de un arma mucho más poderosa que la lanza y la catapulta. Se trataba de la palabra, que él dominaba en varios idiomas. Con ella, convenció a los oponentes y sedujo las mentes de los contrarios. Se dirigió a París y recibió cursos en la Sorbona, cuyo modelo se basaba en el debate y en la disputa dialéctica.

Desde aquellos días se propuso convertir al cristianismo a toda persona que encontrase en el camino. Perfeccionó el árabe gracias a su esclavo sarraceno y pidió al papa, Nicolás IV, que convocara una Cruzada, pero los tiempos de buscar la gloria en Tierra Santa se habían agotado y el pontífice miró hacia otro lado. Habían pasado setenta años desde que un caballero cristiano viese las murallas de Jerusalén como una ciudad inexpugnable. Es aquí cuando comienza la leyenda de Ramón Llull. En un barco atravesó el Mediterráneo y se dirigió hacia Jerusalén. Arribó primero a las costas de Chipre y fue allí donde comenzó su prédica, frente a las iglesias ortodoxas y contra los movimientos cristianos heréticos. Sobrevivió a un intento de envenenamiento y debatió con Jacques de Molay, líder de los caballeros templarios, a quien en unos años le esperaría la hoguera en la Ile de la Cité de París. Desembarcó en el continente por el golfo de Iskenderum y llegó en el 1302 a Jerusalén, donde planeó una Cruzada que agrupara a toda la Cristiandad y que marchara por el Norte de África.

A su vuelta recorre Francia, Alemania e Italia con la obsesión de cumplir el mandato de devolver la fe verdadera a los santos lugares. Se maravilla con las construcciones góticas y pide entrar en las sinagogas para debatir con los rabinos sobre la divinidad de Cristo y el sexo de los ángeles. Pero Ramón Llull sabe que su lugar en el mundo no es ese. Si Pedro fue a Roma porque allí estaban los futuros fieles que convertir, él no podía perder más tiempo en las cortes europeas. Pone su vista en el Norte de África y realiza varios viajes. En esta ocasión, asume que la Cruzada que debe hacer valer es la verdad de Cristo. Él vendrá por el camino de las palabras y no de los escudos.

Se embarca con destino a Argelia y llega a Bugía en 1307. Allí respira un aroma familiar, el de su isla natal. Es el mar mezclado con el salitre y las especias de los zocos. Recorre las calles y proclama a los cuatro vientos su fe. Predica delante de las mezquitas, ante los cuchillos que rebanan el cuello de los corderos y una turba de musulmanes descontentos lo cerca e intenta lapidarlo. Lo detienen y lo encierran en una prisión sin luz ni agua. Es salvado gracias a la diplomacia del rey de Mallorca, que manda un barco y paga su rescate. En el viaje de vuelta, frente a las costas de Pisa, la expedición naufraga y debe ganar las costas italianas a nado. Había cumplido 75 años.

Su último viaje sería el tercero al norte de África. En Túnez volvió a respirar el olor a mar salado y tras buscar en su interior empezó a predicar en árabe. Tenía ochenta años y las fuerzas intactas, como cuando salió de Palma para buscar el mundo y trasformarlo con su discurso. En esta ocasión, las piedras que le lanzaron desde las calles lo hirieron gravemente. No llegó a atracar con vida en el puerto de Mallorca. Su espíritu había abandonado el mundo días antes.

El año de 1315 despidió a Ramón Llull, un polemista que en tiempos de guerra viajó por el mundo para convencer de que el Dios verdadero solo podía ser descubierto a través de las palabras.

Félix o Libro de maravillas.

Ramón Llull

[Biblioteca de Autores Cristianos]

Los viajeros medievales.

María Serena Mazzi

[Antonio Machado Ediciones]

Compartir el artículo

stats