Habló estos días con Andrés Diez, discípulo aventajado de Francisco Ayala Carcedo, maestro del análisis de los peligros naturales en España que, lamentablemente, nos dejó tan pronto. Me envía unas fotos del lugar de la tragedia del camping de Biescas que recientemente ha visitado. Un frío monolito de piedra recuerda el hecho. Se lamenta mi amigo Andrés, con razón, de la oportunidad perdida para convertir ese sitio en un centro dedicado a la explicación científica de las inundaciones relámpago en nuestro país; a la interpretación, con fines educativos, de la barbaridad cometida al permitir la instalación de un área de recreo en un abanico aluvial. Hoy en día tenemos muchos más “Biescas” en nuestro país. Curiosamente, desde aquel agosto de 1996 se ha incrementado exponencialmente el riesgo frente a inundaciones en el conjunto de España. Han pasado 25 años desde aquella triste tarde de verano, cuando una tormenta en este sector del Pirineo aragonés se llevó la vida de 87 personas que pasaban unos días de descanso en un camping. De repente, la fuerza del agua y de las piedras arrastraron y golpearon a la gente allí instalada dejando una estela de muerte, en lo que ha sido el evento natural extraordinario más trágico de la democracia española. Estos días hemos visto y leído reportajes que explicaban lo ocurrido y declaraciones de los familiares de las víctimas, que se quejaban de la falta de atención de las administraciones hacia ellos, del increíble resultado del juicio penal. Biescas marcó un antes y un después en la consideración de los peligros naturales en los procesos territoriales. Desde entonces han cambiado afortunadamente las exigencias legales y procedimientos de valoración del riesgo en los procesos de planificación territorial. Pero seguimos confiando a la estadística la caracterización jurídica de las zonas inundables, cuando se ha demostrado la inutilidad de los períodos de retorno por la singularidad geográfica de nuestro territorio; más aún en el contexto actual de cambio climático. Sirvan estas líneas como recuerdo del desastre ocurrido, de homenaje a sus víctimas, de solidaridad con sus familiares, de aviso al mucho trabajo que queda pendiente para reducir el riesgo natural en nuestro país y de reconocimiento sentido por parte de dos incondicionales seguidores a la persona que prestigió con su rigor científico, con su honradez profesional, el estudio de los riesgos naturales en nuestro país.