València tiende la mano al pueblo afgano en riesgo extremo
Más de 500 personas se concentran en la plaza de la Virgen para condenar el fundamentalismo talibán y su violencia contra las mujeres, y exigir a los gobiernos puentes y ayuda a los refugiados
«Yo estoy aquí, pero no puedo dormir pensando en que mi madre y mis hermanos viven con miedo, encerrados en casa sin poder salir desde que los talibanes tomaron Kabul». Es el testimonio de Rabia Noori, mujer y afgana, quien conoce muy bien la situación crítica que viven sus compatriotas en su país natal, que dejó hace dos años y medio para afincarse en València en busca de un futuro mejor para sus hijos. Ella es una de las muchas personas —más de 500 según un cálculo aproximado por número de mascarillas presentes— que se concentraron ayer por la tarde en la plaza de la Virgen de València para mostrar su apoyo a toda la población afgana que se encuentra en situación de riesgo de sufrir violencia extrema e incluso la muerte, en especial las mujeres, tras la llegada de los talibanes al poder y la salida en masa de las tropas americanas y de la OTAN del país asiático.
La concentración, convocada por la Assemblea Feminista y la Coordinadora Feminista de València, quiso dar su apoyo a toda la población afgana, y principalmente a las mujeres, y al igual que ha ocurrido en otras ciudades del país, trasladaron con esta movilización su «rechazo total a las violencias que se están perpetrando contra la población civil afgana, violencias que de manera específica se ejercen sobre las mujeres», según destacó una portavoz del movimiento en la lectura de un manifiesto contra la situación que se vive en Afganistán.
Al grito de: «¡Queremos asilo ya!», los manifestantes exigieron un corredor humanitario para garantizar la vida de las personas que quieren huir de Afganistán y el inmediato reconocimiento de asilo de éstas, así como la acogida digna de todas las personas refugiadas. Mireia Biosca, portavoz de la Assemblea Feminista de València, remarcó que una de sus principales demandas es que los gobiernos autonómicos y municipales colaboren en la acogida y que se establezcan mecanismos internacionales para garantizar los derechos fundamentales de la población civil.
Con pancartas con lemas como: «Yo no seré libre hasta que todas lo seamos» o «La ONU tiene que frenar la barbarie fundamentalista», y proclamas de igualdad; «Son les nostres germanes», así como el grito feminista habitual; «¡Lo que nos hacen a una, nos lo hacen a todas», los manifestantes —tanto mujeres como hombres— quisieron dejar bien claro que el pueblo afgano no está solo, aunque los organismos internacionales y los militares americanos y de la alianza atlántica que durante años han ocupado el país los hayan dejado ahora prácticamente tirados a su suerte bajo el manto de un fundamentalismo que no entiende de indulgencias. En especial con las mujeres, dado el machismo extremo que existe en dicho país, sin límites ahora con los talibanes en el poder.
Testimonio de una cooperante
«La mentalidad machista está muy arraigada en el país, por una incultura y por la clara intención de los hombres de no perder ese poder hegemónico», explica Paula, una valenciana que pasó año y medio en Afganistán como miembro del comité internacional de Cruz Roja comprobando la situación de las prisiones y centros de detención del país. Ya antes del gobierno talibán se vulneraban los derechos humanos y las mujeres eran encarceladas por adulterio, sin forma alguna de poder defenderse ante una acusación de este tipo y castigadas doblemente rociándoles con ácido en algunos de los casos, según recuerda esta cooperante.
Ahora vive con pesar desde la distancia y con amigos allí, como se desmorona totalmente el país y el caos del terror atenaza a aquellos con los que colaboró entre 2016 y 2017. «Son a los primeros a por los que van a ir, por haber colaborado con organismos internacionales, están más expuestos por habérsela jugado», remarca impotente y pendiente de una llamada que no llega de un antiguo compañero que trata de escapar del país junto a su mujer y sus cuatro hijos. «Sus vidas corren peligro».
«No podemos dejar la vida de estas personas en manos de los terroristas, el Islam no dice que las mujeres no puedan trabajar ni prohibe ir a la escuela», puntualiza Imán Baraki, la voz de la comunidad marroquí en València, quien también acudió a la concentración para mostrar su repulsa al fundamentalismo.
Por su parte, Esperanza Pascual, de la Coordinadora Feminista, también hizo llamamiento a la comunidad internacional para que ejerza un papel constructivo en la reconstrucción de Afganistán y no dejo solas a las mujeres que han luchado y luchan por la democracia del país. Asimismo piden a la comunidad internacional, a la Unión Europea y al Estado español que no reconozca el gobierno de los talibanes.
«Los millones de miles de dólares invertidos durante la invasión de las tropas de los EE. UU. y la OTAN han ido a parar a manos de aquellos a los que le interesa mantener vivo el conflicto armado y convertir el país en un caos», critican desde la asociaciones feministas. «Nunca han tenido como objetivo primordial la educación de las niñas y los niños, y de las mujeres, ni los hospitales o las escuelas, ni mejorar la vida de la población civil», detallan en el manifiesto. «Unos recursos que tendrían que haber sido destinados a fortalecer y consolidar un verdadero gobierno democrático en Afganistán», critican sobre la gestión previa al gobierno talibán.
A la concentración en apoyo al pueblo afgano acudieron personas de todas las edades. Desde Marisa, de 73 años, quien siente que podrían ser sus nietas las que estuvieran en peligro. «Tu vida e integridad no puede depender del lugar en el que hayas nacido», indicaba con sabiduría la mujer. Hasta Naira y Janira, dos amigas quinceañeras de Paterna, que acudieron acompañadas de sus madres. «Para las mujeres trabajadoras es un cambio muy importante, van a tener que esconderse y renunciar a su vida».
Lo sabe muy bien Balwasha Ataie, afgana refugiada en València desde hace cinco años con sus hijos y su marido. «La vida allí si eres mujer es como vivir en una cárcel». Gran parte de su familia todavía está allí durmiendo con un ojo abierto y el oído atento a cualquier señal de alerta. «Al menor ruido te despiertas por si vienen a violarte o matarte». Es el miedo del pueblo afgano.
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