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"Un militar marroquí nos dijo por dónde debíamos saltar la valla de Ceuta"

Un joven solicitante de asilo relata el viaje que inició desde su país cuando se anunció en mayo que se abrían las fronteras y «podíamos llegar a España»

Aymane Oukhallou, en el piso de Russafa donde le ha acogido la familia de Hassan, Isabel y Nur. | FERNANDO BUSTAMANTE

Hoy cumple 22 años. A tan corta edad ha vivido situaciones límite que le hicieron pensar que, tal vez, no volvería a cumplir años. Por eso sonríe. Soñaba con llegar a España, pero temía perder la vida en el camino. Tenía que salir de Marruecos, pero no sabía bien cómo hacerlo. Miraba la valla de Ceuta en imágenes y se le tornaba imposible alcanzar el objetivo. Estudiaba la alternativa de llegar por mar y las mafias le pedían entre 4.000 y 6.000 euros. Imposible para una persona humilde como él. Por eso, cuando su madre le dijo, entre sollozos, «que habían abierto la frontera de Ceuta», el joven no lo dudó y con 20 euros en el bolsillo (todo el dinero que le dio su madre) y una pequeña mochila comenzó un viaje que hoy cuenta desde un pequeño piso de Russafa.

Se llama Aymane Oukhallou y esta es su historia. El joven explica que, aunque había soñado muchas veces con cruzar la frontera, nunca había llegado hasta ella. Para hacerlo tuvo que caminar, de noche y sin parar, 42 kilómetros. «Cuando llegamos a la frontera era el primer día y era muy difícil pasar. Un militar marroquí nos dijo que pasáramos a las doce de la noche y que lo hiciéramos por un sitio que yo jamás habría elegido. Y así lo hicimos. Salté la primera valla y los guardias civiles españoles nos disparaban pelotas de goma. Salté la segunda valla y me hice daño porque es muy complicado. Al llegar nos quedamos en un jardín, y era peligroso. Había robos», explica.

Lo llevaron a un centro de menores porque Aymane tiene rasgos aniñados. Pero comenzaron las devoluciones en caliente y el joven no dio opción. Se escapó de madrugada y empezó su vida en la calle intentando conseguir una petición de asilo que le permitiera seguir su viaje hasta València donde sabía que tenía un familiar que, tal vez, pudiera ayudarle. Pero primero debía arreglar su situación administrativa. No podía volver a Marruecos. «Primero arreglar papeles y luego ya pedir ayuda», relata. Y así lo hizo.

Aymane cuenta su historia al lado de Nur, una joven de 12 años de la que es familia sin saber exactamente el parentesco que les une. Ella hace de traductora, con paciencia y palabras que no se aprenden en las clases de árabe a las que ha asistido.

El joven llamó a su tío Hassan cuando el resto de opciones se esfumaron. Pretendía coger un tren Algeciras -València, pero el coste era de 75 euros. Su mermada economía le permitió llegar hasta Málaga. Y ahí llamó a ese familiar lejano al que no conocía. Le explicó que formaba parte de esas miles de personas que habían salido en las noticias meses atrás y que necesitaba ayuda. La familia lo ha acogido desde que llegara a València el 21 de agosto y ahora se hará cargo de una habitación de alquiler en un piso compartido, de las clases de español y de lo que precise. «¿Qué otra cosa podemos hacer? Pobre crío. Es buena gente y solo busca una oportunidad», explica Isabel, la madre de la familia.

Sí residir, pero no trabajar

Y es que el joven, solicitante de asilo, tendrá permiso para trabajar a partir del 21 de diciembre de 2021 y deberá renovar su petición de protección internacional el 21 de marzo de 2022. Así consta en el papel que le protege ante una devolución a su país y le permite residir de formal legal en España. No fue fácil conseguirlo. Durmió semanas a la intemperie, en la puerta de la oficina, para conseguir la entrevista para pedir la protección internacional.

De las 12.000 personas que atravesaron la frontera, 500 solicitaron asilo. En esa petición, el joven explica que ha vivido en las calles en Marruecos durante los últimos años y que no puede convivir con su madre por su mermada economía y por motivos que este diario conoce, pero obvia.

El joven explica que su historia es similar a la de tantos otros. «Los que venimos de Marruecos lo hacemos porque no podemos vivir allí. Muchos no tenemos familia con la que poder estar, no tenemos nada allí, no hay futuro ni presente», asegura. Primero guardó cola durante semanas para conseguir la entrevista pero luego tuvo que esperar 60 días más, trabajando en un garaje sin cobrar, a cambio de un techo y comida, mientras se resolvía su petición de protección internacional.

El joven no tiene suficientes palabras de agradecimeinto para Hassan, Isabel y Nur. Hoy sopla velas junto a ellos e inicia así una vida soñada en la que solo desea «trabajar y vivir tranquilo». Feliz cumpleaños.

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