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"La escena de Manhattan era como en la II Guerra Mundial"

Los valencianos que vivieron hace 20 años los atentados terroristas del 11S en Nueva York recuerdan al detalle el horror de las primeras horas en una ciudad sumida en el caos

«La escena de Manhattan era como en la II Guerra Mundial» | LEVANTE-EMV

Generaciones enteras recuerdan exactamente donde estaban hoy hace 20 años. El 11 de septiembre de 2001 fue el día en el que el mundo cambió. En el que todos cambiamos. En una mañana espantosa, Estados Unidos recibió el mayor ataque desde Pearl Harbour (1941). El resultado: 2.996 muertos. Cuatro terroristas de Al-Queda secuestraron 4 aviones. Dos se estrellaron en las Torres Gemelas (2.606 fallecidos), uno en el Pentágono y otro cayó en las afueras de Pittsburgh (Nueva Jersey). Eran las 8.46 de la mañana en Nueva York cuando impactó el primer avión contra la torre norte, las 14.46 en España. Docenas de valencianos vivieron in situ los ataques terroristas en la Gran Manzana. Dos décadas después, recuerdan con todo detalle aquella experiencia imborrable.

«La escena de Manhattan era como en la II Guerra Mundial»

Al periodista de Canal 9 Josep Sastre, los atentados le sorprendieron en su sexto y último día de vacaciones. El domingo día 9, apenas 50 horas antes, antes había subido a las Torres Gemelas con un amigo de la facultad. «Estaba en un hotel pequeño y esa tarde debíamos coger el avión de vuelta. Queríamos apurar y nos levantamos pronto. Vimos a los recepcionistas llorando y pidiendo a la gente que no saliésemos a la calle porque había impactado un avión contra las torres», revive.

«La escena de Manhattan era como en la II Guerra Mundial»

La vocación del reportero pudo más, mucho más, que el miedo o la cautela.«Hicimos lo contrario a lo que nos pidieron. Cogimos las dos cámaras de fotos personales y nos fuimos al lugar de la noticia. Desde la televisión no se veía nada, porque los repetidores estaban en ambas torres. Aquello parecía la II Guerra Mundial, con la gente parada en los coches escuchando la radio», rememora el entonces jefe de Comunitat Valenciana del canal autonómico.

«La escena de Manhattan era como en la II Guerra Mundial»

«Fuimos hacia el sur y aquello era esa historia de película del cine, la de todo el mundo huyendo y nosotros esquivando a la gente en dirección contraria. No había cobertura en los teléfonos fijos, así que compramos como pudimos un móvil en una tienda para llamar a la ‘tele’. Al final conseguimos contactar y así establecimos las primeras conexiones en directo por la tarde». El canal autonómico cortó la programación para dar paso a la voz de Sastre, ya en la zona cero del terror. Antes, junto a la tienda de móviles, él y su amigo pudieron enviar un fax a la familia para comunicar que estaban bien.

«Superamos los controles policiales desde la calle 14, por Chinatown. Pasamos dos hasta que llegó el control militar, cerca de la zona 0, y ese ya no hubo manera. Salían los bomberos cubiertos de ceniza.Escuchamos y vimos la caída de la segunda torre. No se veía nada por la televisión, era todo puro directo: el humo, el olor, los gritos desesperados de la gente… Gente con la ropa y la cara negra, como zombis, alejándose de los escombros. Salían sin saber donde iban a dormir, porque se habían cortado los accesos de Manhattan al tráfico, de forma que volvía a ser una isla. Supusimos que era una operación jaula», detalla el periodista.

Como una escena de La guerra de los mundos de Orson Wells. Así recuerda Sastre aquel día. «Por la noche era un paisaje espectacular. El silencio más sepulcral, solo roto por los vehículos de bomberos, ambulancia y policía, los únicos en las calles. En una ciudad con una actividad tremenda a esas horas de la noche, solo se veían algunas personas poniendo velas, o con la guitarra, o con heridas. Esa noche pudimos ver las imágenes de los atentados por la televisión del hotel», explica.

Lloros en High Town

Hace dos décadas que Concha Llop intenta vencer la tragedia, pero el dolor sigue tan enconado que los recuerdos le rechinan. El 10 de septiembre, un grupo de 25 chavales y 3 profesores del Institut Jaume I de Burriana recorrían alegres y asombrados las calles de Nueva York. El centro tenía un acuerdo de intercambio con un colegio de High Town, en Nueva Jersey, una población situada a 1 hora en coche de la Gran Manzana.

«En realidad, era el 11 cuando debíamos estar en Nueva York, pero lo cambiamos y el día de los atentados lo pasamos en el colegio», recuerda Concha, entonces profesora de Cocina y Alimentación del Jaume I. Lo revive como si fuese hoy. «Una maestra americana había pedido que ese día le acompañase. De repente, entró en la clase donde yo estaba, me pidió que saliese y me dijo: ‘Acaban de decir que un avión ha chocado contra una de las torres gemelas. Dicen que es un accidente, pero yo creo que es un atentado», recuerda.

La primera reacción de Concha, como la de todos los testigos que estaban a salvo, fue la de llamar al instituto para dar tranquilidad. «Quería que supiesen que ese día no habíamos ido a Nueva York. Pero habían cortado las líneas, fue lo primero que hicieron y eso que aún no había chocado el segundo avión», rememora Concha, jubilada desde los 60 años. Entonces tenía 47 y no era la primera vez, ni la última, que viajó a Estados Unidos. «El padre de una de las alumnas me había dicho, antes del viaje: ‘Cuidámela mucho que te llevas lo mejorcito de la casa’. Fue la segunda llamada que intenté, pero ella me dijo que él ya se había puesto en contacto con una llamada a cobro revertido. Así, con la identificación del que llamaba, sí se podía establecer contacto con el exterior», explica.

Concha no respiró cenizas ni vio la columna de humo en el horizonte, pero vivió el miedo en casi toda su expresión: «Lo más horroroso es que había alumnos americanos del colegio que tenían a sus padres u otros familiares que estaban trabajando en las torres. Fueron unas primeras horas de muchas lágrimas y dudas». El regreso en avión a España, a los 3 días, sigue fresco en la memoria de Concha. «Lo pasé muy mal. Había mucho silencio en el avión», recuerda.

Luna de miel

A las 8.46, Sergio Doménech y María José Estevez, una pareja de recién casados de Castelló, paseaba tranquilmente por Central Park. «Aquello no lo vamos a olvidar nunca. Había cenizas por todas partes, papeles de las oficinas esparcidos por doquier, zapatos en el suelo...», rememora Sergio.

La pareja había aterrizado en Nueva York apenas 13 horas antes , solo un día después de contraer matrimonio en la parroquia de la Sagrada Familia de Castelló. Su intención aquel 11 de septiembre era visitar las Torres Gemelas, pero como abrían un poco más tarde decidieron hacer tiempo y caminar por Central Park. «Estábamos frente al monumento dedicado a  John Lennon cuando se estrelló el primer avión. Nuestra idea era coger un autobús para ir a las torres, pero nos aconsejaron que volviéramos al hotel, que había una explosión», explica Sergio, que hoy tiene 47 años y trabaja en la hostelería.

Mientras todas las televisiones retransmitían en directo el desplome de las dos moles en llamas, Sergio y María José intentaban llamar a Castelló. No pudo ser hasta que restablecieron las líneas. «No teníamos teléfono móvil y en las cabinas cercanas al hotel se formaron unas colas monumentales. Nos costó muchísimo tiempo, pero al final logramos contactar con la familia y contarles que nos encontrábamos bien», dice Sergio.

El fin del mundo

Sergio y María José fueron a Nueva York de luna de miel y Rubén D. Artero realizaba una estancia postdoctoral en el Memorial Sloan-Kettering Center, en la calle 67 de Manhattan. Tras estudiar Bioquímica, este alcorino que hoy es catedrático de Genética  en la Universitat de València, residía en la ciudad de los rascacielos desde 1996. «El impacto del primer avión me pilló en mi apartamento, preparándome para salir hacia el laboratorio, que quedaba muy cerca de donde vivía», describe  mientras recuerda que nada más llegar al trabajo, sus compañeros y él abrieron el ordenador y siguieron los acontecimientos que iban retransmitiendo las televisiones.

A Rubén le impactó la cantidad de personas que corrían por las calles. Y también la sensación de que el mundo se acababa. «De pronto se esfuma toda la seguridad que uno tiene»,dice mientras explica que las tarjetas bancarias dejaron de funcionar y las estanterías de los supermercados estaban vacías. «En un momento tu vida cambia de manera radical».

De aquellos días (regresó a España en 2002), Rubén recuerda especialmente la sensación de indefensión y también la unión y las muestras de patriotismo de los neoyorkinos. «También que al cabo de un par de días pusieron unos potentes focos de luz que simbolizaban las dos torres y que se veían desde toda la ciudad».

La valenciana Concha Llop fotografió las Torres Gemelas el día antes del atentado. Cuando reveló el carrete, los edificios ya no existían. Sólo los terroristas conocían su destino.

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