Cada hora que pasa, el otoño está más cerca. Oficialmente entraremos en él el próximo 22 de septiembre. Tres meses en los que el término de ’entretiempo’ cobra más sentido que nunca. Una época del año en la que se alternan días calurosos, con otros más frescos y lluviosos. Creo que todos saben de lo que hablo. Cada día que pasa se aleja mucho más del verano y cada semana que comienza, es muy diferente a la anterior. El paisaje ya no es el mismo y lo podemos notar simplemente con asomarnos a la ventana. Las plantas, los árboles y los atardeceres son muy diferentes a los que habían en pleno julio. Los días se acortan y, principalmente se debe a la cantidad de minutos de luz solar que se pierden de un día para otro. Cuando hablamos de que los días son cada vez más cortos realmente se hace referencia a ‘día’ como ‘horas diurnas’. En realidad, el día siempre dura lo mismo, que son 24 horas. A medida que nos vamos acercando a los solsticios que dan comienzo al verano o al invierno, el número de horas de luz apenas cambia de un día para otro. En cambio, cuando lo hacemos a los equinoccios de otoño y primavera, la diferencia es mucho más grande. Por ejemplo, de un día para otro perdemos más de 2.5 minutos de luz solar y esa pérdida de minutos se refleja perfectamente en nuestros bosques. Por ahora, las horas de luz aún son muchas y de momento estamos más cerca de las 15 que teníamos en junio a las 9 horas que tendremos en diciembre. Los árboles y las plantas se adaptan hacia épocas de menos luz. La mayoría de las hojas son de color verde por la presencia de clorofila, un pigmento que participa en el proceso de fotosíntesis. Gracias a la clorofila, las hojas transforman la energía de luz solar, el dióxido de carbono y el agua en azúcares que alimentan al árbol. Ahora bien, cuando los días se acortan, la clorofila de los árboles de hoja caduca desaparece y por tanto, el color verde se transforma en amarillo y marrón.