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"Mi padre necesitaba este abrazo para sentirse de nuevo feliz"

Enrique Marí, un octogenario del Cabanyal, es uno de los mayores que ha recuperado el contacto físico con sus familiares tras la resolución que elimina la distancia de seguridad en las visitas en las residencias

Eva y su padre, Enrique, se abrazan ayer 18 meses después en la residencia Instituto Geriátrico Valenciano, en la Malva-rosa. | M.A. MONTESINOS

Hacía 18 meses que Enrique Marí no recibía un abrazo. Un año y medio. 544 días sin sentir el contacto, cuerpo con cuerpo, de su hija Eva y de su yerno Paco, el mayor vínculo familiar que le queda a este octogenario del Cabanyal más allá de la Residencia de Ancianos Instituto Geriátrico Valenciano, donde reside desde hace 14 años. La covid-19 nos quitó vidas y, también, nos anuló en gran parte como seres sociales. Ni abrazos, ni apretones de manos, ni besos en las mejillas. Hasta ayer.

La Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas de la Generalitat Valenciana publicó ayer una resolución que permite el contacto físico en las visitas a los centros de mayores siempre que el municipio donde se ubica la residencia esté en nivel 0 o 1 de alerta, es decir, en riesgo bajo. Un regalo para los usuarios, gente necesitada de cariño, sobre todo aquellos que sufren algún tipo de demencia, y para sus familiares. «Ellos (los residentes) lo necesitan. Tienen carencia de contacto y un abrazo, una caricia, significa muchísimo para ellos, sobre para los que sufren algún deterioro. De hecho, a nosotros nos piden muchas veces que les demos la mano. Ha sido duro ver cómo se veían con la familia y no se abrazaban ni en las despedidas. Imagina lo que les hará sentir un abrazo tanto tiempo después. Ese contacto tan estrecho les da bienestar emocional», explica Patricia Pérez, supervisora de la residencia. Allí no entró el virus. Ni un solo contagio en toda la pandemia. Gracias, entre otras cosas, a respetar a rajatabla los protocolos.

Enrique aparece triunfante en la pequeña cafetería del centro. Lo hace con el brazo levantado mientras clava sonriente sus ojos en los de su hija. Lo que no espera es un abrazo, porque las secuelas de un ictus y el párkinson le han alejado de la actualidad. La hija se agacha sobre la silla de ruedas y estrecha su cuerpo con el de su padre. Repite el gesto su yerno. «¡Cuántas ganas teníamos de abrazarle! Esto ya es normalidad. A él le cuesta hablar, así que el contacto físico resulta fundamental. No hay mejor forma de comunicarse con él que con un abrazo fuerte. El abrazo es cercanía, cariño, calidez, alivio, seguridad», explica Paco. «Con este abrazo, mi padre recupera años de vida, vuelve a sentirse feliz», añade Eva.

La nueva normativa permite el contacto físico en las residencias, pero todavía no es posible que los residentes duerman fuera del centro con sus familias. «Todo llegará. Lo vemos cada vez más cerca», explica el yerno de Enrique, al que espera en casa pronto para ver juntos en televisión los partidos del Levante UD. Ese será el siguiente paso.

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