Todas las miradas recaen en La Palma estos días. Y, confiemos, todos los que vengan después hasta que sus habitantes se recuperen del vasto golpe que ha dado la naturaleza en este paraíso de las Islas Canarias. La erupción del volcán Cumbre Vieja, que ya hacía atisbos de sus intenciones las anteriores semanas a través del enjambre sísmico, supone un antes y un después para la isla. Cuando la naturaleza golpea de esta forma solo hay dos cosas que hacer: trabajar codo con codo en que las víctimas puedan recuperarse de los daños lo antes posible y mejorar notablemente la prevención de estos fenómenos que se seguirán produciendo, inevitablemente, a lo largo de la historia. Para lo primero lo fundamental es el apoyo de las autoridades competentes que las mismas, a través del contacto con los habitantes, analicen sus necesidades para poder recuperar una “normalidad” lo antes posible y recuperarse. En cuanto a lo segundo, es innegable la necesidad de aumentar los protocolos de seguimiento y prevención de este tipo de acontecimientos. Y ahí entra en juego la inversión pública en medios, personal y apoyo para poder disponer de los mecanismos necesarios para poder estudiar y prever los ciclos naturales con la mayor antelación. Solo queda desear una pronta recuperación a los vecinos de la Palma y que el volcán descanse durante muchos años.