Las Naciones Unidas definen la biodiversidad como «la amplia variedad de plantas, animales y microorganismos existentes», pero también incluye las diferencias genéticas dentro de cada especie y la variedad de ecosistemas que albergan múltiples interacciones entre sus miembros y su entorno.

Así, los recursos biológicos son los pilares que sustentan las civilizaciones. De hecho, las plantas componen más del 80 % de la dieta humana y son parte de los medicamentos tradicionales en multitud de zonas rurales. Su valor es, de este modo, vital para la supervivencia del planeta.

En este sentido, proteger dicha biodiversidad es un objetivo prioritario, como se pone de manifiesto en la ambiciosa Agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Se trata de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), cuyo quinceavo apéndice hace alusión a la vida de ecosistemas terrestres.

Según expone el organismo internacional, la actividad humana ha alterado casi el 75 % de la superficie terrestre y ha empujado a la flora y fauna silvestre, así como a la naturaleza, a un rincón del planeta cada vez más pequeño.

Además, esta alarmante realidad se ha visto agravada tras la crisis sanitaria de la covid-19, que ha agudizado alguna de las grandes cuentas pendientes de sociedad e instituciones para con el medio natural.

Las Naciones Unidas han declarado la Década para la Restauración de los Ecosistemas desde 2021 hasta 2030

Según la ONU, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) alertó en 2016 de que un aumento mundial de las epidemias zoonóticas era motivo de preocupación. En concreto, señaló que el 75 % de todas las enfermedades infecciosas nuevas en humanos son zoonóticas y que dichas enfermedades están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas.

Para prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas de todo el mundo, las Naciones Unidas han declarado la Década para la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030). Esta respuesta —coordinada a nivel mundial ante la pérdida y degradación de los hábitats— se centrará en desarrollar la voluntad y la capacidad políticas para restaurar la relación de los seres humanos con la naturaleza.

En concreto, se seguirán cuatro líneas principales de actuación que, a grandes rasgos, persiguen la gestión de los desechos médicos de la covid-19; la transformación del modelo relacional entre naturaleza y personas; el trabajo que garantice que los paquetes de recuperación económica, como los Fondos Next Generation, creen resiliencia para crisis futuras; y, por último, modernizar la gobernanza ambiental a nivel mundial.

Y es que, no hay que olvidar que «la salud de nuestro planeta también desempeña un papel importante en la aparición de enfermedades zoonóticas», aseguran desde la ONU.

«A medida que seguimos invadiendo los frágiles ecosistemas, entramos cada vez más en contacto con la flora y fauna silvestre, lo que permite que los patógenos presentes en las especies silvestres se propaguen al ganado y a los seres humanos, lo cual aumenta el riesgo de aparición de enfermedades y de amplificación», alertan.

Revertir la deforestación y la desertificación


Los bosques poseen, según reivindica la Organización de las Naciones Unidas en el desarrollo de sus 17 ODS, «una importancia vital para el mantenimiento de la vida en la Tierra».

En este sentido, desempeñan un papel clave en la lucha contra el cambio climático. El estado de los bosques del mundo 2020 destaca que, desde 1990, unos 420 millones de hectáreas de árboles han desaparecido en pro de la agricultura y otros usos de la tierra.

La inversión en la restauración de la tierra es, como indican desde el organismo internacional, «crucial para mejorar los medios de subsistencia y reducir las vulnerabilidades y los riesgos para la economía».

En este sentido, son muchas las entidades que han transformado y adoptado su modelo productivo para salvaguardar la diversidad y proteger el medio.