COP 26, este año en Glasgow. De nuevo decepción. Pocos compromisos y siempre de los mismos. Afortunadamente la Unión Europea es una de las organizaciones que más empeño está dedicando a la lucha contra el cambio climático, a la reducción de emisiones, al cambio del modelo energético, a las acciones de adaptación. Pero la realidad es que cada año se emiten más toneladas de CO2 a la atmósfera terrestre y que todavía el 75% de la producción de energía en el mundo procede de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), una proporción que va en aumento en los últimos años. Ni Kioto ni Paris están consiguiendo parar el proceso de calentamiento climático. Y los efectos regionales del mismo y ya empiezan a notarse en muchas partes del mundo. Entre ellas nuestro litoral mediterráneo. No queda mucho margen de maniobra para evitar una subida de 2ºC para finales de este siglo. De hecho, creo que sería ya más realista poner como objetivo 3º C, pero esto realmente sería un desastre por los efectos sobre los elementos climáticos y la circulación atmosférica que tendría. La sociedad va tomando conciencia de lo que supone este proceso. La empresa está activando cambios en sus procesos productivos para reducir emisiones, consumo de plásticos, residuos. Pero queda el eslabón fundamental: la gran política, con los países más emisores fuera de control en sus emisiones, fuera de los acuerdos e incluso, fuera de las reuniones porque directamente no van o para lo que aportan en ellas, mejor que no fueran. Al menos se evitarían las emisiones de sus aviones en los desplazamientos al lugar de celebración de las cumbres del Clima. Malas perspectivas. Poco o nada que hacer. En los próximos años y al menos en las próximas dos décadas, el impacto de las emisiones sobre la atmósfera terrestre seguirá su senda de cambio irreversible. Un desastre.