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ABUSOS A MENORES EN LA IGLESIA

La pederastia que el miedo ocultó

Diferentes agentes explican el porqué la sociedad estandarizó los abusos sexuales en los colegios religiosos, la mayoría localizados entre las décadas de los 60 y los 80

Un grupo de personas protesta contra los casos de pederastia en la Iglesia. efe

«Casi todos los boomers que fuimos a colegios religiosos en la Comunitat Valenciana tenemos algo que contar», aseguraba esta semana un testimonio recogido por este periódico. El análisis podría servir de colofón al flujo de denuncias de abusos sexuales a menores en instituciones católicas, la mayoría localizados entre las décadas de los 60 y 80 del siglo pasado, y que hacen aflorar una crisis que ya no cabe debajo de la alfombra de la Confederación Episcopal Española (CEE), que se niega a la creación de una comisión independiente ‑-y a la planteada en el Congreso- para investigar los casos de pederastia, al contrario que en otros países europeos.

Pese a esa opacidad, ya hay una treintena de denuncias de exalumnos de centros religiosos valencianos del total de 281 recogidas en España gracias a una investigación periodística. Vista la progresión de las acusaciones, lenta pero constante, todo apunta a que irá aumentando en los próximos meses, una vez se ha producido el efecto llamada que deja entrever la magnitud de un problema en el que hasta ahora había ganado el silencio y la impunidad de los agresores.

«Normalización de la pederastia» en los colegios religiosos en la segunda parte del siglo XX es el término al que recurren los testimonios consultados por Levante-EMV para justificar porqué las denuncias no habían aflorado hasta ahora. En la mayoría de los relatos se habla de pederastas que abusaban de decenas de niños y de conductas intimidatorias que eran un «secreto a voces» en el centro en cuestión, silenciadas de forma cómplice por el resto de la congregación. «Todo delito de abuso sexual ha de ser investigado, pero no podemos negar esta singularidad: los abusos en el seno de la Iglesia. Es como la violencia de género; claro que hay alguna mujer violenta, pero la mayoría de esta violencia es de hombres sobre mujeres. Tenemos las estadísticas de los casos de pedofilia en la iglesia y es innegable que es un caso singular. ¿En qué otra profesión como la de los religiosos que impartían clase hay tantos casos de abusos? En ninguna», explica el catedrático de Sociología, Antonio Ariño.

De esa estandarización de los abusos sexuales durante los últimos años del franquismo y en los primeros de la Transición tiene también una explicación la Psicología. «En aquella época no se hablaba de sexo, era un tabú, pero el profesor tenía toda la autoridad. Era un contexto en el que la mayoría de víctimas se callaban por el miedo a esa autoridad, a las posibles represalias que podía tomar el agresor y porque había miedo a destrozar la familia», explica la psicóloga clínica Consuelo Tomás, que en su agenda de pacientes adultos cuenta con personas abusadas durante su infancia.

Estandarización de la pederastia

Quienes mejor saben acerca de esa estandarización de la pederastia por parte de sus profesores religiosos son los exalumnos que lo denuncian, cada vez más una vez empieza a romperse el miedo y la vergüenza gracias a hacerlo público, sea o no desde el anonimato. «Yo lo viví en mis propias carnes. El padre Alfonso aprovechaba cualquier excusa para restregarse con nosotras, ridiculizarnos en la pizarra, llamarnos putas y cómo si no pasase nada», explica una exalumna del colegio Agustinos de València.

La orden de San Agustín ha condenado «cualquier tipo de abuso sexual, además de lamentar el sufrimiento de las personas afectadas por estos casos que son una lacra». La congregación, además, ya se ha puesto en contacto con la persona que denunció abusos en un artículo anterior. A.M. también vivió los abusos de Fray Balbino en los años 70. «Tenía fama de que le gustaban los niños. Mis compañeros me avisaron de que, si salía a la pizarra y lo hacía bien, me diría que tenía caramelos en la sotana. Pero luego no había caramelos ni nada, solo quería que le metiéramos mano».

Juanjo Sendra contó su testimonio de abusos en La Salle de Paterna. Recuerda que entre los 8 y los 10 años (entre 1978 y 1980) fue agredido sexualmente por el hermano Félix Benedico, alias ‘El Rata’ durante sus noches en el internado. «Se acercaba a mi cama cuando ya me creía dormido, me destapaba con mucho cuidado y me bajaba el pijama, descubriendo mis posaderas. Después, se sentaba en una silla y con toda tranquilidad se masturbaba. Yo no miraba, pero sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Lo oía excitándose, lo oía jadeando».

Desde la psicología clínica, Consuelo Tomás asegura que el abuso sexual no es sinónimo solo de tocamientos, masturbación, contacto bucogenital o violación. «Tener conversaciones eróticas con niños o observarlos desnudos para la satisfacción sexual de uno mismo es un abuso. Te intimidan aprovechando su autoridad. ¿Qué puede hacer el niño frente a eso si no tiene educación sexual, como era el caso habitual en aquella época?» explica. Es lo que denuncia el periodista valenciano Fernando Miñana, que combate la ‘normalización’ establecida sobre los abusos «descarados» de dos frailes del colegio Dominicos de València a principios de los 80. «El padre Villa nos tocaba con frecuencia. A mí y a otros compañeros nos metía casi diariamente la mano por la espalda y te sobaba hasta el culo en la hora de estudio después de comer. Te sacudías como podías, pero era realmente incómodo, agobiante. Todo el mundo lo sabía, es evidente. Igual que las entradas de Fray José al vestuario a darnos palmaditas en el culo y ayudar a secarnos. ¿Normalización? No podemos permitirlo. Hay que denunciarlo», explica.

Intimidación

Otros testimonios recuerdan la conducta «intimidatoria con contenido sexual» del ‘hermano’ Fulgencio, del Colegio Maristas de València, entonces uno de los pesos pesados del centro. Al periodista que escribe este artículo, entonces alumno de Maristas con 13 años, sin ir más lejos, le arrinconó una mañana en un pasillo, le pidió que le revelase sus fantasías sexuales y le invitó a subir un día a su despacho a describírselas. «Quiero que me expliques las guarradas en las que piensas», le incitó. Su afición por demandar informaciones de contenido erótico era vox populi en el colegio. Las cuatro congregaciones mencionadas han seguido el camino de otras en la creación de protocolos para proteger a los menores ante nuevos abusos.

Desde Els Rectors del Dissabte, un grupo católico alejado de las posiciones oficiales de la Iglesia, denuncian el «oscurantismo» de aquella época. «Hoy aquello no se puede entender, porque las cosas hay que analizarlas en su momento, con sus códigos. Y aquello era el nacionalcatolicismo, un potaje en el que el clero tenía el poder en sus manos. ¿El celibato? Esa es la conclusión rápida, pero son muchas cosas más». El sociólogo Antonio Ariño cree, sin embargo, que la prohibición de disfrutar de relaciones sexuales dentro de la Iglesia tiene mucha culpa. «El Concilio de Elvira (principios del siglo IV) hizo mucho daño. Ese es el momento en el cual hay una prohibición de mantener relaciones sexuales al clero», explica.

En la misma línea va la opinión de Dones Creients, un movimiento que pide renovaciones profundas en la Iglesia. «Si las mujeres accedieran a los órganos de decisión ayudaría a abrir mentes, y la pederastia y los abusos sexuales, se tratarían desde puntos de vista diferentes. Mientras que familias, compañeros y niños y niñas abusados, quedaban con un sufrimiento que perdura y que hay que resarcir».

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