Verónica es una niña de cinco años que corretea y juega a la pelota con su hermana Anastasia, de 20. Lleva dos coletas y no para quieta. En el jardín hay más niños pequeños y a uno le han dado un pelotazo en la cabeza sin querer. Son niños pequeños. Y juegan. Sin más. Los padres, en cambio, aún están asimilando el crac. El de ver como sus vidas se han descosido. Que hace dos días estaban haciendo turismo en València o durmiendo en sus casas en Ucrania y ahora son refugiados de guerra.

Los niños forman parte de las primeras nueve familias ucranianas acogidas en un recurso del Ayuntamiento de València en Rocafort. Este es uno de los seis centros de la red habitual de acogida, pero el consistorio ya prepara dos nuevos albergues para acoger a más personas. Muchas familias llegaron ayer escapando por las fronteras de Rumanía o Polonia. Son familias descosidas, casi todas las acogidas son mujeres. Faltan ellos. "Mi hija y yo pudimos pasar la frontera, pero mi marido tuvo que quedarse para combatir", cuenta Katia, que trabajaba hasta hace una semana de diseñadora de moda. Olena tiene a su hijo de 20 años en el frente. Hace dos semanas estaba estudiando ingeniería informática en la universidad para llegar a ser programador. Hoy sirve en el ejército. "Solo quiero que acabe su carrera y encuentre un buen trabajo, pero le han obligado a ir al ejército", lamenta.

De izquierda a derecha: Katia y sus hijos, Olena y Aleksandra. Daniel Tortajada

"Una noche se nos escapó la palabra 'guerra' delante de Verónica en el albergue. La escuchó y nos dijo si ahora iba a venir un soldado a dispararnos, y empezó a llorar sin parar. Para tranquilizarla le dijimos que al día siguiente íbamos a ver el mar. Ahora, para que no piense en eso nos la llevamos muchos días a la playa para que lo vea. Se agobia y le decimos el mar, el mar, el mar", cuenta Natalia, su madre.

Ellas; Natalia, Anastasia y Verónica vivían en una ciudad cercana a la frontera con Rumanía, por donde pudieron salir con los combates ya iniciados. Los 12 últimos kilómetros los tuvieron que hacer a pie en un clima gélido. Llegaron el miércoles en autobús. Natalia, de 39 años, es ingeniera. Anastasia, con 20, había tenido sus primeros trabajos en alguna tienda de animales y estudiaba para ser diseñadora de moda. Verónica es una niña que no entiende por qué no pueden volver a casa. Natalia y Anastasia no saben nada de su vivienda y les pesa especialmente no haber podido llevarse a sus gatos.

Natalia, Anastasia y Verónica Daniel Tortajada

Asimilar la situación

No les entra la cabeza todo lo que está pasando. Todavía les cuesta aceptarlo y dicen que no les parece real. Como Olena, a la que la guerra les pilló haciendo turismo en València. Su marido está con ella y los dos aún tienen las mejillas un poco rojas por el sol. Su hija Katia llegó ayer al albergue junto a su cuñada Aleksandra, una joven de solo 17 años. Ellas salieron por la frontera de Moldavia, de allí escaparon a Rumanía y llegaron a València en avión, con el dinero de unos amigos. Llegaron ellas, porque el hijo de Olena, de 20, y el marido de Katia están en el frente de batalla.

Katia tiene dos niños muy pequeños, el mayor de cinco y la menor de a penas tres. Cuenta que no le importa nada la guerra y que solo quiere volver a ver a su marido, mientras se le enturbia la mirada. Se enteró de madrugada, cuando unas amigas de Jarkóv les llamaron. "Nos dijeron que una fila de tanques había pasado por en medio de la ciudad, que iban para Kiev y que deberíamos salir de ahí". Cogió lo que pudo y a sus niños, y dejó atrás toda su vida en cuestión de minutos. Saben que el edificio de enfrente ha sido derribado por un misil ruso. Creen que su casa está bien.

Refugiados ucranianos reciben clases de castellano en el centro de acogida. Daniel Tortajada

Aleksandra solo tiene 17. Hace una semana su mayor preocupación eran los exámenes finales del instituto para conseguir una buena nota y entrar a la universidad. Ahora es la menor de todas. Lleva una noche en el albergue, el primer techo en cuatro días huyendo. Le ha dado tiempo a pensar como toda su vida se ha derrumbado. Que antes era estudiante y ahora es refugiada de guerra. En la familia que le queda ahí. En sus amigos. "Me gustaría estudiar. Solo eso. Antes estaba agobiada con los exámenes pero ahora nada de eso importa, solo queremos estar en paz", lamenta.

Verónica sigue jugando con otros niños. Olena y su marido, Aleksandra, Natalia y Anastasia se comen la cabeza. Toda su vida se ha derrumbado, todos sus planes y el futuro que tenían pensado. Solo hay invasión hasta que se acabe. Mientras tanto, Madre e hija han pactado que no van a decir más la palabra guerra para que la pequeña Verónica no se asuste. Y que la van a seguir llevando a ver el mar.