Freddie es un pequeño perro 'pug' de dos años. Se llama así por Freddie Mercury, cantante de Queen que Oksana, de 15 años, idolatra. Fue un regalo de su madre a ella y a su hermano de 10 el día de año nuevo. Freddie vivía en un piso en Kiev, y su dueña le sacaba a pasear cada mañana antes de ir al instituto. Hasta que llegó la guerra.

"Nos despertamos a las cuatro de la mañana con las explosiones. Mi madre corrió a nuestra habitación, puso las noticias y supimos que había empezado", cuenta esta adolescente. "Empezamos a coger todo lo que podíamos, aunque no éramos capaces de darnos cuenta de que todo aquello era real. De que estaba pasando. Fue horrible, estábamos realmente asustadas por las bombas", recuerda mientras se queda sin palabras.

Huyeron de su casa y dejaron todo atrás. Pero no a Freddie. El pequeño carlino es una de las mascotas que pululan por el convento La Purísima de Alaquás, donde la Fundación Amigó y el Ayuntamiento de València tienen acogidas a 120 personas que han huido de la guerra. Y a sus perros y gatos. Oksana y su madre son claras "no teníamos ninguna duda de que se tenía que venir con nosotros. Es de nuestra familia".

Luntik, junto a su dueña Cristina. Miguel Angel Montesinos

Cuando una persona llega con una mascota se procura encontrar un recurso que encaje para que puedan estar con sus dueños, según explicó la concejala de cooperación y migraciones Maite Ibáñez. Por ejemplo, este convento con jardines alrededor. Aquí hay varias familias que coinciden si se les pregunta. "Sin él no habríamos cruzado la frontera".

Con Freddie juega Gashe, un bulldog francés de año y medio. Luntik y Ruffi, los dos gatos de Cristina y su madre. La joven tiene 26 años. "Mi marido me despertó de madrugada y me dijo 'la guerra ha empezado'. Metimos ropas en una maleta y la documentación de los gatos y viajamos a casa de mi madre", explica. Su marido no pudo salir porque fue obligado a unirse al ejército. Ruffi es esquivo y se queda en la habitación, Luntik se pasa la mañana en el hombro de Cristina, siguiendo con sus ojos enormes el objetivo de la cámara.

Salvar lo imprescindible

Se llaman Chibi y Óscar. Son perro y gato. Sus dueñas son Oksana, que regentaba un centro de estética en Odesa, y su hija adolescente. La mujer confiesa que "habrá gente que no lo pueda comprender, pero para nosotras son dos más de la familia, no nos imaginamos la vida sin ellos". No tienen a nadie en España, pero decidieron venir a València porque es el lugar más parecido a la perla del Mar Negro.

En el momento de las bombas no se puede pensar. "Cogimos todo lo imprescindible, a Chibi y Óscar y su documentación y nos fuimos". Salieron con ellos por la frontera de Moldavia y llegaron en bus a València. "Por nada en el mundo habríamos cruzado sin ellos. Nos habríamos quedado ahí antes que dejarlos", sentencia Oksana.

Oksana junto a su perro Freddie. Miguel Angel Montesinos

Cristina tiene a su marido y a su padre en la guerra. Teme por su vida. Pero acaricia a Luntik y se le ilumina la mirada con sonrisa incorporada. Se nota que le tranquiliza y le recuerda a casa. El gato tampoco se separa de ella en ningún momento. En un perfecto inglés bromea diciendo que "si no encontramos un alquiler que acepten mascotas nos volvemos a Ucrania".

«No teníamos ninguna duda de que se tenía que venir con nosotros, es uno más de la familia», dice Oksana

Oksana y su madre aseguran que en su huida a la frontera encontraron muchísimas más personas con sus animales de compañía, como ellas. "Vimos un grupo de varias familias juntas con diez gatos cuando llegamos a Lviv (cerca de la frontera). Estaban todos dentro de un restaurante, con las mascotas", recuerda la joven. Explica, con Freddie a sus pies y moviendo la cola de alegría que "creo que es imposible dejar atrás una parte tan importante de tu vida".

La vida que se le ha hecho trozos a Oksana. En el refugio tiene los pedazos que pudo salvar. Por Europa están el resto. Otros quizá los ha reventado algún misil. "Hace nada estaba estudiando en el instituto con mis amigos... Unos pocos se han quedado en Kiev, estoy muy asustada por ellos. Otros están en países en ciudades mucho más seguros porque consiguieron salir. Los tengo en Polonia, Alemania, República Checa, Rumanía, y muchos más. Espero poder volver a verles pronto, porque les echo muchísimo de menos", lamenta.

Refugiados ucranianos que han llegado con sus mascotas, Convento la Purísima Alaquás. Miguel Angel Montesinos

Su familia también está troceada, aunque algún cacho se pueda pegar. Tiene a su madre y a su hermano pequeño en Alaquás. Su padre trabajaba fuera de Ucrania, así que la guerra le pilló fuera y pronto podrán reunirse con él. Sus abuelos, en cambio, se han quedado en Kiev por voluntad propia. "Ellos no vinieron. Lo intentamos cuando estalló el conflicto, pero nos dijeron que no podían dejar su casa y todo lo que tienen y simplemente irse. Así que se han quedado ahí. No podían dejar Ucrania", asegura.

La nueva vida ha estado condicionada por unos amigos de la familia que viven en España. "Cuando llegamos a Polonia y República Checa había muchísima gente y vimos que no podíamos quedarnos ahí. Ahora esperamos acostumbrarnos a España, que es un país que no conocemos y la lengua es un poco difícil", dice mientras sonríe y Freddie tira de la correa.