Vicent Soler (Rocafort, 1949) sabía desde el miércoles que su etapa como conseller finalizaba. Ximo Puig se lo comunicó antes de un encuentro con el ministro José Luis Escrivá, que ese día pasaba por València. Pero el viejo profesor, el de comparecencias de prensa didácticas, un veterano de la política, un histórico del socialismo valenciano, uno de los fundadores del PSPV, de los de autoridad y solera, sabe de qué va esto de la política. De lealtad, sobre todo, a principios, ideas y, también, a personas. Algunas.

Puig y Soler se conocen desde hace más de cuarenta años. De la época en los años setenta del siglo pasado, cuando el hoy president estudiaba Periodismo en Madrid y formaba parte del núcleo en la capital de aquel viejo PSPV (anterior al guión que lo uniría al PSOE) donde abundaban economistas, como Soler, y perfiles de alto pedigrí intelectual (y poco tirón electoral, si hay que decirlo todo).

Ambos, Soler y Puig, forman parte de esa estirpe de socialistas que reivindican el valencianismo de la formación. De Soler, uno de los 10 d’Alaquàs, alguno ha dicho con acidez en estos años que era el miembro más nacionalista de este Consell. Como broma, claro.

Un detalle que aporta algo sobre el predicamento del hasta ahora conseller y catedrático de Economía Aplicada de la Universitat de València, es que ha sido profesor de algunos, bastantes, con los que ha compartido aventura estos últimos años. Por ejemplo, de Arcadi España, quien le sucede ahora en la cartera de los números.

No se puede decir posiblemente que Soler salió contento el miércoles del Palau de la Generalitat, pero sí reconfortado con lo hecho. Puede que la reforma de la financiación autonómica siga empantanada, y con pocos visos de prosperar en los próximos meses, pero pocos consellers de Hacienda han sido tan beligerantes con este asunto. Porque si en algo cree con firmeza, y vehemencia, es en el autogobierno de los valencianos. Y en eso coincide con Puig. Por ello, ha habido decisiones y decisiones estos días para Puig, pero la de Soler es de las que dejan marca. Los atentos se darían cuenta ayer de que, al referirse al conseller cesante, el president no utilizó el término oficial para referirse al territorio, sino que subrayó «su permanente lealtad al país de los valencianos». Un guiño, una forma de decir hasta donde se puede decir, pero dentro de un perfil que les une.

El líder del PSPV quiere que Soler se dedique más a esa faceta a partir de ahora, a labrar y cultivar el perfil valencianista del partido entre las nuevas generaciones, porque se ha ido marchitando con los años. Ambos lo creen. El Espai Bausset creado recientemente ha de ser la herramienta. Y en lo institucional, asegura el entorno de Puig, Soler puede decidir. Si quiere. Porque su robusta salud de 73 años le ha dado algún problema no hace mucho. Resuelto, pero que siempre inquieta, sobre todo a la familia.

Soler sabía que estaba en su recta final cuando pidió a su equipo esta semana visitar las obras del Palau de l’Almirall, la sede histórica de la conselleria en València, con vestigios arqueológicos que la unen con los orígenes de la ciudad. Era una manera de empezar a irse siendo fiel con la historia. La del país y la propia. Soler ha repetido a los más cercanos que estar en el gobierno del pueblo valenciano es lo más a lo que podía haber aspirado. Y lo importante es que sonó absolutamente sincero.