Horas. Horas eternas. Desde que Emilio Narbón, un experimentado submarinista de Burriana, fue consciente de que estaba solo a merced de la corriente hasta que llegó a tierra pasaron tantas horas que difícilmente podría precisarlas. La suya es una de esas historias que impactan, el relato de un ejercicio extremo de supervivencia protagonizado por el hombre que movilizó en su búsqueda un importante despliegue de salvamento marítimo el domingo pasado frente a las costas de Nules, cuando su compañero le perdió de vista y avisó a emergencias temiéndose lo peor. Todos se lo temieron, porque cuando sucede lo que le pasó a Emilio, el final no suele ser feliz, y él es muy consciente.

¿Qué pasó? Es la primera e imprescindible pregunta. Emilio se sumergió sobre las 15.00 horas, como tantas y tantas veces antes, mientras su acompañante permanecía en la barca. Ambos pescaban. Él bajo el agua, su compañero desde la superficie. «Se me estaba enganchando la cuerda de pescar y me puse a desenredarla. Estaba mirando hacia abajo todo el tiempo. Ni yo ni el barquero nos dimos cuenta de que me alejaba», explica.

Siko, como le conocen sus allegados, al ser consciente de su situación trató de alertar a su compañero, pero la corriente lo había arrastrado demasiado. Ni lo veía ni lo escuchaba.

Además, «empezó a buscarme en dirección contraria». Pensó rápido. Debía ser resolutivo. «No podía luchar contra la corriente, así que nadé hacia el puerto de Burriana, que es hacia donde me llevaba». Ya se veía a salvo cuando un revés inesperado convirtió su propósito de llegar a tierra en una hazaña hercúlea. «Habría llegado de día al puerto, pero cambió la corriente y volvió a llevarme hacia Nules».

No tardó en ser consciente de que lo estaban buscando. «Ví el barco de Salvamento Marítimo y el helicópero, y entonces me dije que tenía que llegar cuanto antes a tierra, porque esa gente se juega la vida». No era consciente de que su familia y amigos lo llegaron a dar por muerto, lo que más le duele al recordarlo.

Nadó durante horas, en medio de la oscuridad, con la única referencia de la costa, con el hándicap de llevar una cédula plástica en una pierna, porque era su primera inmersión después de haber sufrido un accidente laboral que le rompió tibia y peroné. Cualquiera en sus circunstancias se habría ahogado, pero su mente estaba en equilibrio, asegura.

«Nadé de espaldas y boca abajo, seguía el ritmo de las aletas, me comí dos jureles crudos porque sabía que necesitaba proteína para no perder las fuerzas, bebí agua a sorbos», sin dejar ni su fusil de pesca ni la boya ni los plomos... «Sabía que podía, que iba a lograrlo».