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En Domingo

Vidas precarias y congeladas por las crisis

La pandemia, el aumento de precios y los bajos salarios frustran la posibilidad de desarrollar un proyecto de vida propio para los jóvenes y perpetúa una eterna dependencia no deseada: «Queremos una vida digna»

Jesús Lucero y Adrián Angulo, dos jóvenes precarios, conversan en La Marina de València para el reportaje. Francisco Calabuig

La crisis de 2008, la inestabilidad posterior que trajo, la pandemia de la covid-19 y el declive de la economía como consecuencia y ahora la Guerra de Ucrania y la subida de los precios de suministros y materiales que se traducen, finalmente, en el aumento del valor de los productos básicos. Es un contexto general que merma la calidad de vida de las personas pero que también, frustra los planes de un sector de la población que comienza a plantearse una vida independiente, un futuro o el camino para conseguir hacer realidad unos proyectos para los que llevan años estudiando o trabajando: los jóvenes.

Ser mileurista era un término de denuncia de la precariedad cuando se acuñó hace unos años y ahora, ese concepto señala a quienes ganan el salario mínimo. Casi una victoria. Algunos jóvenes, los veinteañeros, han empezado a plantearse su vida adulta en plena crisis económica tras la covid-19 y los que rozan o atraviesan la treintena, ya comenzaron a ser conscientes de las dificultades que tendrían para prosperar tras la crisis inmobiliaria que estalló en el año 2008. 

El Banco de España recomienda que el gasto en vivienda no suponga más del 30 % del salario. En los jóvenes, se destina más de un 60 %

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De las setenta solicitudes que envió Jesús Lucero, de 25 años, a setenta empresas en toda Europa para pedir trabajo una vez terminó su máster en Inglaterra solo le contestó una. Y la propuesta fue unas prácticas no remuneradas. Aceptó. Quería aprender. Es ingeniero aeroespacial, originario de La Rioja pero vive en València. Tras esa primera experiencia en esa única mercantil que respondió a sus correos, le contrataron.

Dice que su trabajo le llena y, en un contexto desfavorable, él tiene "muy buenas" condiciones, por lo que no se plantea cambiar de trabajo. Aún así, comparte piso porque vivir solo «es imposible» y aún así se sabe una excepción pues dedica (solo) el 30 % de su sueldo a pagar la renta.

El último informe del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España (CJE), señala que una persona joven asalariada en la C.Valenciana se ve obligada a destinar el 62,4 % de su salario a pagar el alquiler si se emancipa en solitario y el 35,1 % si comparte. Estas cifras han mejorado respecto a los últimos meses de 2020, pero todavía superan la recomendación del Banco de España, que aconseja que este gasto no suponga más del 30 %.

"Los mercados nos someten. El mercado eléctrico o el inmobiliario está por las nubes, casi hay que hacerse un máster para encontrar un piso"

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A eso se suma el aumento de precios de suministros básicos: «Los mercados nos someten. El mercado eléctrico o el inmobiliario está por las nubes, casi hay que hacerse un máster, conseguir un litro de sangre de unicornio y pasar doce pruebas de Hércules para encontrar un piso», bromea. «Me han llegado a pedir hasta tres nóminas solo para ver el piso. Ahora mismo estoy compartiendo y, aunque me gustaría irme solo, el mercado inmobiliario y las altas exigencias no me lo permiten». Y eso quien puede emanciparse. Ni Elisabeth García (25) ni Adrián Angulo (21) ni Thais Ruiz (27) pueden hacerlo todavía. 

«Con la guerra de Ucrania perdimos las condiciones negociadas de la hipoteca»

Patricia Gisbert tiene 32 años, un hijo y otro en camino y trabaja como interina en la Administración Pública. Lleva años ahorrando con su marido para comprarse una casa, ya que viven de alquiler. Ahora que la han encontrado y tienen suficiente para pagar la entrada, el banco les pone mil pegas porque ella no tiene un trabajo indefinido. Solo tienen en cuenta uno de los dos salarios. Y eso es solo uno de los inconvenientes con los que se han encontrado.

«Cuando ya habíamos negociado, con los papeles en la mesa y a punto de firmar la hipoteca» estalló la Guerra de Ucrania y todo cambió para Patricia y su familia. «Nos subieron los intereses y no respetaron las condiciones que habíamos pactado» y ahora pagan «unos intereses altísimos». Para Patricia, que terminó de estudiar en el año 2011 «la crisis de 2008 empezó a provocar lo que se ha ido desencadenando después».

El boom inmobiliario «forzó el auge de un alquiler que hoy ya no se puede pagar». Justo en el inicio de la pandemia se quedó embarazada con toda la incertidumbre que conlleva tener un hijo. Para ella la covid también tuvo una parte positiva y es que, tras aprobar la oposición, la llamaron de la bolsa de empleo público y comenzó a trabajar en la administración. 

En su opinión, las oportunidades para los jóvenes «han empeorado». «El mercado inmobiliario va a estallar. El Gobierno debería meterse y baremar porque sino seguiremos en manos de los bancos».

«El banco no te concede la hipoteca de 500 euros pero sí contempla que los jóvenes paguen alquileres de 700 euros y tengan que compartir piso porque irse solo es inviable. Algo estamos haciendo mal», añade. Además, matiza que «si no tienes unos padres que te puedan ayudar a pagar la entrada o con algunos gastos, es muy difícil llegar a todo. El Gobierno debería adoptar medidas para preconceder hipotecas a gente con contratos temporales, como los interinos».

La primera estudió periodismo y está acabando un máster de Cooperación, ejerce de educadora de menores en riesgo de exclusión social en un centro y trabaja en un comedor escolar. «Las posibilidades de tener un trabajo estable no son reales, el mundo está lleno de contratos basura y no se apuesta por los jóvenes», opina Elisabeth. La educadora cree que «la tendencia va a ser tener varios trabajos, ser pluriempleadas y eso nos va a perjudicar a nivel mental».

Ella tiene cuatro empleos a la vez y dice que entre eso y la pandemia, su salud psicológica se ve afectada en muchas ocasiones. Vive con sus padres a espera de tener un contrato más estable para poder independizarse. Thais Ruiz encontró trabajó tras seis meses de búsqueda en los que todo el feedback que recibía se resumía en una frase: «estás sobre cualificada». Ahora trabaja en un proyecto de una multinacional. Cuando finalice el contrato no sabe lo que pasará. Resumen:«Una inestabilidad total y absoluta», dice. 

«Fuera hay más opciones»

Adrián Angulo, por su parte, hace las prácticas en una empresa de la Formación Profesional que ha estudiado: comercio internacional. Por las tardes entrena a un equipo de fútbol y los fines de semana trabaja en hostelería para empezar a ahorrar mientras vive con sus padres. Piensa que acabará yéndose fuera por la «mala calidad» del empleo en España: «Veo que hay más oportunidades en Europa. Aquí, con el nivel de deuda, la incertidumbre y el futuro que se ve negro, a los jóvenes nos explotará una bomba en unos años y no tendremos cómo prosperar».  

Jesus Lucero y Adrián Angulo, durante la entrevista con Levante-EMV Francisco Calabuig

Durante el último año, los medios y las redes han lanzado una pregunta al aire que ha sido debatida en bares y conferencias: «¿los jóvenes viven mejor o peor que sus padres?». Para David Barbancho (26), asesor en la administración pública, licenciado en ADE y estudiante de Derecho era precisamente la estabilidad que tuvieron sus padres la que buscaba para su futuro. «Un trabajo para toda la vida, una casa, una seguridad a largo plazo». «Eso no lo vamos a encontrar. Ahora iremos cambiando de empleo a lo largo de la vida. La realidad no se adecua a lo que nos habían contado». Por eso, su objetivo es tener trabajos que le gusten a lo largo de su carrera, pues, dice, es «muy difícil» que sean para toda la vida.  

David Barbancho en València, fotografiado para este reportaje. Francisco Calabuig

Por otra parte, David señala que, así como «nuestros padres y nuestros abuelos tenían capacidad de ahorro, el poder adquisitivo que podemos alcanzar ahora es muy inferior». «Con los sueldos de ahora podemos llegar a pasar el mes justo y ya ni hablamos de si estás con un contrato temporal, que no te da seguridad alguna». David está independizado pero recalca que lo está porque en el inicio sus padres le prestaron una ayuda económica. «¿Cómo vamos a ahorrar 30.000 euros para la entrada de un piso si el sueldo nos da para vivir?».

Ansiedad por la incertidumbre

Lo de no tener un contrato fijo es para Julia Tomás (27) sinónimo de dolor de estómago constante y ansiedad cuando se acerca la fecha de fin del acuerdo laboral. La pandemia de la covid dio mucho trabajo al laboratorio pero teme que pronto llegue el «batacazo». Trabaja como investigadora en un instituto tecnológico, le encanta lo que hace y vive de alquiler con su novio en un piso por el que pagan «una fortuna». Emplea la palabra «frustración» para hablar de la situación que vive mucha gente de su edad. En los tres años y medio que lleva trabajando le han hecho cinco contratos diferentes y cuando llega septiembre los nervios se apoderan de ella. «Aunque te dicen que te renovarán, nunca sabes del todo hasta que no te dicen sí».

"Me ronda mucho la idea de ser madre pero por ahora lo veo imposible, ¿si no me puedo ni sostener a mi, cómo voy a mantener a una persona que depende de mí?"

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Por otra parte, Julia siente que «no acabo de ser adulta porque aunque estoy emancipada, sigo dependiendo de mis padres para comprar una casa». El tema de una hipoteca está «imposible». «Es una rueda. Un circulo vicioso. Pagamos tanto de alquiler que no podemos ahorrar para pagar la entrada de un piso a no ser que nos ayuden nuestros padres». En este sentido, también comenta, respecto a sus perspectivas de futuro, la dificultad para formar una familia en un entorno hostil e incierto. «Me ronda mucho la idea de ser madre pero por ahora lo veo imposible». «¿Si no me puedo ni sostener a mi, cómo voy a mantener a una persona que depende de mí?». 

«Solo pedimos una vida digna»

David y Jesús critican el apelativo de «la generación de cristal». «Nos dicen que lo tenemos todo hecho, pero mira lo que hemos vivido». «Una pandemia, crisis económica, guerra...los muros que nos encontramos para tener un proyecto de vida hay que tenerlos en cuenta. Es necesario un trabajo conjunto de empresas, administraciones y la sociedad para ver qué hacemos. La juventud es el presente y el futuro», dice David.

"Nos vendieron la moto. La generación de antes venía quemada por la crisis 2008 y lo intentaron todo. La nuestra está marcada por la pandemia y el patrón se repite"

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Jesús, por su parte, alienta a los jóvenes a movilizarse «no solo por nosotros, sino por toda la sociedad. Tenemos que trabajar por mejorar de forma colectiva». Eva Muñoz tiene 24 años y es periodista. Denuncia que «no tenemos las condiciones que nos habían vendido». «No pedimos nada del otro mundo, solo una vida digna. Punto», sentencia la joven. «Nos vendieron la moto. La generación de antes venía quemada por la crisis 2008 y lo intentaron todo. La nuestra está marcada por la pandemia y el patrón se repite. En los últimos 14 años las condiciones no han mejorado, todo lo contrario». De hecho, señala que «ni siquiera nos dan la oportunidad de equivocarnos, cuando creo que la gente joven tenemos ganas de trabajar». 

Organización colectiva

Al lanzar la pregunta al aire mientras se preparaba este reportaje: «¿El futuro es todo negro o hay esperanza?», una recibe muchas respuestas. La de un joven valenciano fue la siguiente: «La única esperanza es la organización colectiva. Sin ella es difícil prosperar». Esta es la idea, precisamente, que resalta Rafael Castelló, sociólogo y profesor de la Universitat de València (UV) al ser preguntado por el tema. «La precariedad es la consecuencia de un sistema neoliberal que solo mejora la situación de los que más tienen. La inmensa mayoría va a peor».

"La gente, en su precariedad, tiende a buscar soluciones individuales, que es lo que quiere el sistema, pero el conflicto solo tiene soluciones colectivas"

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Por eso, el sociólogo dice que tanto la gente joven como las clases medias, que cada vez están más empobrecidas tienen que movilizarse «de forma colectiva». «La gente, en su precariedad, tiende a buscar soluciones individuales, que es lo que quiere el sistema, pero el conflicto solo tiene soluciones colectivas». «El problema son las reglas del sistema, la estructura. No es que no haya solución, es que aislados solo empeoraremos y perpetuaremos estas condiciones precarias».

Respecto a las condiciones con las que los jóvenes inician su vida adulta, Castelló destaca que la «democratización de la universidad» que ha permitido que todo el mundo pueda acceder a educación superior, debería ir acompañado de políticas de empleo. «Necesitamos una economía que absorba todo el conocimiento porque no es verdad aquello que nos vendieron de ‘si estudias encontrarás trabajo’. Esa frase solo crea frustración, responsabiliza a los jóvenes, les generan incertidumbre y eso lleva al enfado, la ira y deriva en extrema derecha y polarización. O nos ponemos manos a la obra colectivamente o esto puede acabar mal».

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