El PP ha tenido que sofocar esta semana un incendio que se le había declarado a cuenta del debate territorial que él mismo abrió y sin que nadie más terciara en el asunto. Su nuevo líder, Alberto Núñez Feijóo, trata de poner en marcha un giro autonomista que intenta llevar al partido desde las posiciones más centralistas de la época de Pablo Casado hasta un discurso como el exhibido hace unos días en Barcelona ante el empresariado catalán en el que el dirigente gallego se refirió a aquella autonomía como «nacionalidad catalana».
Poco después, el número tres, Elías Bendodo, elevó la apuesta de su jefe y habló de que España era un estado «plurinacional» pero el charco que pisó era ya grande, daba mucha gasolina a Vox en plena campaña electoral andaluza y tuvo que rectificar.
Ante la polvareda, Bendodo y después Feijóo se acogieron al artículo dos de la Constitución, el que consagra la indisoluble unidad de la nación española, pero reconoce también la existencia de nacionalidades. «España no es un Estado plurinacional, eso es una obviedad», acabó por zanjar Feijóo.
Una polémica que más allá de declaraciones y desmentidos exhibe un nuevo tono, un cambio de discurso en el PP español, más autonomista y sensible hacia el autogobierno y los territorios.
Un movimiento táctico de la dirección nacional para intentar mejorar sus expectativas electorales en autonomías como Cataluña y que los populares valencianos lejos de ver como una amenaza a su discurso consideran una oportunidad, según señalan desde la dirección autonómica.
Una vía, aseguran, para reforzar elementos de su discurso de cariz más autonomista o regionalista. Apuntan que Feijóo viene de ser muchos años presidente de una autonomía como Galicia, con señas de identidad propias y lengua cooficial, igual que la valenciana, y que eso facilitará el discurso en temas como el agua o la lengua, aunque habrá que ver como lo encajan con Feijóo lanzando guiños a Cataluña.
A ello se une que el giro autonomista parece lejos de estar consolidado. De hecho, no todos en el PPCV consideran que Feijóo podrá apuntalarlo. Hay voces que sostienen que lo tendrá muy complicado por la presión de Vox, que ha reaccionado con dureza ante el debate de la España plurinacional, o por la fuerza de pegada que tiene el sector más centralista del PP, nucleado en torno a la Comunidad de Madrid que preside Isabel Díaz Ayuso y que ya ha demostrado con la caída de Pablo Casado. Dos elementos que van a complicar mucho las cosas.
Pero en la dirección del PP valenciano insisten en que ese giro facilita su discurso. «Nos hace la vida más cómoda porque resultará más fácil defender argumentos relacionados con el autogobierno valenciano; hay más sensibilidad ahora con las cuestiones relacionadas con elementos propios valencianos que nosotros tenemos que defender», señalan.
Discursos como el de la defensa de las señas de identidad en choque siempre con el catalanismo, la lengua, el derecho foral o el agua entienden en el PPCV que no necesitan suavizarse o moderarse sino al contrario, activarse porque la dirección es más sensible que lo era la de Casado.
Así, los temas identitarios van a seguir teniendo recorrido y en absoluto van a decaer en el discurso popular valenciano. En los sondeos que maneja el PP, la cuestión de la defensa de los símbolos, de la denominación del territorio, el secesionismo lingüístico o la ofensiva contra la Academia Valenciana de la Lengua (AVL) que los populares ven «corrompida» y en manos del catalanismo, funciona muy bien. El blaverismo aporta a los populares un caladero importante de votos.
De hecho preparan una nueva ley de señas de identidad, como ya ha anunciado su líder Carlos Mazón en varios foros. El primer acto de Mazón como presidente regional hace casi un año ya fue reunirse con el presidente de la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV) y el de Lo Rat Penat en un claro guiño al llamado ‘blaverismo’, el sector más contrario a la unidad de la lengua.
El nuevo PP de Feijóo, señalan, recuerda más al primer PP que pretendió configurar su fundador, Manuel Fraga, cuando trató de abrir el partido al Estado de las Autonomías desde las posiciones centralistas de la antigua Alianza Popular. Algo similar, salvando las distancias, ocurriría ahora.
