Una de las afirmaciones falsas que circulan en los últimos meses por el sureste peninsular, en relación con el futuro del trasvase Tajo-Segura, es la relación que se ha establecido entre la disminución prevista en el caudal a trasvasar y la aparición -por arte de birlibirloque- de un desierto. Y se repite sin cesar una afirmación que es errónea de raíz: “sin trasvase, desierto y paro”. Los que afirman tal cosa desconocen el origen y significado de la palabra desierto, y lo asocian directamente a la imagen de un nuevo Sahara que aquí se formase, desconociendo las dinámicas ecológicas de las zonas semiáridas y el funcionamiento de los climas de raigambre subtropical. Pero lo que se busca principalmente es mantener en el engaño del agua a la gente con un mensaje efectista vinculado a un proceso ecológico que es imposible que se produzca en varios cientos de años en el sureste ibérico. Sin agua del trasvase no habrá ni desierto ni paro. Habrá otros recursos para abastecer las demandas existentes en esta parte de España. El sureste no se va a convertir en ningún desierto. ¿O es que el sureste era un desierto antes de que llegasen las aguas del trasvase? Además, en el contexto de cambio climático que vivimos existe mucha incertidumbre sobre la propia evolución futura de las precipitaciones en el este peninsular. Con más gotas frías en las capas medias y altas de nuestra atmósfera, como se están produciendo, y un mar Mediterráneo más cálido nada quita que pueda llover lo mismo o incluso en las próximas décadas. Esto en la franja costera porque hacia el interior, hacia el sistema Ibérico meridional, la tendencia de disminución de las lluvias anuales es incuestionable también por efecto del cambio climático. Son los matices regionales que está presentando el proceso de calentamiento climático en nuestro país. Si se quiere mantener el trasvase Tajo-Segura hágase desde la ciencia, no desde la pancarta. Planificando con detalle su evolución en las próximas décadas y buscando soluciones con antelación que pasan decisiones políticas inaplazables: mejorar la calidad de las aguas depuradas, fomentar el uso de aguas subterráneas, pactar un precio político para el agua desalada de uso agrario. Y seguir investigando en la evolución futura del clima en el litoral mediterráneo, para ir adecuando en cada momento la planificación económica y territorial. Y no por decir esto se es peor ciudadano del sureste peninsular o peor patriota. En materia hídrica y territorial hay que ser realista y práctico. Las añoranzas del pasado ya no sirven en el contexto climático actual. Y por favor dejen de maltratar a la inteligencia con mensajes que demuestran ignorancia geográfica y ecológica y ofenden a la ciencia.