El 7 de noviembre de 2019 la vida se convirtió para Marisol Burón Flores en un agujero negro del que aún no ha podido salir. Posiblemente, no saldrá nunca. Ese día, su hija mayor, Marta Calvo Burón, de 25 años, murió asesinada presuntamente por quien se ha revelado un depredador sexual en serie, Jorge Ignacio P. J., que por fin se sentará en el banquillo dos años, seis meses y 23 días después de para responder no solo por aquel crimen, sino también por los de Arliene Ramos, de 31 años, y Lady Marcela Vargas, de 26, y por haberlo intentado con otras ocho mujeres más. Que se sepa.

Las víctimas vivas esperan con nerviosismo, pero con firmeza, el día en que volverán a cruzar su mirada con la del hombre que estuvo a punto de matarlas para explicarle a los nueve miembros del jurado cómo fueron aquellas horas de terror y angustia infinitas. También, la hermana de Arliene y la familia de Lady. Pero hay una mujer cuyo sufrimiento está muy por encima del de todas las demás afectadas. El de Marisol, la madre de Marta, que sabe, o debe creerlo, que su hija está muerta, porque casi tres años después ni siquiera tiene una tumba donde llorarla o unas cenizas que venerar. Solo un recuerdo. Y dolor, un dolor antiguo que se ha instalado en sus entrañas, donde habita mezclado con la rabia de la que se alimenta su fuerza para seguir adelante.

"Confío en todos y cada uno de los nueve miembros del jurado. Sé que sabrán hacer bien su trabajo"

La inminencia del juicio, que comienza en solo una semana, el próximo día 13 de junio y se prolongará hasta mediados de julio, la ha convertido en un manojo de nervios. Los médicos le han aumentado la medicación y su psicólogo, Mariano Navarro, está más cerca que nunca. Es un momento crucial.

«No le tengo miedo»

«Esto me está costando la salud. Y sé que me costará la vida. Tanto sufrimiento me pasará factura», describe. «Este último año ha sido un infierno. Pero aún así, no he faltado ni un solo día al trabajo. Cada mañana me despertaba llorando y solo Dios sabe el esfuerzo sobrehumano que he tenido que hacer cada día para levantarme de la cama, vestirme e ir al trabajo y conseguir pasar un día más. Y también lo sabe mi marido, que ha estado ahí en cada momento, y mi hijo», a quien es consciente de haber dejado sin pretenderlo en un segundo plano mientras lloraba y buscaba a su hija ausente.

Pero Marisol, una mujer que ha demostrado sobradamente su fortaleza y empuje –asegura con una fe inquebrantable que es su hija quien se la envía desde donde esté–, vuelve a exhibir ese rasgo cuando se le pregunta por su ánimo de cara al juicio. «Estoy deseando que llegue el día. No es deseo de venganza, sino de justicia».

Confiesa, eso sí, que está «nerviosa, porque es la primera vez que voy a tener de nuevo la oportunidad de ver al asesino de mi hija. Sueño con el momento de volver a mirarle a los ojos y que me diga, como hizo entonces, que no conoce a mi hija y que no sabe quién es Marta. A ver si se atreve...».

"Me he levantado cada día llorando y he tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para irme a trabajar y seguir adelante"

No es desafío, es entereza. «No le tengo miedo ni a él, ni a 33 como él. Me encantaría tener una conversación cara a cara con él... Sé que sería un monólogo, pero he soñado tantas veces con ello, que daría lo que fuera por hacerlo realidad», concluye.

Tal como adelantó en su día Levante-EMV, Marisol trató de localizar a su hija por sus medios antes de denunciar su desaparición. Armada del valor que le infundía la certeza de que a Marta «le había pasado algo malo», acudió sola a la ubicación que su hija le había enviado aquella madrugada del 7 de noviembre de 2019 tras comunicarle por Whatsapp que se había ido con un chico a su casa. No solo se presentó en Manuel, sino que, indagando entre los vecinos, dio con la vivienda en la que la joven había sido asesinada el día anterior aunque ella entonces no lo sabía. Y quien le abrió la puerta y le enfrentó la mirada cuando le preguntó por Marta y le enseñó la foto de la chica fue su presunto asesino, Jorge Ignacio P. J., quien negó conocerla o haberla visto siquiera pese a la insistencia de Marisol cuando le espetó que Marta le había enviado su geolocalización desde esa casa.

La esperanza de que hable

Del juicio, además de una condena, espera «que ahora diga la verdad, que acabe derrumbándose y diga por fin que hizo con Marta y dónde está su cuerpo. Esa es mi gran esperanza, poder recuperarla y traerla de vuelta conmigo».

Sabe que se perderá las primeras dos semanas de juicio, porque ella es una de las testigos y como tal no podrá entrar a la sala de vistas hasta que le llegue el turno de declarar, previsto para el día 29 de junio, pero estará en la puerta «como un clavo» desde el primer instante. «¡Dónde iba a estar si no!», exclama. «Eso sí», remarca, «confío plenamente en todos y cada uno de los nueve miembros del jurado, porque sé que sabrán hacer perfectamente su trabajo».

Una asociación con el nombre de Marta para ayudar a otras familias

Marisol no ha parado ni un momento desde el asesinato de su hija. No solo la ha buscado incansablemente, primero desde el anonimato y después, tras conceder su primera entrevista a Levante-EMV, acudiendo a cada medio escrito, digital, radiofónico o televisivo para reclamar Justicia, sino que, además, ha recogido firmas para impulsar un cambio legal que tipifique la ocultación de cadáver en los casos de asesinato y ha instado a los partidos a llevar adelante esa iniciativa cuando supo que no podía impulsarlo ella. Ahora, su objetivo, su «ilusión», es crear una asociación «que lleve el nombre de mi hija Marta cuyo fin será ayudar a cualquier familia que esté sufriendo lo que yo sufro. Muchas personas no tienen la posibilidad de afrontar procesos como estos, que son muy caros, y se ven abocados a asumir la justicia que les den sin más. Nosotros aportaremos esa asistencia letrada y ese soporte desde la asociación». En definitiva, extraer algo de bondad de tanto mal.