Doce de la mañana en plena ola de calor. Alrededor de 300 vehículos ya esperaban en el parking de la terminal del ferry de València a Mostaganem (Argelia), a pesar de que el buque, el primero de la Operación Paso del Estrecho 2022 que sale desde la capital del Turia, zarpaba a las 18.30 horas. Según apuntaban testigos, algunos de esos coches, cuyo goteo de llegada durante la mañana con sus bacas repletas de abundante equipaje envuelto por plásticos azules o grises era incesante, ya llegaron durante la noche anterior. El eje de las conversaciones entre los presentes no eran precisamente los recientes conflictos diplomáticos entre España y Argelia. Eso pertenece a otras esferas sociales. Para estos viajeros las dificultades son otras, de un mundo mucho más llano: «Esto es una mierda». Son las palabras con que se dirigía Ghemaz, un ciudadano francoargelino, a este periodista.

Ghemaz acumulaba 12 horas en coche para recorrer los 940 kilómetros que separan la localidad donde vive en Francia de València. Y una vez zarpara el barco, le esperaban otras 15 horas y media sobre el mar Mediterráneo hasta su destino en Argelia. Sin embargo, el eje de sus quejas, muy amargas, giraba alrededor de las horas que iba a pasar en València. «En Alicante y Almería, todo ok. Aquí es inhumano», clamaba, mientras otros conciudadanos suyos asentían a su alrededor sumándose a sus lamentos. Junto a Ghemaz salían ayer más de 1.300 pasajeros que daban el pistoletazo de salida a la Operación Paso del Estrecho (OPE) 2022 desde València, de la que su puerto forma parte oficialmente a ojos del Gobierno desde 2018, aunque el trayecto ya empezara a operar en 2016.

Sin embargo, pese a formar parte del dispositivo de la OPE -por el que el Gobierno dota al puerto de València con un equipo de alrededor de 40 personas entre policías portuarios, policías nacionales, policías locales, guardias civiles, Cruz Roja, Protección Civil, personal sanitario y traductores- las quejas por parte de los viajeros abundan. «Faltan por cubrir necesidades básicas. Apenas hay bancos para sentarse ni espacios con sombra», lamentaba amargamente una mujer que denunciaba que había visto cómo alguna madre se veía obligada a dar el pecho a su bebé en el suelo o dentro de un coche ataviado hasta los topes de equipaje.

A lo largo de todo el parking de la terminal tan solo hay una zona de unos 25 metros cuadrados con sombra habilitada con seis mesas y 14 bancadas en un espacio completamente abierto -por supuesto, nada de aire acondicionado-, en plena ola de calor con temperaturas cercanas a los 40 grados, algo que es bastante previsible que ocurra en los meses de la OPE, del 15 de junio al 15 de septiembre. El servicio habilitado para el viajero, además de esa área descrita, consiste básicamente en una sala habilitada con duchas y baños, además de tres urinarios en casetas prefabricadas. Por lo demás, una gran explanada de asfalto con plazas de garaje y nada de arbolado para protegerse del sol. Allí, decenas de personas -entre ellos niños y niñas- tratan de descansar sobre sábanas colocadas en el suelo entre los vehículos.

Sólo máquinas expendedoras

Otro de los problemas denunciados es la falta de servicio de alimentación. Apenas dos máquinas expendedoras de refrescos, otras dos de agua, una de snacks y otra de café -que ayer no funcionaba- en todo el recinto. Nada de cafetería. Si un viajero quiere comer algo, debe llevarlo ya en su vehículo o desplazarse desde allí hasta el barrio de Natzaret para buscar un supermercado o un bar. También había sombra en las taquillas, por donde tienen que pasar todos los pasajeros antes de zarpar para retirar sus tarjetas de embarque.

Y en estas condiciones, ¿por qué muchos de estos viajeros siguen usando este ferry València-Mostaganem? El motivo principal: porque la mayoría de ellos vienen de Francia. «Son dos horas menos de coche que desde Alicante», confiesa Ghemaz, que explica que es la cuarta vez que toma este buque -pese a sus quejas- y que el resto de su familia ha ido en avión por comodidad. ¿Y por qué no les acompaña él? Porque lleva el equipaje para todo un mes, además de objetos y regalos para su familia que no pueden adquirir en el mercado del país argelino, que no puede transportar en el avión. En efecto, tras dar un paseo por el garaje, se puede constatar que el 95 % de las matrículas de los vehículos presentes en el parking son francesas.

Los argelinos residentes en España, por lo general, no toman el ferry desde València. Es el caso, por ejemplo, de Pachi, un argelino que vive en la ciudad del Turia desde hace 26 años, pero que prefiere salir desde Alicante ante las incomodidades de la terminal del puerto de València. «He pagado 1.414 euros para ir con mis dos niños y mi mujer, y el coche en agosto», señala quejándose del incremento de los precios de los pasajes. «En 2018 eran algo más de 600 euros», lamenta. «Le echan la culpa a Putin, al petróleo, a quien sea... pero al final siempre pagamos el pueblo», lamenta.

Cada semana, de aquí al 15 de septiembre, partirá un ferry de València con destino a Argelia con más de 1.300 pasajeros y 400 vehículos. El precio de la ida por persona ronda los 180 euros, y sobre los 500 euros con coche. Los billetes ya están agotados hasta el 20 de agosto. Durante tres meses, cada sábado, las escenas de decenas de personas durmiendo sobre el suelo entre coches y sin apenas sombras para resguardarse del sol se repetirán en las inmediaciones del puerto de València.