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CAMBIO CLIMÁTICO

Vivir en una ola de calor permanente

El calentamiento global provoca ya fenómenos meteorológicos extremos que se acentuarán más y obligarán a una adaptación social

Niños y niñas en una fuente de la ciudad de València esta semana durante la ola de calor que ha dejado temperaturas por encima de las normales en este época del año. | GERMÁN CABALLERO

Piensen todas las noches que han dormido del tirón en la última semana. Piensen en si, a pesar del cansancio, han podido conciliar el sueño rápida y cómodamente. Seguramente la respuesta de muchos de ustedes sea negativa. Y es normal. Esta semana, España y la Comunitat Valenciana, en concreto, está experimentando la primera ola de calor del verano. Todavía sigue. Este fenómeno extremo deja altas temperaturas (máximas y mínimas), días de bochorno acrecentado y noches que superan los veinte grados, conocidas como «noches tropicales». Hay que adaptarse. Estos eventos continuarán y, lejos de aclimatarse, serán más agresivos. Dejarán temporadas de verano cálidas, muy por encima de lo que la población y el ritmo productivo conoce.

Vivir en una ola de calor permanente

Este es el primer diagnóstico que arroja Samira Khodayar Pardo, doctora en Física y coordinadora del área de Meteorología y Climatología del Centre d’Estudis Ambientals del Mediterrani (CEAM) e investigadora en excelencia del plan Cidegent de la Generalitat Valenciana, sobre la ola de calor actual y la tendencia de las que están por llegar, porque no serán pocas. Ella y su compañera Paredes-Fortuny publicarán dentro de poco un artículo científico que analiza precisamente estos fenómenos desde 1951 hasta el presente y que confirma que «el calentamiento global intensifica y hace que los eventos extremos como las olas de calor sean más frecuentes».

También reitera que el mediterráneo, «es una de las zonas más sensible s al cambio climático. La península Ibérica es un punto destacado en Europa». Los datos del estudio confirman algo que los expertos advierten desde hace años: El verano se adelanta cada vez más.

Concretamente, se anticipa cuatro días por década —dice la científica— en detrimento de una primavera que es cada vez más corta, lo que favorece olas de calor en junio. Además, en los últimos años, estos fenómenos se repiten y se aceleran. Desde 1975, ha habido 10 episodios como este, cinco de ellos después de 2011. El evento de esta semana es el segundo más temprano en el año desde que hay registros. El más precoz se dio en 1981 y el calor extremo llegó el 11 de junio.

De hecho, la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) en la Comunitat advertía esta semana de que además de la intensidad del anómalo calor de estas semanas, sorprende la fecha tan temprana del año en la que se ha presentado y su persistencia. Algo que ha dado lugar a que sea el inicio de junio más cálido desde al menos 1950, con 3,7 grados por encima de lo normal en la primera quincena.

Un 65 % más intenso en costa

«Tanto la intensidad, la frecuencia y duración se han extendido pero también su distribución espacial. Las olas de calor ocupan cada vez más espacio en la península», la calina se expande por el territorio. Eso sí, de forma desigual por regiones. En las zonas de interior es dos veces más frecuente que en la costa que haya calor extremo, pero en la zona de mar, cuando lo hay, es un 65 % más intenso. Y la tendencia irá a más. La probabilidad de sufrir este fenómeno de forma severa es ocho veces mayor que hace años.

La amenaza del cambio climático está en boca de todos, pero la realidad es que «ya estamos en una nueva normalidad». «Esto es el principio», añade Khodayar. «El 75 % de las olas de calor más severas han ocurrido después de 1985 y con más frecuencia cuanto más nos acercamos al presente», reafirma. El escenario es de aumento. De media, las olas de calor duraban seis días y ahora ya duran nueve. «Llegará un momento en que habrá temperaturas extremas y viviremos en una ola de calor continua», avanza. Y eso implica riesgos en la salud, muertes, empobrecimiento y afectaciones en muchos ámbitos de la vida.

Un aspecto importante, destaca la investigadora, es que el cambio climático «ya tiene un gran impacto en la salud humana». «No tanto por el crecimiento del valor de los termómetros (que también), sino por la subida de las temperaturas mínimas». «La diferencia entre la temperatura mínima y máxima cada vez es más pequeña y eso provoca que las personas no tengamos tiempo a aclimatarnos». Ese incremento en el valor mínimo de temperatura diaria aumenta casi un 0,2 por década, lo que supone casi 1,5 grados en 70 años desde que hay registro.

¿Qué podemos hacer? Pregunta este periódico a la experta. La respuesta pasa por adaptación y mitigación. «La mitigación implica reducir emisiones y llevar a cabo unas medidas drásticas que frenen por completo el calentamiento global. Pero hemos llegado a un punto en el que esto no es suficiente, hay que adaptarse», incide. Acoplarse como sociedad y modificar el modelo de ciudad para garantizar el bienestar. Sobre todo de los más vulnerables, «las personas mayores, las enfermas, la infancia, las familias que sufren pobreza energética y los trabajadores de sectores que se exponen a condiciones de calor».

Edificios preparados

La solución pasa por refrigerar las casas, tener los edificios preparados en estructura para soportar estas temperaturas y seguir mitigando los efectos de forma paralela. Pero no a cualquier precio. «Serán necesarios sistemas de refrigeración para los edificios, los hogares y los lugares cotidianos, pero habrá que instalarlos con condiciones respetuosas con el medio ambiente que no favorezcan el aumento del calentamiento global», señala Samira Khodayar. Además, en las ciudades, zonas seis veces más vulnerables al calor por las llamadas «islas de calor urbanas», el efecto bochorno se intensifica todavía más en una ola de calor.

Por eso, la adaptación pasa también por garantizar zonas verdes (con vegetación) y azules (con agua) que favorecen la absorción y el descenso de temperaturas. «En València, la construcción del río ha sido fundamental», dice la física. Además, será importante «revisar los sistemas de prevención y de alarma y adaptarlos a las condiciones actuales». Hay que «prepararse para un futuro que acentuará estos fenómenos». Ya llegamos tarde.

La experta no es optimista. «Vamos hacia un escenario de invierno con lluvias torrenciales y veranos extremos». «Somos una zona altamente sensible a efectos del cambio climático y la consecuencia ya no es solo la salud sino un empobrecimiento de las sociedad por la imposibilidad de poder desarrollar ciertos empleos». Es importante, recalca la experta, «concienciar y educar a la población y que entiendan el riesgo de estos fenómenos para evitar actividades que les expongan» y tener en cuenta la posible la concurrencia de varios fenómenos al mismo tiempo. Por ejemplo olas de calor en periodos de sequía o incendios, efecto isla de calor y olas de calor. «Sus impactos son o pueden ser mayores a los impactos individuales de cada uno de ellos», recalca.

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