El final de la ola de calor está avivando la llama tormentosa. Después de muchos días con temperaturas extraordinariamente altas, el mecanismo que estaba produciendo los días tórridos, una DANA, se ha echado encima de la Península Ibérica y va a mostrar su cara “a”. Una más reconocible porque suena a repiqueteo de gotas y bramido de truenos. La preocupación que ahora surge es que el excedente de calor se convierta en otro de adversidad, ligado a vientos intensos o pedrisco. A lo largo de la semana pasada los récords estuvieron a la orden del día, pasando de noches insufribles con cerca de 25 ºC a mediodías sin parangón en un mes de junio, con esos 39 ºC del aeropuerto de Manises como uno de los máximos exponentes.

La boya de Valencia en la tarde de ayer llegó a medir en la superficie del Mediterráneo una temperatura de 26,6 ºC. Esta cifra supera en 5 ºC los registros normales de estas fechas. Cuando eso sucede el mar pierde “superpoderes”, como el de aminorar las temperaturas máximas u obstaculizar la llegada de las tormentas hasta el litoral; y gana otro, el de aumentar la probabilidad de que se produzcan mínimas tropicales e incluso las llamadas tórridas o ecuatoriales. Todo ventajas.

Entre el calor acumulado en tierra y el de la parcela marítima, los ingredientes para el desarrollo de fuertes tormentas mejoran notablemente las prestaciones normales. Así, para la próxima tarde se prevén índices de inestabilidad atmosférica muy elevados en el este peninsular, sobrepasando los umbrales que dejan entrever que los chaparrones acabarán siendo adversos. La energía está desbocada y la cizalladura presente en la troposfera (cambios de dirección de viento con la altura) ayudará a aumentar la longevidad de los cumulonimbos, a la vez que favorecerá la aparición de granizo.

Además, la divergencia de estar en la parte delantera de la DANA también suele ser un lugar muy acogedor para los nubarrones, que requieren de ascensos de aire para subsistir. Y ahí los tienen todos. Solo los niveles de humedad pueden ser un problema para que fluyan los engranajes, aunque en ocasiones su ausencia parcial solo consigue que la maquinaria vaya a trompicones, con movimientos más virulentos que acaban en los temidos reventones -vendavales-.

El arte de predecir el tiempo está aún hoy ligado a incertidumbres, pero cada vez sabemos más de la troposfera y podemos hablar del corto plazo con bastante seguridad, e incluso teorizar del medio y largo con cierta solera. Últimamente, muchos parecen haber olvidado que detrás de esta información prestada hay una ciencia, gente muy estudiosa e infinidad de datos contrastados y objetivos. Aquellos que no pongan esto en valor acabarán empapados de realidad, quizás hasta de forma literal con las tormentas de hoy, y hechos un meme. Al tiempo.