«Está el caos. Es lo único que te rodea cuando ves que puedes perder la casa. En ese momento puede que te importe un bledo tu vida. Y puede que veas una ventana abierta». Dolores Messeguer estaba presente en la calle mientras Bienvenida Torres, de 87 años, empezó a lanzar sus cosas por la ventana en el barrio del Cabanyal. Dos furgones policiales habían cortado los accesos a la calle y la mujer lloraba desconsolada. Messeguer, psicóloga, cuenta que «yo ahí vi un suicidio. Igual que estaba tirando ropa podía tirarse ella en cualquier momento». Pese a no contar con autorización empezó a explicar la situación a la policía, que finalmente accedió a que una activista del Sindicat de Barri del Cabanyal subiera la casa. El desahucio se aplazó, pero Bienvenida sufrió una crisis de ansiedad y su nieta lo presenció. 

Dolores ha trabajado toda su vida como psicóloga, primero en empresas y luego en entidades sin ánimo de lucro. Hasta que su vida cambió para siempre el pasado 8 de noviembre, cuando desahuciaron a su madre, también de 87 años. Entonces descubrió la crudeza de un proceso de lanzamiento de una vivienda. «Yo tenía en mi cabeza que habría trabajadores sociales, que le darían alguna alternativa, algo. Pero a la hora de la verdad lo que te encuentras es mucha policía, una comisión judicial y el cerrajero. Y mi madre se iba a la calle con lo puesto. Y ahí te quedas. Sola.», relata. 

Desde ese día pasó a formar parte, como voluntaria, de Psicólogas Sin Fronteras, una entidad sin ánimo de lucro que, de manera altruista y de la mano de activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) presta servicio a afectados por desalojos en el momento en que se producen. «Yo he visto la injusticia y lo crudo que es un desahucio y ahora quiero ayudar, que la gente lo sepa, porque se creen que hay una cobertura social pero no es así», lamenta. Tras toda la vida trabajando como psicóloga, ahora dice que empatiza y se implica muchísimo más.

Vanesa Martínez es coordinadora del área de apoyo en crisis de Psicólogas Sin Fronteras en València, y explica que «a nivel social no hay ningún apoyo para esta gente. Se las deja en la calle y ya te apañarás. Se quedan muy solas en estos procesos», denuncia mientras reivindica la presencia de psicólogos junto a las autoridades en estos casos. 

«La ansiedad hace que crezca el cortisol y el sistema inmune baje, con lo que se enferma más», dice López

Guerra y posguerra emocional

Lo primero es pensar que un proceso de desalojo implica meses hasta que acaba sucediendo. «La gente se siente impotente, avergonzada, con un sentimiento de culpa y rabia enormes. Empiezan a aislarse de la sociedad poco a poco y entran en un estado de tristeza prolongada», explica López. 

Comenta el caso reciente de Encarnación, una mujer con discapacidad y dos menores. «Imagina vivir en ese estado de alerta e inseguridad permamente. Que te llamen cada día para decirte que te tienes que ir o te van a echar. Con esa presión siempre prolongada. De hecho, esa ansiedad tan alta aumenta el cortisol y hace que tu sistema inmune disminuya y la persona enferme más», cuenta Vanesa Martínez.

Teresa Torres, hija de Bienvenida, llora durante el desahucio de su madre. German Caballero

Otros síntomas son el insomnio, ataques de ansiedad, dolores de estómago y problemas digestivos. También la pérdida de peso, añade López. Y finalmente, en algunos casos, la depresión. «Hace falta un trabajo muy intenso con estas personas , sobre todo porque tardan muchísimo en pedir ayuda», remarca. Además, «hay que pensar que para ellas hay muy pocas garantías de que su situación vaya a mejorar y dejan de creer por completo en el sistema», dice López. 

Finalmente la casa de Dolores volvió a su madre tras una sentencia de la Audiencia Provincial, aunque ella todavía no ha podido entrar a la vivienda porque el propietario tiene un plazo de tiempo para volver a dejarla en condiciones. Aquella sentencia fue el uno de diciembre y Carmen Débora aún no ha vuelto a casa. "A mi madre le destrozaron la vida en cuestión de semanas y para arreglársela tiene que pasar medio año", lamenta Dolores.

Durante el desahucio Carmen también sufrió un ataque de ansiedad al verse en la calle. Y ahora mismo se encuentra sumida en un estado de tristeza profundo. Dolores explica que, durante meses, hicieron un peregrinaje por todos los servicios sociales de la ciudad buscando una alternativa que nunca llegó. Solo una lista de espera enorme. "De años", cuenta Messeguer.

Un desahucio puede llegar a ser un momento de locura. Dolores lo sabe y lo explica porque le ha tocado de cerca. "Es un dolor físico, como si estuvieras envuelto en llamas. Algo te quema y quieres salir a costa de esa situación, del malestar enorme que llevas y te tiene acorralado. La gente llega a un punto en que ni razona. Y si hay una ventana abierta... se acabó el dolor", lamenta

Dolores pasó de víctima a activista. Pero ella y su madre aún siguen muy afectadas por lo sucedido. Porque después de la guerra que supone un desahucio viene la posguerra. El estrés postraumático. Su madre tiene doble medicación para la tensión y está tomando un medicamento antipsicótico. Ella ha visto cómo ha vuelto a brotar la epilepsia que padece; «el otro día un vecino me encontró tirada en el rellano». Es el coste físico y mental de perder un hogar.