El cambio en las horas de luz solar entre verano e invierno, entre invierno y verano, es un aspecto mágico del clima terrestre. En nuestras latitudes ibéricas, pasar de 15 horas de luz ahora a finales de junio, a apenas poco más de 9 horas a finales de diciembre, representa el tránsito de la alegría a la melancolía. De los días largos de verano a la oscuridad del invierno. Pero esta es la magia de los aspectos astronómicos que rigen nuestro clima. Ahora que estamos hablando de la pérdida de las estaciones de tránsito, primavera y otoño, debido a la prolongación de la temporada cálida del año en el contexto de cambio climático, los aspectos astronómicos del clima siguen siendo la norma “estable” que calibra el tránsito entre los diferentes momentos del año. Y la luz, las horas de sol, son la pieza clave de este movimiento anual. En este sentido, vivimos en latitudes privilegiadas porque la luz solar nunca falta. Podrá tener más o menos duración, pero tenemos sol. Hay lugares del mundo donde el sol falta durante meses. La Tierra es un astro maravilloso, con su eje de rotación inclinado, con su órbita de traslación alrededor del Sol. Lástima que el ser humano se haya empeñado en maltratar su atmósfera inyectando unos gases desde hace más de un siglo que ahora sabemos que está alterando su balance de energía. En esa lucha entre lo astronómico y lo terrestre en la caracterización del clima terrestre gana la partida, lamentablemente, la modificación que está imprimiendo el ser humano en este esquema de funcionamiento de la maquinaria climática. Una maquinaria que ha funcionado de forma natural durante miles de millones de años y ahora, en apenas siglo y medio, la hemos alterado, de momento, irreversiblemente.