El tiempo se paró el domingo por la tarde en Casas de Moya, cuando tres rayos desataron una tormenta de fuego. Fue en una finca privada en el monte de la aldea más grande del término de la Venta del Moro, que vive estos días entre el terror y la esperanza ante la impotencia de las llamas. Sus vecinos dieron por apagado el incendio el domingo por la noche. Al día siguiente, llegó la destrucción. «El fuego se avivó el lunes y casi nos entra en las casas», comenta Antonio Guaita, un vecino, cuya vivienda se ha quedado a escasos 300 metros de las cenizas, todavía humeantes.

Javier, Antonio y Enriqueta, en la casa en la que viven y que se quedó a 200 metros del fuego. f.b.

Huele a pino y a romero quemado en las calles de Casas de Moya dos días después de que se declarase el incendio que, anoche, ya había quemado más de 1.300 hectáreas en el límite suroeste de la provincia de Valencia con la de Albacete. La Guardia Civil cortó la carretera que lleva hacia la ciudad manchega, aún en la comarca de Utiel-Requena, por donde sólo pasan los vehículos del Consorcio de Bomberos de València y de la Unidad Militar de Emergencia (UME), que trabajan a pie del terreno. En el pueblo se respira una calma inquieta, valga el oxímoron para describir resignación e incertidumbre.

Julio García Moya tiene 80 años, luce una gorra color gris bien calada y otea el horizonte quemado desde un banco junto a la fuente del pueblo. «Esto da mucha pena. Se ha quemado mucho monte y hay muchos animales que se van. El fuego salió de Casas de Moya y ha arramblado con todo. Ha llegado casi hasta Contreras y ahí sigue ardiendo. !Mira si ha cogido rodal, mira! Ya está casi en Castilla-La Mancha», afirma señalando con el bastón hacia el oeste con un marcado acento manchego y un castellano copioso.

«El pueblo se ha salvado porque hay rochas y porque cambió el viento, que aquí cambia cuando menos te lo esperas», añade antes de que un helicóptero negro de la Generalitat Valenciana aparezca de sopetón sobre el pueblo y rompa la conversación.

Dos calles abajo, en las afueras de la población, cuatro personas dialogan en voz alta junto a un cañizo. El fuego se quedó a poco más de 200 metros de la casa. «Dicen que estaba controlado, pero en 10 minutos casi se metió aquí y luego se fue para arriba», asegura Antonio Guaita junto a su hermana Enriqueta y sus sobrinos, Javi y Alba. «Yo esto ya lo he vivido. Sí, hombre. Casi entra en la aldea. El fuego es imparable. Las piñas saltan 10 ó 12 metros y ayer se oía como hacían clic-clic-clic, como los petardos», añade. «Yo tengo 8 o 9 cabras, gallinas y conejos, tuve que sacarlos porque sino se queman todos», apostilla el sobrino. «Esto se quemó hace 12 o 14 años allí arriba, en La Torreta, y tardará de 15 a 20 años en regenerarse», afirma Antonio, que no sabe si su campo de viñas ha sido o no pasto del fuego. «Que yo sepa se me han quemado unos almendros, pero tengo unas viñas que no sé si me han ardido. Son dos mil kilos de uva que no sé si el Estado me pagará, porque esto será Zona Catastrófica, ¿verdad? Como el Ejército no me deja pasar, no sé si está bien. Si se ha quemado, que nos paguen los males, que la agricultura está muy mal», asegura.

«He tenido suerte»

Por la calle aparece un hombre con dos bastones que vuelve de un campo que se salvó de las llamas por los pelos. Se llama Manuel, tiene 84 años, y estuvo a punto de morir en el incendio que quemó unas pocas hectáreas en la zona de la Casilla del Cura, arriba del pueblo, hace unos años. «El fuego va mucho más para arriba que para abajo. Si alguna vez está en un incendio, siempre vaya hacia abajo, eh. Estuve ayudando para apagarlo y, como tardé en salir, todos pensaban que me había quedado allí», recuerda antes de que suene el teléfono. Su mujer llama preocupada. «Estoy bien, ya estoy de camino a casa. ‘Ale’, prepara la comida que ya entro», le contesta.

Manuel nos cuenta que tiene 40 hectáreas de terreno, desde almendros y olivares hasta viñedos. «No se me ha quemado nada, pero he tenido suerte. Menos mal que el lunes por la tarde volvió el aire de solano, porque si sigue el de arriba (poniente), arde la aldea. A ver si ponéis que han hecho tarde para apagarlo. Los fuegos no se pueden dejar de vigilar porque en cualquier momento reviven», afirma antes de retomar el paso.

Los animales a los que se refieren a los vecinos son «ciervos, cabras montesas, águilas, muflones y otras especies de monte de la zona, con una fauna muy rica y variada. Los vecinos dicen que ahora huyen del fuego hacia Las Hoces del Cabriel. Al otro lado del pueblo, el inspector jefe del consorcio de Bomberos de València y director del operativo de extinción del incendio, responde a las quejas de algunos vecinos: «El fuego no estaba controlado, pero sí estabilizado. Eso quiere decir que en ese momento no evolucionaba más allá del perímetro donde lo paramos. Ese era el estado real del incendio el lunes por la mañana. Lo pudimos perimetrar la noche anterior, estuvo estabilizado y sabíamos que iba a entrar un aire de poniente. Cuando vino, se levantaron seis fuegos, pudimos apagarlos, y a las 3 de la tarde hubo una caída brusca de humedad relativa al entrar un viento muy fuerte de poniente e hizo que se levantase la cola del incendio», explica.

Población duplicada

A su lado, la concejala de Medio Ambiente de Casas de Moya, Begoña Ruiz, asiente. «Nosotros estamos de acuerdo con todo lo que digan los operativos, que son los que saben de esto», afirma. De las 139 viviendas que componen el casco urbano de Casas de Moya, sólo 34 están ocupadas permanentemente. La población pasa de los cuarenta habitantes en invierno a cerca de cien en verano. «Ahora vendrán menos, porque aquí mucha gente viene con la bici. Si está quemado, ahora no vendrá nadie», explica María, una vecina que ayuda en el bar ante la repentina presencia de efectivos, unos 500 en total, que trabajan a turnos en la extinción del fuego.