En una semana donde la actualidad meteorológica en España pasaba por supuestas sequías atroces, sustentadas por un anticiclón de las Azores cada vez más hierático y extenso sobre todo en invierno, ayer las tormentas metieron un severo correctivo tras casi obligar a sacar barcazas por las calles de pueblos de las estribaciones del Ibérico. Se puede pensar que estas lluvias torrenciales han ocurrido “fuera de temporada”, pero consideraciones así de generales son anodinas y deberíamos pasarlas ya por la trituradora. Los chaparrones pueden ocurrir en cualquier momento del año y el mes de julio, normalmente vinculado exclusivamente al calor canicular, también tiene su propio historial de desfachateces tormentosas. Estas últimas pueden llegar a ocurrir desde el día 1, cuando en 1979 un aluvión arrasó numerosas viviendas de Valdepeñas (Ciudad Real), hasta el 31 en el que otro, a principios de siglo XX, asoló casi por completo la localidad zaragozana de Zuera.

La Península Ibérica está dispuesta sobre el tablero de tal modo que a menudo tenemos fenómenos meteorológicos extremos. En otoño y primavera disponemos de una variabilidad acusada, en la que el vaivén de masas de aire con distinta procedencia enciende la mecha de las tormentas. Aunque en esto último el verano también queda a la zaga. El invierno suele ser más persistente en sus configuraciones, resultando la estación más húmeda en muchas regiones de nuestro país, con borrascas y frentes atlánticos que nutren de recursos hídricos sobre todo al norte y oeste peninsular. Sin embargo, en esos meses a veces se entromete el anticiclón azoriano, cierra el grifo borrascoso y, si se enroca, comienzan los problemas con la sequía. Precisamente sobre la perseverancia de este versaba un estudio que fue publicado el lunes en la revista Nature Geoscience.

Un grupo de investigadores parece haber constatado una serie de cambios en el anticiclón de las Azores que podrían estar modificando el régimen de precipitaciones en Portugal o España. Observan que este centro de altas presiones se muestra en invierno ahora más robusto que antes de 1850, cuando se estima que nuestras emisiones de gases de efecto invernadero comenzaron a distorsionar la variabilidad climática natural. Según concluye la investigación, esto podría estar acortando la ración de lluvias por aquí.

Esta consideración dio pábulo a toda una serie de informaciones distópicas que me sobresaltaron, por eso cogí el hato y me fui a hablar con nuestros expertos en Meteored (tiempo.com), Francisco Martín y José Miguel Viñas. El primero corroboró lo que ya sabía: “las precipitaciones se están manteniendo sin grandes variaciones en sus valores medios, aunque están aumentando en intensidad”, me dijo. Y es que no solo del Atlántico se nutren nuestras nubes, también pican del Mediterráneo o de irrupciones subtropicales. Viñas, por su parte, respaldó esto aunque sí reconoció para el futuro un aumento en el riesgo de tener sequías. Si los cambios existen, el problema es la falta de grises. La moderación.