El centro y víctima de una conspiración por las «jugarretas de los forenses», a los que tildó de «inexactos»; «la fantasía malintencionada» de las víctimas que «solo» buscan «deformarme y deshumanizarme»; la «campaña de desprestigio de las acusaciones y los investigadores»; la falta de pericia de la Guardia Civil a la hora de buscar pruebas del descuartizamiento en el baño y el cadáver de Marta Calvo en el vertedero –«era complicado, la verdad», concedió–; «los excesos» de su primer abogado o las malas intenciones de su antiguo amigo del Puig que «viene aquí y me desfigura porque está molesto». Todos contra él.

Esa es la visión que expuso ayer el presunto asesino en serie Jorge Ignacio P. J. en su esperada declaración ante el tribunal del jurado que lo juzga desde el pasado 13 de junio por los asesinatos consumados de Arliene Ramos, Lady Marcela Vargas y Marta Calvo y los intentados con otras siete mujeres más, a las que presuntamente mató o llevó al umbral de la muerte introduciéndoles cocaína de alta pureza en piedras en sus genitales en contra de su voluntad.

Como era de esperar, se negó a responder a las preguntas de las acusaciones y dijo que lo haría «con gusto» a las de su abogada, las de la jueza y las del jurado. Pero se quedó lejos de convencer a nadie. En un tono soberbio, con una oratoria impositiva, trufada de desacreditaciones y acusaciones a las decenas de especialistas –«probablemente los mejor preparados de este país», resumiría al término de la sesión la penalista Isabel Carricondo, que representa a dos de las fallecidas y a cinco de las supervivientes– de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, salpicada de apenas tres momentos en los que quiso aparentar llanto pero se quedó en gimoteos teatralizados que no pasaron desapercibidos y con la repetición exacta de cada argumento que denotan las respuestas ensayadas, Jorge Ignacio P. J. no se movió ni un milímetro de su única versión: no mató a Marta Calvo, tampoco a Arliene ni a Lady Marcela y no tuvo encuentros con ninguna de las mujeres que han desfilado por el estrado contando la pesadilla que vivieron en los encuentros sexuales con él.

Las preguntas de las acusaciones

Pese a que anunció que no respondería a las acusaciones, la magistrada ofreció a estas que formularan las preguntas que llevaban preparadas para que constasen en acta. Fue el propio acusado quien saltó airado, como suele hacer cuando alguien expresa algo que le contraría, con un «me opongo» mirando a la jueza, y fue su abogada, María Herrera, quien le tuvo que frenar, como haría después, con escaso éxito, con otros arranques similares.

El aparente respeto que mostró a su letrada, a los jurados o la jueza, se trastocó en gestos de indolencia y aburrimiento mientras la fiscal y el resto de acusadores particulares lanzaron al aire las preguntas, una a una, repitiendo el nombre de cada víctima como una letanía. Los mismos aspavientos y gesticulaciones que se le escaparon mientras se leía su carta manuscrita en la que anticipaba lo que sería su única declaración ante la Guardia Civil cuando se entregó en Carcaixent.

Y después, a preguntas de su abogada, fue descarándose con cada respuesta. Así, por ejemplo, respondió con un «no» rotundo cuando Herrera le preguntó si había «matado, agredido o violado» a alguna mujer, pero se retrató al agregar «¿violar? No tiene sentido. Si yo pagué por las relaciones sexuales, el consentimiento está implícito».

Sobre los relatos de las supervivientes, dijo «no reconozco a ninguna de ellas. Para empezar no sé ni quienes son porque cuando vinieron aquí, ni siquiera las vi» y las acusó de «modificar maliciosamente los hechos» con «declaraciones malintencionadas». Sobre si les echó algo en las bebidas para aturdirlas afirmó que «eso es una fantasía de estas chicas», porque «yo he mirado mucho en la cárcel por internet y no hay drogas que den esos efectos. Y no le han encontrado nada a esas chicas, ¿no?», concluyó con desprecio y sorna, arrastrando cada palabra.

Negó rotundamente traficar con cocaína –pese a las dos condenas de 2008 y de 2017– y trató de dar lecciones sobre prostitución -"aquí cerca [de la Ciudad de la Justicia], a menos de 100 metros, está el burdel más grande"-, consumo de cocaína –sigue defendiendo que lo hacía pese a todos las pruebas en contra– y hasta técnica policial o pericia forense. También sobre fiesta blanca. «Yo no soy el precursor de la fiesta blanca. Ya existía cuando yo vine a España y la conocí a través de ellas» en referencia a las mujeres en situación de prostitución.

«Lo más lindo que hay»

¿Considera a las mujeres un objeto? Sollozo, sin lágrimas, súbito, que, como los demás, desaparece en una fracción de segundo. « ¡No! La mujer es un ser humano, es lo más lindo que hay. ¿Cómo va a ser un objeto?».

Respecto de Arliene, repite una y otra vez las mismas palabras. Que «el servicio se desarrolló normal» y que de repente «se puso errática, a hablar en portugués», así que «me fui». Vuelve a decir que «yo no supe que se había muerto, pobrecita que en paz descanse» –dice, mirando justo en esa frase al jurado; la misma expresión que usaría después para Lady Marcela y para Marta–, aunque se le escapa un «yo fui su último cliente» que no le pasó desapercibido al jurado, que acabó preguntándole "cómo sabía que había sido su último cliente si dice que nunca supo que había muerto".

Con Lady Marcela sigue negando su presencia en la casa pese a que dejó sus huellas y su ADN nada menos que bajo seis de las diez uñas de las manos de la víctima. ¿Cómo llegó allí? Insinúa que tal vez «hayan manipulado la prueba de ADN» y repite que no la asfixió. «¡Cómo iba a hacerle yo eso a una mujer! Va en contra de mis principios, a menos que se me pinte como un monstruo, perdonen ustedes», mirando nuevamente al jurado y levantando, una vez más, airado, las palmas de las manos.

Y llega Marta Calvo. «Lo único que quería era pasar un buen rato y mira lo que me encuentro». Volvió a repetir que se la encontró muerta al despertar –«de manera egoísta, no me pareció oportuno llamar al 112», se justifica– pero, a petición de su abogada, se cuidó muy mucho no solo de evitar detallar el supuesto descuartizamiento, sino de mencionar siquiera la palabra.

Tilda su muerte de "problemón" y repite hasta cinco veces que su intención era suicidarse, pero aún así se deshizo del cuerpo. "Si yo no maté a Marta, por qué iba a matarme yo". También, que desechó la idea "porque mi madre, pobrecita, venía al día siguiente y no debía suicidarme para verla por última vez". Las excusas incongruentes se suceden a lo largo de más de dos horas, con un discurso egocéntrico en el que la mayoría de las frases empiezan con un "yo", desde cuando afirmó que tardó 21 días en entregarse porque temía que los agentes le agrediesen a cuando trató de trasladar que su idea era «que se supiese lo que le pasó a esa mujer [por Marta]». Sin embargo su comparecencia concluyó como empezó, sin revelar qué hizo realmente con el cadáver y sin permitirle a su familia recuperarlo y descansar.