Todavía no hemos llegado al mes de agosto en este 2022 y ya hemos vivido dos olas de calor en la Península Ibérica en lo que va de año. Varios días seguidos con temperaturas superiores a los 40 grados y noches tropicales que agudizan los problemas de estrés hídrico que padece nuestro país y facilitan la propagación de incendios forestales que acaban con parte de nuestra vegetación e incluso con el modelo de vida rural.

Lo ocurrido en los últimos días, con una gran oleada de incendios forestales a lo largo de toda la Península Ibérica, es una muestra más de los efectos que tiene el cambio climático sobre nuestras vidas... que, además, en ocasiones tiene una consecuencia muy directa sobre ellas: las muertes como consecuencia por la última ola de calor su cuentan por centenares, 360 según el Instituto de Salud Carlos III, dependiente del Ministerio de Sanidad.

Por situaciones como esta, las Naciones Unidas incluyeron en su Agenda 2030 el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 13 «Acción por el Clima». Y es que, según recuerdan desde las propias Naciones Unidas, el 2019 fue el segundo año más caluroso a nivel global desde que se tenían registros y la década entre el 2010 y el 2019 obtuvo la mayor temperatura media jamás registrada. Y esas cotas, a la vista del devenir de los acontecimientos, parece que serán superados muy pronto. 

La reciente ola de calor y la oleada de incendios sufridas por la Península Ibérica en los últimos días son solo una pequeña muestra del cambio climático, que está afectando a todos los continentes y que está alterando, además, tanto las economías nacionales como los modelos de vida de cada lugar. Los niveles del mar están subiendo a causa del deshielo y los fenómenos meteorológicos extremos son cada vez más habituales e incluso de mayor gravedad, lo que conlleva que lugares en los que hasta el momento nos habíamos establecido con normalidad se conviertan en zonas de difícil habitabilidad.

El principal responsable del cambio climático es la emisión de gases de efecto invernadero por parte del ser humano. Precisamente en 2019 se alcanzaron cifras récord en los niveles de dióxido de carbono (CO2). Aunque en 2020, a causa de la irrupción de la pandemia de la covid-19, estas emisiones cayeron alrededor de un 6 % debido a las restricciones del momento, una vez superada la crisis pandémica, los niveles de emisiones se han vuelto a incrementar, con lo que el cambio climático no tiene visos de aminorar su ritmo si no se toman decisiones y medidas urgentes para ello.

Necesidad de una respuesta global

De hecho, el Acuerdo de París de 2015 aspira a reforzar la respuesta mundial ante la amenaza del cambio climático. Para ello, se comprometía a luchar por mantener el incremento de la temperatura media del planeta en menos de 2 grados con respecto a los niveles preindustriales. Para alcanzar ese objetivo, las Naciones Unidas han apremiado a los distintos Estados a que centren sus esfuerzos para reconstruir sus economías tras la pandemia a través de planes que den una economía al siglo XXI más limpia, verde, sana, segura y resiliente. 

Así, las Naciones Unidas han propuesto seis medidas para el clima para estos momentos de reconstrucción económica: que las inversiones aceleren la descarbonización de todos los aspectos de nuestra economía; empleos verdes y crecimiento sostenible e inclusivo; economía verde en la que las sociedades y los pueblos sean más resilientes mediante una transición justa para todos y todas y que no deje a nadie atrás; invertir en soluciones sostenibles (que los subsidios a los combustibles fósiles desaparezcan y los contaminadores paguen por su contaminación); afrontar todos los riesgos climáticos; y cooperación entre todos los países, ya que ningún país puede enfrentarse al cambio climático por su cuenta, pues se trata de un problema global.